La memoria del esclavismo franquista emerge del Pantano del Ebro
Todavía en 2017 Audelino Robledo tuvo que luchar contra la Confederación Hidrográfica del Ebro para que una humilde placa fuera testigo 70 años después del coste humano que tuvo la construcción del Pantano del Ebro, en los límites territoriales entre Cantabria y Burgos. “Como recuerdo y en consideración a todos aquellos que con su esfuerzo, sacrificio y sufrimiento (afectados, presos de la Guerra Civil, trabajadores, etc) hicieron posible la construcción de este Embalse del Ebro. 70 aniversario del cierre de las compuertas”.
Así reza esta placa firmada por la Comisión Campurriana para la Historia del Pantano del Ebro que Audelino, junto con otros “desplazados” del Pantano, tuvieron que pelear coma a coma. “No querían que pusiera 'presos republicanos'”, relata a sus 79 años. Alguien pregunta: “¿En 2017?”. “En 2017”, confirma el hombre que lleva tres décadas recopilando información sobre lo ocurrido en esta inmensa comarca herida en su alma por este pantano de silencios.
Es domingo y, aunque noviembre quiere terminar, el sol permite en esta fría mañana que unas 180 personas caminen junto a Audelino para conocer la historia que quedó anegada con el Pantano gracias a la amnesia histórica oficial. Estamos en Arroyo, una de las localidades del municipio de Las Rozas de Valdearroyo, desde donde se ven emerger los restos de Medianeda, uno de los tres pueblos ocultos junto a su memoria por el pantano, que tras un verano sin lluvia se mantiene solo al 22% de su capacidad.
La convocatoria de la Plataforma Memoria y Democracia de Cantabria, nacida hace apenas un mes para luchar contra la derogación de la Ley de Memoria Histórica y Democrática de la comunidad autónoma que pretenden PP y Vox, ha sido un éxito. “Nunca imaginé tanta gente… hay futuro”, comenta Toñi de la Iglesia a un compañero.
Ella es parte de La Ortiga Colectiva, uno de los 85 grupos que conforman la Plataforma, y que ha liderado esta segunda ruta de la memoria histórica que se ha realizado en las últimas semanas. “Os recuerdo que la siguiente cita es el sábado 2 de diciembre, a las 12.00 horas, en la Plaza Numancia de Santander”, cierra Toñi la jornada, encaramada a un banco de piedra frente a otra placa situada junto a las compuertas del embalse que rodea a Arroyo. Esta es de metal y es en honor al ingeniero Manuel Lorenzo Pardo, por sus “estudios y su apostolado para la realización” del embalse. Fechada en 1947, remata así: “Dios premie a los que laboran por España”. Es evidente que aquel Dios no premiaba a todos por igual.
Audelino es de Quintanilla de Valdearroyo, que es como ser de algo que no existe excepto en su memoria. Allí nació en 1944 y de allí tuvo que salir con su familia en 1947. Ahora está frente a la finca donde funcionó La Cantábrica, una de las pioneras fábricas que hicieron de esta comarca un lugar próspero a finales del siglo XIX y principios del XX del que salía vidrio para toda España, Bélgica y Francia.
Pero el relato no va sobre el declive de aquella industria, sino de cómo sus edificios fueron cárcel de los 258 presos republicanos que la dictadura franquista 'regaló' a la empresas Vías y Riegos para terminar las obras de un embalse que comenzó su andadura en 1928 y concluyó en 1947. Aquel Dios no los premió por laborar por la patria. “Vivían en muy malas condiciones, con muy mala comida, trabajos muy duros…”, cuenta Robledo, y un par de vecinos que rondan sus años completan el relato con sus recuerdos, que transforman el aceite de las listas de avituallamiento en el sebo que realmente les entregaban, que develan en las lentejas un mejunje sospechoso, y que rememoran las huidas de esa cárcel sin barrotes en las duras tierras de Campoo.
La ruta muestra la supervivencia de unos hombres que, cuando podían, escapaban, que lograban algunas pesetas trabajando para gente del pueblo, y que fueron imprescindibles para que la megainfraestructura fuera concluida y que el mismísimo dictador, Francisco Franco, llegara un 6 de agosto de 1952 a inaugurar el embalse a este pequeño pueblo de la comarca de Campoo. También se recuerda a Amparo González Pérez, la entonces joven de 17 años que se enamoró del preso Domingo San José y con el que se casó a pesar de los señalamientos y las presiones en una posguerra cuya vida cotidiana en estos pueblos era controlada por la Iglesia y Falange. Hace apenas unas semanas, el 28 de octubre, los miembros de la Comisión Campurriana para la Historia del Pantano del Ebro la visitaron en la residencia geriátrica donde reside para celebrar sus 100 años.
Entre el público de esta ruta hay gente de todas las edades. Alguna familia al completo, bastante gente mayor, algunos vecinos del pueblo, personas llegadas desde Reinosa o, incluso, desde Santander. “Hoy es fiesta mayor en Arroyo”, bromea Rosa Pérez Quevedo, historiadora y vecina de la comarca que ayuda a Audelino en este recorrido que hace saltar las lágrimas de varias de las personas que mantienen un silencio respetuoso cada vez que se activan los recuerdos de Audelino, de 'Aude', de 'Lino', depende del grado de confianza de quien pregunte.
La mayoría queda ya para el sábado 2 de diciembre y comprueban la agenda de rutas de la memoria (hay otra quedada el día 9 de diciembre junto al túnel de Tetuán en Santander de la mano de la escritora e investigadora María Toca). Llueve menos ahora sobre la memoria histórica y las huellas del pasado son tercas semillas para un futuro más justo. Audelino agradece con los ojos llorosos que “aún haya tanta gente interesada en escuchar nuestra historia”. Hay ánimos para seguir haciendo pedagogía de aquello que, según insisten desde la Plataforma, “no es un asunto del pasado, sino la pieza clave del futuro”.
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