El aniversario de la muerte de Salvador Puig Antich: “Mi hermano fue un luchador anticapitalista y el chivo expiatorio por la muerte de Carrero Blanco”
Las cuatro hermanas Puig Antich siguen esperando justicia y la restauración de la memoria de su hermano Salvador, uno de los últimos ejecutados por el régimen franquista en España. Como cada año, y ya van 47, tienen grabado a fuego las últimas horas que transcurrieron entre las once de la noche y las seis de la madrugada de un 2 de marzo de 1974, las últimas horas que pasaron con quien sería ejecutado a garrote vil la mañana después.
Carme Puig Antich (Barcelona, 1954), casi medio siglo después, sigue pidiendo justicia, inasequible al desaliento desde el convencimiento de que su hermano fue “un chivo expiatorio por el atentado de Carrero Blanco”, asesinado por ETA escasos meses antes de su detención. Salvador Puig Antich militaba en el brazo armado del MIL, un grupo anarquista que se financiaba con atracos. En la refriega de su detención, un subinspector de la Policía, Francisco Anguas Barragán, recibió cinco disparos y falleció. Aunque el arma que escondía Puig Antich solo se disparó tres veces, la justicia militar lo condenó a muerte rápidamente y sin miramientos. Una instrucción más que discutible, una sentencia ejecutada a garrote vil, simultánea a la de Heinz Ches, un delincuente común, una protesta internacional que fue desoída como han sido desoídas las peticiones de anulación del proceso.
El último episodio en la lucha de la familia por hacer justicia ha sido la querella por crimen de lesa humanidad que interpuso contra el juez militar que dictó la sentencia, Carlos Rey González. El fallo confirmó en agosto de 2020 el archivo de la demanda por considerarse que la Ley de Amnistía sigue estando vigente para actos cometidos antes de 1977. No fue la única iniciativa de la familia para restituir la memoria de Salvador Puig Antich. Las hermanas se personaron en la causa que contra las crímenes del franquismo se instruye en Argentina, apelando al mismo concepto jurídico de crimen de lesa humanidad. En España, los tribunales Supremo y Constitucional habían desestimado en varias ocasiones los recursos interpuestos para volver a reabrir el caso y conseguir que se anulara el juicio. Según reitera desde hace años Carme, en aquel juicio “fue todo falso”. En la última década se han sucedido actos públicos de homenaje, libros y películas en torno a la figura Salvador Puig Antich, y en esta nueva efeméride hablamos con su hermana Carme, que participa en la presentación de una publicación sobre estos acontecimientos como telón de fondo y que tendrá lugar este martes en la librería La Vorágine de Santander.
47 años después, ¿qué recuerda de aquellos días entre la detención y ejecución de Salvador Puig Antich?
A nosotros no nos dijeron nada cuando lo detuvieron. Mi hermana y yo íbamos por la calle y vimos el diario 'El Caso' con la foto de mi hermano y de Heinz Ches. Allí ponía que lo habían llevado al (hospital) Clínico y nos fuimos para allá. El Clínico es muy grande, he trabajado allí 40 años. Fuimos preguntando a toda la gente y la gente tenía miedo de decirnos dónde estaba. Pero finalmente lo encontramos en una planta y había 40 policías en el rellano. Yo estudiaba Enfermería en aquel entonces. Me miraron todos los libros y las libretas y nos negaron la entrada rotundamente, por lo que empezamos a llamar a Salvador a gritos: “¡Salvador, que estamos aquí!” Pero nos tuvimos que ir.
¿Cuándo lo vieron por primera vez tras su detención?
Por el abogado supimos que en cuatro o cinco días lo trasladarían a la Modelo. Dimos las gracias porque si iba a Jefatura lo mataban a hostias. Para nosotros fue un alivio. En la Modelo le veíamos 20 minutos cada semana. Había una reja de por medio, no lo podíamos ni tocar. Al ser catalanes hablábamos catalán con mi hermano y estábamos a solas porque él estaba clasificado como peligroso y no había más presos con familiares cerca. “¡Hablen en castellano!”, nos decían. Lo intentamos, pero me cuesta un poco hablar en castellano. La primera vez que lo vi fue horrible. No se tenía en pie, tenía la mandíbula llena de gomas por las heridas, y él estaba preocupado por nosotros. “¡Qué putada por meteros en esto!”, nos decía. Pero nosotras estábamos con él. Así fue durante medio año. Suerte que tuvimos un abogado genial que casi cada día iba a verlo. Era su vida. No fue una relación habitual abogado-cliente. Esto nos subía mucho el ánimo.
¿Puede relatarme cómo pasaron las últimas horas?
