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“El lenguaje poético está en las antípodas del político: indaga, busca, arriesga”

El poeta Lorenzo Oliván durante la entrevista con eldiario.es.

Marcos Díez

Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, 1968) comenzó a escribir aforismos veinte años antes de la fundación de Twitter. Los hizo en una época en la que no estaba de moda y en la que pocos apostaban por un género que Oliván, uno de los poetas de más prestigio de su generación, logró acercar al terreno de lo poético. Tanto es así que Pre-Textos (en colaboración con la Fundación Gerardo Diego) ha elegido su colección de poesía para que vea la luz 'Dejar la piel', un volumen que recoge tres décadas de lo que el propio autor define como “fragmentos”. Este libro, que se presenta este viernes a las 19.30 en la Librería Gil de Santander, apuntala una trayectoria sólida y sin fisuras que ha merecido reconocimientos en el terreno de la poesía, con premios como el Nacional de la Crítica, el Loewe o el Generación del 27, y que se completa con las traducciones de John Keats y Emily Dickinson.

'Dejar la piel' lo comenzó a escribir hace tres décadas, cuando no había internet, y ve la luz en un tiempo marcado por las redes sociales, los titulares, los enunciados cortos… ¿La brevedad está reñida con la profundidad? ¿Se puede no ser superficial en 140 caracteres? ¿Cómo se logra eso?

Si la brevedad estuviese reñida con la profundidad no existiría la poesía, que es el género que hace de las cortas distancias su polvorín, su herramienta más eficaz para combinar intensidad y hondura. El problema es que, tanto en el periodismo como en las redes sociales, el foco a menudo se pone en el escaparate y no en el contenido. Las mejores esencias se sirven en frascos pequeños, como es bien sabido. El riesgo está en que nos olvidemos de que lo fundamental es la esencia y no las etiquetas o el frasco.

¿Qué le recomendaría a un político que tiene que decir cosas todos los días y que está obligado a resumir asuntos a veces complejos en un puñado de palabras?

El político tiene un doble problema en el tratamiento de sus mensajes: en primer lugar, se debe a un partido y a un electorado, y habla ante todo para ellos. Y, en segundo término, sabe en general lo que la gente quiere oír. Eso suele alejarlo de la verdad. Por eso el lenguaje político resulta el más convencional, previsible, sospechoso y falsario. El lenguaje poético se sitúa en las antípodas del político: indaga, busca, arriesga. Y pone la realidad patas arriba.

Además de escritor es profesor de literatura en la enseñanza pública. Escuchamos que los libros interesan menos que nunca pero, al tiempo, la palabra escrita tiene un peso enorme en las redes sociales y en las herramientas que utilizan los jóvenes para comunicarse. ¿Cómo lo ve?

El hombre es un animal al que le define el uso de la comunicación lingüística. El lenguaje es como el fuego, que funde las propiedades de los cuerpos: el lenguaje nos une, nos acerca, nos hace compartir. Las redes sociales inciden ante todo en la emoción y la instantaneidad. Puede correrse el peligro de que los jóvenes crezcan cada vez más en la búsqueda de emociones rápidas y fáciles del alcanzar. Los mejores libros, en cambio, combinan la emoción y el conocimiento y llegamos a ellos no a través de la instantaneidad, sino a través de la lectura reposada. Proponen el encuentro con el otro, sin olvidar jamás el encuentro con uno mismo. El reto de la enseñanza y de la educación es que los jóvenes no olviden esa doble riqueza que encierran los libros.

Vivimos unos tiempos en los que parece que no hay tiempo para nada porque se han multiplicado los estímulos y las posibilidades. Sentarse a leer durante unas horas parece cada vez más difícil. ¿Puede este contexto ayudar a que tengan más peso en la sociedad la escritura fragmentaria y la poesía, frente a géneros como la novela o el ensayo?

Sin duda. Aunque, como bien decía Aristóteles, el hombre siempre va a necesitar que le cuenten historias. Gestionar la calidad de nuestro tiempo creo que nunca ha sido tan necesario como ahora. El poder y la sociedad de consumo quieren que nos comuniquemos sólo en la superficie. Hay que sacar tiempo de donde sea para no perder otras formas de comunicación, si no queremos ser títeres (sin criterio y sin una identidad definida) de ese poder y de esa sociedad.

En uno de sus últimos aforismos dice: “El instinto es lo distinto que hay en mí. Lo demás es puro sentido común”. Parece que se enfrenta a la realidad, y a sí mismo dentro esa realidad, como un cazador dispuesto a capturar todo aquello que es difícil de ver (o pensar) a primera vista.

La poesía es un gran acelerador de partículas: se encarga de desautomatizar nuestra forma de percibir y pensar el mundo, nuestra forma de usar el propio lenguaje. Y eso se consigue, sí, más con la intuición, el instinto y la imaginación que con el sentido común.

En el prólogo del libro dice que hay que educar la mirada pero sin llegar a domarla. Explíquese.

Hay que enseñar a la mirada a que busque, a que revele y se rebele, a que no cese nunca de sorprenderse. Instruida en esa dinámica, ella acaba marchando a su aire. Es como si se contagiase del fervor y la creatividad que ello aporta, y pasase a ir por libre.

'El ojo que piensa' es quizá la definición más precisa tanto para su obra fragmentaria como para su creación poética. ¿Cómo es eso de pensar a través de las imágenes?

Los conceptos arrastran y contagian menos que lo sensorial. Mi reto es que lo sensorial (sobre todo la mirada) lleve en sí diluido lo que podríamos llamar “meollo existencial”. No me interesan los sentidos para describir de forma decorativa, sino para ir al centro de las grandes preguntas, deseos y obsesiones del hombre.

El sentido del humor está muy presente en 'Dejar la piel', son carcajadas que resuenan en la inteligencia y con las que despoja de pronto de toda solemnidad a temas que habitualmente tratamos con gravedad y eso, paradójicamente, nos acerca a la esencia de esos asuntos. ¿La risa ayuda a ver con más precisión?

Me gusta la risa que actúa como una llave cómplice, la que nos conduce a asentir con el autor al brindarnos un descubrimiento. Hay que huir de la escritura solemne tanto como de la risa fácil. Ese uso del sentido del humor es el que me interesa en la literatura. El que toma atajos, el que no crea un lector activo, el que no brinda una aventura de conocimiento me interesa poco.

Tiene una trayectoria de prestigio en la poesía, en el aforismo, en la traducción, ha practicado mucho la crítica literaria… ¿Se plantea dar el salto a la narrativa?

Acabo de concluir un libro de poemas y estoy cerrando el de aforismos que se adelanta en parte en 'Dejar la piel'. No sé si ello tiene algo que ver en que en los últimos meses mire con ojos de deseo a la narrativa. Voy a ver si la narrativa se deja seducir y me sigue el juego en los próximos meses. O años.

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