Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Lo inconfensable
Hace unos días hablé con un médico forense. Lo raro es que fue en una boda, con la música de fondo y la gente bailando y todo eso. Bueno, lo raro no es que hablara con un médico forense en una boda (que los médicos forenses, claro, van a las bodas lo mismo que los fontaneros). Lo raro fue de lo que charlamos estando en una boda. La música sonaba dentro mientras afuera, al tiempo que anochecía, el médico forense con su ojos azulísimos me hablaba de suicidios mientras los invitados se divertían en la fiesta. Supongo que nosotros, con esa conversación, pasábamos el tiempo a nuestra manera. Estábamos sentados en el suelo, con las corbatas ya sueltas y los trajes arrugados. Pensé que parecíamos los protagonistas de un cuento de James Salter.
Me explicó con precisión cómo tenía que certificar la muerte y levantar el cadáver de quienes habían decidido poner fin a sus propias vidas, algo muy habitual (3.910 personas se suicidaron en 2014 en nuestro país). Muchos suicidas avisan con mayor o menor claridad de que se quieren suicidar (Foster Wallace lo advirtió repetidamente y se acabó ahorcando, también Gabriel Ferrater que avisó a sus amigos de que no cumpliría los cincuenta y no los cumplió). Pero hay otros que no dan señales explícitas de que van a hacer algo así. Simplemente llega un día en el que lo hacen mientras todo su entorno se pregunta qué coño ha pasado.
El médico forense contaba todo esto con meticulosidad y yo imaginaba las cosas tan oscuras que habían visto sus ojos azulísimos. “Cariño, por favor, vete colocando la compra en la cocina”, dijo uno con tranquilidad al volver del supermercado mientras preparaba la soga para colgarse en la escalera; o la mujer que escribió su nota de despedida seis meses antes de quitarse la vida y en la nota explicaba que llevaba diez años pensando en ello sin que nadie lo sospechara; o el hombre que estaba preparando una mudanza y pidió que le sostuvieran una caja para, acto seguido, tirarse por la ventana; o la joven que sin problemas aparentes detuvo su coche en una autovía, puso los triángulos de señalización y se lanzó por un puente.
Las cosas inconfesables son así, las lleva uno dentro y no las comparte con nadie. La propia muerte se desea (cuando se desea) en esas zonas oscuras de la mente a las que no se suele dar permiso a los demás para asomarse. Así que muchas veces los que piensan en suicidarse sólo avisan a través de señales difusas, difíciles de interpretar. Con lo que luego llega el terrible “cómo no me di cuenta”. Todos tenemos un yo secreto al que nadie tiene acceso. Por eso es tan difícil de detectar a un suicida potencial, porque el ser humano tiende a compartir y mostrar las alegrías y a aislarse, ensimismarse y replegarse en el desasosiego y la tristeza. Y además, los tristes son incómodos y a su deseo de aislarse se suma la facilidad con la que las personas nos alejamos de quien anda con una nube negra sobre su cabeza.
El médico forense me explicó que hay múltiples investigaciones abiertas para tratar de identificar al suicida antes de que se suicide pero no hay manera. Los que sobreviven a un intento serio de suicidio no saben explicar con claridad por qué lo hacen. Hay una mezcla de impulsividad y de no ver salida a algo que no saben definir. ¿Enfermedad? ¿Trastornos? ¿Depresión? ¿Falta se sentido vital? ¿Problemas económicos o personales?
El suicida se quita la vida y deja descolocados, perplejos, llenos de sentimientos de culpa y enfadados a su familia y amigos. Porque ante un suicidio es frecuente reaccionar desde la incomprensión y la incomodidad. Es curioso lo poco que se habla del suicidio siendo la principal causa de muerte no natural (once personas se suicidan cada día en España). La esencia quizá es que los potenciales suicidas (por unos u otros motivos) ven la vida no como algo bueno y apetecible sino como algo que causa sufrimiento, un gran peso del que se quieren liberar y eso es difícil de entender para los que vemos apetecible existir. Los suicidas no dan a la vida el valor supremo que le damos los que no pensamos en suicidarnos y eso nos desasosiega a los que estamos en la fiesta. Es algo que no nos gusta escuchar, a lo que no es agradable asomarse. A los potenciales suicidas les llena de sentido no la vida sino el proyecto de saltar hacia la muerte. A los que no pensamos en matarnos (a los que de hecho intentamos evitar morir a todas horas porque morir nos aterra) nos cuesta comprender a los que piensan que morirse es un alivio, un descanso. Pero ya lo dijo Ludwig Wittgenstein: “El mundo de quien es feliz es otro distinto al mundo del que es infeliz”.
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