A las cuatro de la madrugada de un día como hoy, el abogado (Oriol Arau) fue al Colegio de Abogados en donde llamaron a Franco, al Papa, al médico de Franco... pero no hubo solución. Cuando Oriol vino a la Modelo a pasarnos el parte vimos su cara y mi hermano dijo: “Nenas, esto se acaba”; y a las seis de la mañana nos echaron. Estuvimos con él de once a seis, tal día como hoy.
¿Cuál es su recuerdo inmediatamente posterior?
Lo que vimos después fue que salía el furgón (con el cadáver) y fuimos al cementerio de Montjuic solo nosotros, la familia. Mi madre, por suerte, murió un año antes y no lo vivió. Mi padre había estado condenado a muerte y no se encontraba bien por aquellos días.
¿En algún momento su hermano se arrepintió de haber militado en grupos anarquistas?
Cuando volvió de la mili tuvo que decidir si estudiar o meterse en el mundo de la lucha antifranquista. Estuvo tres meses sin decidirse. Estuvo fatal, tenía pesadillas porque debía decidir si iba por un lado o por el otro. Nunca se arrepintió de la decisión adoptada, ni siquiera cuando estuvo en la cárcel. En las cartas siempre ponía 'Salud y Anarquía'. Nunca se arrepintió.
Nunca se arrepintió de la decisión adoptada, ni siquiera cuando estuvo en la cárcel. En las cartas siempre ponía 'Salud y Anarquía'. Nunca se arrepintió
¿Cómo repercutió la ejecución de su hermano en sus vidas?
Durante los primeros 15 años estuvimos marcadas. No se podía hablar de ello, no se podía ir al gobierno militar a buscar el sumario, no se podía hacer nada. Mi hermana Montserrat trabajaba en un colegio y hubo padres que hablaron con la directora para que la expulsaran y la directora a quien echó fue a los padres.
¿Cómo ve la figura de su hermano, usted y su familia?
Lo sigo viendo como a un luchador anticapitalista que fue un chivo expiatorio por la muerte de Carrero Blanco.
¿Cómo concluyen que el régimen pretendía dar un escarmiento en la figura de su hermano?
Estoy totalmente convencida de que fue un chivo expiatorio. Pongo la mano en fuego. Todo se conjuró en su contra. Estuve en el juicio y fue como una burla delante de la gente. Fue una encerrona y las pruebas no las quieren aceptar, no quieren la anulación del juicio.
¿Cómo vería restablecida la memoria de Salvador Puig Antich?
Nosotros pensamos que con la anulación del juicio. Pedimos dignidad y me gustaría que se enjuiciara a los supervivientes. No queremos nada más que la recuperación de la dignidad.
¿Cómo sobrellevan 47 años de lucha continua por restablecer la memoria de Salvador?
Con muchísimos sinsabores, pero todas seguimos siendo una piña. Hace unos seis años presentamos una querella en Argentina y todavía estamos en ello, pero no prospera. Fuimos todas las hermanas las que la pusimos, aunque allí nos representó (también a Inmaculada y a Montserrat) Mercedes. Ahora, con la pandemia, parece que se ha parado, pero sigue abierta.
¿Qué es lo que se pide en el proceso de Argentina?
Está imputado el exministro Utrera Molina. También pedimos responsabilidad a (Carlos) Rey, pero no creemos que vaya a declarar allí. No interesa. Se murió el abogado que nos llevaba todo y está costando mucho trabajo seguir adelante. Yo lo encuentro difícil.
¿Cree que hay una razón política para no reabrir el pasado?
Hay una raíz política de fondo. No les interesa sacar todo esto.
¿A quién se refiere?
Me refiero a los del PP, a los socialistas, a todos, uno a uno.
También los partidos de la izquierda española en 1974 guardaron silencio cuando arreciaban las peticiones internacionales de clemencia. ¿Ese silencio sigue manteniéndose hoy en día?
En aquellos días nos ayudó la gente de la calle. Recibíamos cartas, anónimos; la gente de la calle, del pueblo, se portó muy bien. Pero la política, no. No interesaban los anarquistas.
¿Qué sabe de Heinz Ches, el otro ajusticiado?
Conocimos a su familia por mediación de Raúl Riebenbauer (autor de un libro sobre Heinz Ches que este martes se presenta en la librería La Vorágine de Santander). Somos grandes amigos y hemos colaborado. Raúl nos puso en contacto con su familia, con sus hermanos, a los que conocimos en Valencia. Ellos no sabían nada de la historia de su hermano, hasta que Raúl se lo dijo. Lo daban por desaparecido.
¿Por qué cree que lo ejecutaron?
Para compensar un poco la muerte Salvador, para que no fuera solo él.
¿Por qué es tan difícil construir memoria histórica en este país?
La de Memoria Histórica fue una ley muy flojita, una ley de de mínimos. Se trata de no remover el pasado cuando aún hay gente en las cunetas.
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