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Nosotros y la Gran Novela de la Derecha
Hay una novela que recorre las calles de nuestras ciudades y pueblos desde hace ya varios años. Es una novela atractiva, de tapas blandas, pero que resiste todos los envites a pesar de que sus personajes, uno tras otro, perezcan en sus páginas. Esa novela nos la venden, nos la inoculan, nos la filtran en nuestros vasos de agua diariamente sin darnos cuenta. Y esa novela busca incansable su protagonista. Esa novela se escribe desde arriba y cae sobre nosotros como una fina lluvia que se deposita sobre cabezas y cuerpos con la ligera sensación de refrescar nuestros modos de hacer y nuestros sueños. Es la novela del IBEX 35, es la novela invisible de estos tiempos, que ni siquiera necesita excesivo papel, ni mucho menos una sintaxis previa altamente definida. Es la novela de las élites y de sus epígonos y cada vez más es la novela de la clase trabajadora. En esta novela, que crece a través de series de tv, o de charlas, cursos de emprendizaje, seminarios, crowdfunding, etc., se ofrece una visión de la vida sometida a unos patrones definidos. Es a través de esta novela como la derecha ha sido capaz de hacerse con un lugar que la izquierda ha obviado: la cultura. La derecha sabe construir novelas hábilmente atractivas, y no sólo las construye sino que sabe distribuirlas. La izquierda, al parecer, no.
Veámoslo de otro modo. Hace unos días pude visitar la Torre de Pero Niño, en San Felices de Buelna (Cantabria). Allí se nos cuenta la historia de este caballero medieval aventurero, Pero Niño, historia recogida por Gutierre Díaz de Games, su ayudante y sirviente. En esta rara biografía medieval, escrita en la primera mitad del siglo XV, Gutierre tiene por objetivo loar las aventuras de su señor, sus victorias y trofeos, y, así mismo, servir de modelo y recuerdo para el futuro. Si nos fijamos, y aunque el mundo de la caballería pronto caería en desgracia, el relato que se nos da se ha mantenido perfectamente inalterado. Circulamos aún, en efecto, en novelas de caballerías. Quiero decir, España (por mucho que nos quieran vender) creo que nada tiene que ver hoy con el Quijote y con Sancho, esa imagen de locura, etc., ni con la picaresca, sino con los relatos clásicos de caballerías. Sí, seguimos ahí dentro, aunque creamos que no. El relato del caballero andante sigue funcionando exactamente igual que hace seis siglos, nada ha variado en el relato. Obviamente han variado los medios, las formas, las estructuras legales y de derecho, etc., es decir, la cáscara, pero el relato de la caballería en su núcleo ideológico sigue funcionando igual. En España la derecha ha sabido gestionar su posición de caballería, su relato de élites que lo son porque se lo merecen, una especie de derecho adquirido. Esto es: la novela de que si tengo tanto dinero, coches, etc., es porque lo he trabajado. Ese relato que da por sentado que si vives en un piso en los arrabales y no llegas a fin de mes es simple y llanamente culpa tuya. Ese relato es el de la caballería, es el relato que escribe Gutierre Díaz de Games sobre su señor Pero Niño.
En efecto, esta novela de caballerías dentro de la cual vivimos (a pesar de que la queramos disfrazar de lo que sea) viene refrendada por estudios diversos. Entre ellos este tema caballeresco se ha puesto de relieve en un reciente estudio titulado 'Resultados del mercado de trabajo y origen familiar. Evidencia de 5 países europeos durante la recesión', realizado por la Universidad de Alcalá de Henares, donde podemos hallar sin rodeos el sentido de la nueva novela caballeresca. La conclusión es certera: “En España pertenecer a una familia 'bien' sigue siendo una tarjeta de visita para encontrar un buen empleo independientemente de la formación recibida […]. Entre dos personas con la misma formación pero descendientes de familias distintas a nivel social, tendrá más posibilidades de encontrar un buen empleo aquella que pertenezca a una familia con posibles”. La novela de caballerías, entendida como la lectura de clase, sigue actuando, incluso más que antes. Así lo certifica este estudio: “Existen indicios de que, vista la relación entre la desigualdad social y la transmisión intergeneracional de oportunidades, en España se está produciendo un estancamiento o incluso un descenso en la igualdad de oportunidades”.
