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José Manuel Osoro: “La educación tiene que ser un objetivo vital de Estado”

José Manuel Osoro, decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Cantabria.

Carmen Castillo

Tras unos ojos serenos habla la experiencia de quien lleva formando a futuros maestros y profesores desde hace casi tres décadas. José Manuel Osoro Sierra es el actual decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Cantabria, cargo que ostenta por segunda vez consecutiva. Perteneciente al Área de Didáctica y Organización Escolar y especializado en ámbitos tan distintos como son la evaluación y la educación infantil, ha ejercido también como director del Departamento de Educación de dicha universidad. Le gusta destacar su papel como asesor pedagógico de la Escuela Infantil de la Universidad de Cantabria, desde su punto de vista, “la joya de la corona”.

Habla claro y sin tapujos. Es la voz de un profesional que ha visto pasar casi todos los planes de educación que se han sucedido en nuestro país, con mayor o menor acierto, y que parecen no tener fin, como si este asunto también fuera otro de los tópicos españoles ostentados por tan noble pueblo.

¿Cuál considera que es la problemática actual en educación?

Distingo dos planteamientos: uno macro y otro más concreto, más educativo. Desde el punto de vista macro, hay una necesidad nacional y autonómica de llegar a un acuerdo sobre qué queremos que sea la educación. Dicho de otra manera, de darle la importancia real que tiene desde el punto de vista cultural, de desarrollo del país, de alfabetización de los ciudadanos desde el sentido más amplio,... La educación tiene que ser un objetivo vital de estado. La ciudadanía tiene que darse cuenta de la importancia del asunto educativo.

Después, desde un punto de vista más concreto, hay que tener en cuenta aspectos clave como el fracaso y el abandono escolar; la financiación educativa; la formación inicial y permanente del profesorado; la definición de la educación infantil como una etapa educativa clara o el tema de la participación, no sólo referente a profesores, padres y alumnos, sino a la participación de la sociedad en general.

Cuando se departe sobre la idea de llegar a un acuerdo educativo se tratan distintas problemáticas como la financiación, la atención a la diversidad, la profesionalización docente,… ¿pero qué pasa con el currículum?

Cuando hablamos de pacto educativo no debemos de pensarlo sólo en términos “excluyente-políticos”. Es cierto que los políticos son los que gestionan la “cosa pública” y tienen mucho que decir en educación, como por ejemplo, sobre financiación. Pero creo que el pacto educativo tiene que ser un diálogo o consenso entre todas las partes implicadas. Parece que sólo se piensa que hay tres patas dentro del acuerdo: los políticos, los sindicatos y los padres. Pero, ¿y el profesorado? Únicamente se habla de su carrera docente, cuando es vital que también formen parte del pacto, puesto que son ellos los que más tienen que decir acerca de lo que se tiene que enseñar en las aulas.

La LOMCE se critica mucho porque nació sin ningún tipo de acuerdo y por ser una ley fruto de un único partido político. Pero al margen de los efectos que en estos términos pueda tener, hay unas consecuencias curriculares. Porque la LOMCE incide de manera brutal en lo que se hace en los centros educativos, en las aulas y lo que hacen o tienen que hacer nuestros alumnos. ¿Cómo no vamos a tener que llegar a un acuerdo sobre este tema? Seguramente tendríamos muchas discusiones al respecto pero estoy seguro de que se llegaría a un acuerdo, pero para eso se necesita también el apoyo claro de nuestros políticos.

Precisamente, estos cambios recurrentes de ley que hemos experimentado en los últimos tiempos tienen como causa el fracaso escolar. ¿Qué es lo que realmente está pasando en nuestras aulas?

Esto tiene que ver con la percepción que la sociedad tiene del valor de la educación. La educación es el bien por definición y es una cuestión de todos, por lo que debería de posicionarse dentro de nuestra escala en el mismo lugar, por ejemplo, que la sanidad o incluso por encima de ella, ya que al médico vamos solamente cuando estamos enfermos pero al colegio se acude todos los días.

Lo que sí que es cierto es que tenemos unos índices muy altos de fracaso escolar. No debemos olvidar que nuestro sistema educativo es igualitario y equitativo, nos tiene a todos dentro del ámbito escolar, tanto a los alumnos de alta, como a los de media y bajas capacidades. Esto es muy positivo pero también hay que pensar cómo alcanzar el éxito para todos. Y aquí la formación del profesorado constituye un elemento fundamental para entender y poder trabajar con aquellos estudiantes que no llevan un curso escolar normal. Para ello, es necesario también que se refuerce el tema de los apoyos educativos y que se dé a los centros la flexibilidad necesaria para que se adapten a las características de su alumnado.

