Qué ver en Albarracín: una visita al pueblo más bonito de España
Hijo mío, todo esto era agua. Así podría empezar un viaje a la mítica Albarracín. Y no es broma aunque estemos en uno de los parajes de interior más salvajes y auténticos de la Península Ibérica a apenas unos kilómetros del nacimiento del Río Tajo. Uno de los puntos fuertes de Teruel es que aquí se pueden ver bastantes huellas del pasado más remoto del planeta. Los dinosaurios estuvieron por todos lados pero en lugares como este, donde la naturaleza es propensa a los suelos desnudos, es más fácil ver sus huellas y restos (ver guía de los mejores lugares de España para ver dinosaurios). Mar Nummus (Camino de Gea, sn) es uno de los centros más evocadores de Territorio Dinópolis, esa maravilla dedicada a los lagartos terribles que es de las mejores cosas que se pueden visitar en el mundo de la paleontología. Pues en ese pequeño museo de sitio podemos imaginar una Teruel sumergida bajo las aguas del Mar de Tethys donde reina el Liopleurodon, uno de los mayores depredadores de aquellas aguas que precedieron al actual Mediterráneo. Pero no. Estamos a 130 kilómetros del mar a vuelo de pájaro. Estamos a los pies de uno de los trozos de sierra más bonitos de España.
Decir que Albarracín es un pueblo bonito es no hacerle justicia. Primero porque es más que bonito y, segundo, porque decir que este conjunto monumental es un pueblo es quedarse corto. Estamos ante uno de los conjuntos histórico artísticos más notables de esta parte del país: una verdadera ciudad que hunde sus raíces muy abajo en nuestra historia. En los cercanos Pinares de Rodeno hay una decena larga de abrigos naturales donde se puede ver una de las mejores colecciones de arte rupestre del país. El Punto de información del arte rupestre prehistórico (Camino del Llano del Arrabal) es un buen lugar para enterarse de qué va el rollo antes de ir saltando de cueva en cueva para ver caballos, cazadores, toros o danzarines mientras deambulas por el bosque (aprovecha para darte una vuelta hasta el Centro de Interpretación de Dornaque –acceso por A-1513-). Un par de miles de años más ‘joven’ es el espectacular Acueducto de Albarracín-Gea-Cella (acceso por A-1512). Estamos ante una de las obras de ingeniería hidráulica romana más interesantes de España. Aquí nos vas a encontrar grandes arcos de piedras ciclópeas. No, este acueducto se excavó en la montaña y con sus 24 kilómetros de galerías, sifones y acequias aún asombra.
Entrando a Albarracín.- La presentación se queda muy corta. Ya en los alrededores del recinto amurallado hemos podido ver muchísimas cosas. Y nos esperan muchas más. Lo primero que llama la atención es el tamaño de las murallas, que sobrepasa con mucho la propia superficie del pueblo. Debió ser Albarracín, en sus tiempos, mucho más de lo que es hoy pero aún así hay mucho que ver. La entada a la población suele hacerse a través de la carretera vieja de Teruel –Calle Puentes- que, literalmente, atraviesa el viejo burgo por debajo dejando una verdadera muralla de casas de piedra con trama de madera y algunos balcones de madera (estamos muy cerca de la preciosa Cuenca). Allá arriba, tras los edificios, está la Plaza Mayor. Lo más normal es seguir de largo, pasar bajo el casco histórico y acceder a pie desde la Calle Santiago donde te vas a encontrar las primeras casonas, las viejas puertas y los accesos a la muralla. Pero sigue hasta la Plaza Mayor visitando lugares como la Casa de la Julianeta (Santiago, 19) o el Rincón del Abanico (Portal de Molina) –una de las callejuelas más bonitas de toda la población- antes de llegar a la plaza. Aquí vas a encontrar un conjunto de casonas que alternan soportales (el Ayuntamiento) y grandes balconadas de madera. Este es el centro de la ciudad y desde aquí parten los caminos que van y vienen internándose en el precioso laberinto de piedra, estuco, madera y teja.
El otro punto central del burgo es el eje que forman el Castillo de Albarracín (San Juan, 12) y la Catedral de Santa María (Plaza la Seo, 1), una espectacular iglesia que desborda la trama con su monumentalidad. Estamos ante una de las joyas del gótico aragonés que la verdad es que se prodiga poco en una tierra dominada por el románico y el preciosista mudéjar. Y el Castillo es otra joya: una fortaleza que hunde sus raíces en tiempos muy remotos aunque la mayor parte de su actual fábrica sea de origen islámica. Aquí se ha encontrado casi de todo. Por eso el pequeño Museo de Albarracín (San Juan, 10) puede presumir de una colección de piezas históricas que hacen palidecer a muchos museos de capital de provincia (sobresalen sus colecciones islámicas).
¿Y la muralla? Pues no es mala idea dejarla para por la tardecita si el sol aprieta. Lo más normal es compaginar una vuelta por los viejos muros en los alrededores del Castillo y bajar hasta el cauce tranquilo del Guadalivar a través del Paseo Fluvial. Desde aquí abajo puedes acceder sin problema hasta el Mirador de Albarracín, donde vas a disfrutar de una panorámica completa del pueblo y de sus espectaculares fortificaciones. Subir hasta el tramo superior de la muralla.- El acceso se hace desde la calle Subida a las Torres. No se puede subir a este tramo de muro y lo vas a ver siempre desde abajo. Si no te asustan las cuestas merece la pena darse el paseo y bajar por la Calle del Chorro para volver a encontrarte con la Plaza Mayor.
Fotos bajo Licencia CC: Jocelyn Erskine-Kellie; Toni Rodrigo; Miquel C.; Manuel Alende Maceira
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