Sin embargo, sorprende (o no) que esta novela, llena de pliegues, haya logrado avanzar, transformarse y hacerse más y más atractiva, hasta el punto de amoldarse a la clase trabajadora (que crea su propia novela de caballerías, algo así como la serie 'b' de la caballería). En pocos lugares como en 'La gallina ciega' de Max Aub puede verse arqueológicamente el sentido de esta situación “literaria”. En su breve visita a España en los años sesenta Aub tiene un fascinante momento de iluminación. Es ese en el que se da cuenta de que el español, el español de clase trabajadora, es capaz de conformarse muy pronto en (y con) su pobreza. El franquismo lo supo hacer, supo actuar sobre esa novela. Hay un inconsciente español (suena raro, pero así es) que tiende a hacer que la pobreza se convierta en un recinto habitable e incluso deseable si no hay movimiento. Es ese “conformarse con su pobreza” de la clase trabajadora, sigue Aub, la que provoca el miedo a cualquier cambio. Ahora bien esa pobreza no se ve como tal –ahí está el truco de la novela- sino como un espacio de confort, como un recinto propio, como un relato que dice “esto me lo he ganado” y aquí me quedo. No es simple miedo al cambio, es algo más profundo. Este relato del inconsciente español, donde uno se conforma con su pobreza como decía Aub, beneficia a las élites, por supuesto, quienes no se conforman nunca, quienes no se conforman jamás con su riqueza, y necesitan cambio y aventura en el sentido caballeresco, es decir, a costa de los vasallos. Porque, no lo olvidemos, las élites son activistas natos. Esa es la novela que nos da ahora el capitalismo (o como queramos llamarlo hoy), es la novela en la que nos sitúa, en la distancia histórica, el caballero medieval Pero Niño. Esa novela de las élites ha incluido en su vientre, eso sí, a quienes en su pobreza no la ven como tal, sino como un lugar soñado, un paraíso particular desde el cual prometen no molestar.
¿Molestar desde abajo? Eso nunca. Al mismo tiempo el capitalismo, o su forma de novelizar nuestras vidas, por mucho que nos insistan, no tiene por objetivo hoy transformarnos a todos en zombis mecánicos, en reificados personajes. No, no es así. O mejor, ese sería su sueño, pero a sabiendas de que si así fuese el sistema saltaría pronto por los aires. La contradicción del capitalismo está ahí: en querer reificarnos pero, al mismo tiempo, necesitar crear instrumentos afectivos que nos hagan sentir que no es ése su objetivo, que no es ése su deseo. He ahí una buena novela capitalista. He ahí la contradicción real del capitalismo. Las emociones y los afectos se han convertido (filtrados ambos por un cloroformo economicista que los desactiva) en piezas rentables de esta novela de la derecha. (Santander sin ir más lejos es una ciudad donde la cultura es cloroformática, por ejemplo.) Recuperar esos personajes (emociones y afectos) y tornarlos críticos y transformadores desde el concepto de clase (sí, han leído bien, de clase) es clave.
Posiblemente uno de los problemas de la izquierda es que ha abandonado o ha dejado pasar sin ningún problema esta novela de caballerías de la derecha. O, mejor, se ha adaptado a ella. Se ha sentido a gusto dentro de ella. Ha olvidado la novela de la clase trabajadora, que no es una novela, sino un relato siempre a medias, que no se ha construido. La izquierda abandonó el relato de la clase trabajadora, su propia forma de darse, de escribirse; y en este sentido cedió ese relato cultural a la derecha, quien hábilmente supo vaciar esa historia de clase, edulcorándola, amansándola y amoldándola a la Gran Novela de la Derecha. Esa Gran Novela de la Derecha –dentro de la cual vivimos, y que se construye desde los propios medios de comunicación- deshizo todo intento de relato disidente, y escribió el relato de que eso de “la clase trabajadora” es cosa del pasado, algo innecesario conceptualmente para el objetivo del crecimiento.
He ahí una de la novelas a cuestionar. Recientemente Owen Jones lo señalaba directamente: “La izquierda necesita desesperadamente volver a enfocarse en la clase. Desde los años 80 en adelante –cuando el movimiento laborista fue aplastado, las viejas industrias destrozadas y la guerra fría terminó– la clase ocupó el último asiento. El género, la raza y la sexualidad parecían más importantes y relevantes. En realidad, nunca debería haber sido una cosa o la otra: ¿Cómo se puede entender el género sin la clase y viceversa dada, por ejemplo, la desproporcionada concentración de mujeres mal remuneradas y con inseguridad laboral?”.
Aquí está el reto, la novela que ha de ser cuestionada, el relato popular que es necesario reescribir. Mientras no establezcamos caminos para ese nuevo relato social y popular, donde la cultura juega un papel central, la novela de Caballerías que a día de hoy sigue escribiendo la derecha desde sus medios y desde sus gestos, triunfará sin remedio.
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