Se pueden hacer muchísimas cosas en este ámbito y un ejemplo es Finlandia, sistema que cuenta con una red de apoyos magnífica. Al margen de que no siempre deberíamos de compararnos con ellos, dentro de nuestro propio sistema también nos encontramos con comunidades que lo están haciendo francamente bien, como es el caso del País Vasco. Por otro lado, estamos leyendo en literatura pedagógica experiencias fantásticas que dan respuesta a la diversidad. ¿Tienen estos centros una normativa distinta a los de al lado? No, simplemente están flexibilizando su modelo educativo.

Estos días, el filósofo y pedagogo José Antonio Marina ha pedido condicionar el sueldo de los docentes a la evaluación del centro. También, por su lado, la OCDE ha criticado la falta de evaluaciones a los profesores en nuestro país. ¿Qué opina?

Lo que está haciendo Marina no lo comparto. Sí que es cierto que el 'Libro blanco de la función docente', como tal, puede ser el inicio de un pacto educativo. De hecho, así es como se hizo en la época de la LOGSE, cuando estuvimos dos años con aquellas publicaciones que se llamaban 'Papeles para el debate'. Pero estas sugerencias me parecen, entre otras cosas, una provocación. Lo peor es que está consiguiendo adeptos. Muchas personas están aplaudiendo este tipo de cuestiones, lo cual es muy peligroso porque va en contra de un posible pacto. Desde mi punto de vista, estos planteamientos están fuera de lugar y no sirven ni para un proyecto de investigación de los malos. No tiene sentido que a 20 días de unas elecciones un Ministerio quiera hacer un libro blanco. ¿Cuándo lo va a publicar y qué se va a plasmar? Creo que esto es mucho más serio.

Sí que es verdad que se están levantando temas necesarios, como es la evaluación del profesorado. La pregunta es, ¿por qué no hacerlo? Creo que es una cuestión básica. En la universidad estamos acostumbrados a que se nos evalúe la actividad docente e investigadora; otra cosa es discutir si esos procedimientos son buenos o mejorables.

Se trata un poco de rendir cuentas, de ver si el trabajo que estamos haciendo responde a lo que queríamos hacer y al apoyo que nos están dando. Claro está, lo que no se puede hacer es evaluar de acuerdo al rendimiento de los alumnos porque los contextos de actuación de los docentes son tan distintos que no podríamos crear una herramienta común para todos. ¿Qué pasaría con el maestro que está en un centro educativo de un barrio o ciudad con una problemática social importante en relación a un maestro que está en un colegio con mejores contextos? La respuesta es evidente.

¿Qué aconseja a sus alumnos ante el cambio de paradigma en educación?

Les digo que trabajen sobre la incertidumbre porque no sabemos qué va a pasar, ni con nuestro trabajo ni con los propios alumnos. Que no den las cosas por hechas, y sobre todo, que no abandonen el aspecto relacional. Para los estudiantes la figura del docente es un referente moral cuyos valores van con él, no se dejan fuera de clase ni dentro del aula. Es lo que nosotros llamamos “pedagogía de las relaciones”. ¿De qué maestros nos acordamos? Seguramente de aquellos que sabían contar un chiste en una clase, pero también de ponerse serios cuando era necesario, de los que hablaban con nosotros, se mostraban empáticos y trataban de ayudarnos. Este elemento de enganche con los alumnos es fundamental, porque el conocimiento experto se da por hecho, pero esto es lo más complicado.

Otra cuestión fundamental es la cooperación educativa. La búsqueda de redes colaborativas son básicas en el aspecto docente. No podemos aislarnos con nuestros alumnos en nuestras aulas, precisamente porque nuestras aulas no están aisladas.

Finalmente, ¿es posible un pacto en educación?

Creo que sí. Lo que no se puede partir es de la premisa de “esto no se puede conseguir”. Hay que ir a máximos, no a mínimos. En Francia, por ejemplo, estuvieron casi dos años discutiendo por un pacto educativo. Es cierto que el país vecino ha tenido un recorrido con una escuela muy potente, pero en España también es magnífica, con muchas problemáticas, pero con un ideario pedagógico fuerte. El acuerdo es posible incluso en los elementos más controvertidos, como por ejemplo la religión, que no puede ser el elemento central de discusión del tema educativo. Sí que es verdad que nuestro sistema está muy influenciado por la enseñanza concertada y religiosa, pero lo que hay que hacer es llegar a acuerdos con ellos.

A mí me parece que es más fácil alcanzar consensos en contextos muy concretos, como en una determinada comunidad o en un centro educativo, que llegar a acuerdos entre centros de toda España. Los contextos son muy distintos. En este momento, nuestra Consejería de Educación, que además tiene un apoyo contrastado, tendría que aprovechar para intentar llegar a los acuerdos mínimos, pero que son de máximos, y a potenciar foros donde el profesorado pueda expresarse, punto en el que los medios también juegan un papel importante.

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