Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Periodismo contra la indiferencia y el miedo
Atravesamos tiempos turbulentos. Las balas de las guerras que no somos capaces de parar. El debate social contaminado por los discursos de odio, xenófobos y machistas. La falta de humanidad que destila en el rechazo, en los cerrojos de algunas fronteras ante el éxodo de personas que huyen de sus patrias vencidos por el hambre, la violencia o la falta de libertad. Atravesamos tiempos turbulentos que amenazan con cambiar el estado de bienestar por el de malestar. Tiempos en los que la ligereza del populismo prima sobre la fortaleza de la filosofía.
Atravesamos tiempos turbulentos en una intemperie de propaganda en forma de desinformación y de bulos. Nos intoxican elevadas dosis de adrenalina verbal desbocada, denigrante y ofensiva en la narrativa pública. Atravesamos tiempos turbulentos y el periodismo es un reflejo de ello, de la propia sociedad.
La profesión está amenazada y desprestigiada por el intrusismo, por la proliferación de pseudomedios de comunicación que responden a intereses ajenos a la propia información. Plataformas que escriben a favor o en contra dependiendo de quién las financie, en ocasiones sostenidas por dinero público y difusoras de bulos para intoxicar a la audiencia y beneficiar determinados intereses.
La amenaza de una propaganda que construye cada vez con más descaro 'hechos alternativos' -que son realmente bulos- nos obliga a dar un paso al frente desde las redacciones para defender nuestro trabajo y dignificar el periodismo.
Somos conscientes de que entre las debilidades del periodismo está la velocidad y la precipitación que imponen las redes sociales a la hora de publicar noticias: hay que lanzar la noticia rápidamente y no se puede trabajar correctamente, no hay tiempo de verificar y de contextualizar.
Hay un exceso de periodismo de declaraciones sin contexto: uno dice una cosa, otro responde y así en un bucle infinitivo que en la mayoría de los ocasiones no aporta nada. Es ruido que distrae a los periodistas de contar otras historias que quizá sí merecen la pena conocerse.
Y entre las amenazas del periodismo también figura la dictadura de lo viral, que eleva a categoría de contenido informativo cualquier anécdota o trivialidad. Un video de gatitos o de una señora japonesa ordenando armarios puede ocupar un lugar preferente destinado a noticias en algunos medio de comunicación. Confundimos la información con el entretenimiento, que es otro de los conflictos que se presentan.
Ni siquiera tenemos que encender la radio o abrir un periódico porque la información nos llega a nuestro teléfono. Nosotros no vamos a una fuente, esas fuentes llegan a nosotros y algunas están contaminadas con titulares y relatos que no se corresponden con la realidad. En las redes sociales sucede que no accedemos directamente a las noticias, sino a las valoraciones que hacen de ellas otras personas, con la carga subjetiva que supone.
La propaganda en forma de desinformación prolifera de manera desbocada. De hecho, hay muchos periodistas que ahora trabajan verificando información y desmintiendo bulos. Y todo ello adultera considerablemente nuestro derecho a la información.
Lo aprendimos de referentes como Ryszard Kapuściński. El buen y el mal periodismo se diferencian fácilmente. En el primero además de la descripción de un acontecimiento nos explica por qué ha sucedido. El mal periodismo solo nos hace una descripción, sin causas ni precedentes. Sin responder a uno de los interrogantes fundamentales: ¿por qué?
El reportero polaco alertaba también de que hay cientos de maneras de manipular las noticias. Para Kapuściński, la mayor de las censuras es el silencio. No hace falta mentir. Basta con no hablar de ello, con omitir el tema.
Umberto Eco decía que no son las noticias las que hacen el periódico, sino viceversa: el periódico es el que hace las noticias. Porque juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia que no está escrita en ninguna parte. Pero existe
Todo empieza por ahí. Umberto Eco decía que no son las noticias las que hacen el periódico, sino viceversa: el periódico es el que hace las noticias. Porque juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta noticia que no está escrita en ninguna parte. Pero existe.
Es decir, si para hacer un informativo elegimos cuatro noticias negativas sobre un asesinato en la periferia de Barcelona, un robo con fuerza en un supermercado de Badajoz, una violación en Cuenca y el descarrilamiento de un tren en Orense… para que el que está viéndolo en su casa a lo mejor la quinta noticia es: Este país es un desastre, aquí hace falta orden y mano dura.
Por el contrario, si seleccionamos cinco noticias felices el espectador podría pensar que en este país toda va estupendamente, que no hay problemas ni conflictos. Cuatro noticias hacen una quinta.
Esto nos conduce a otra reflexión: no se puede apelar a la libertad de prensa para contar solo lo que le apetece al dueño del medio. La libertad de prensa es un derecho de los ciudadanos a recibir información veraz y es un deber de los periodistas y los medios publicarla. Es decir, la libertad de prensa no consiste solo en publicar lo que se quiera. La verdadera libertad de prensa es contar todo aquello que merece la pena ser conocido, sin censuras ni silencios.
En este sentido, el periodismo tiene que ser crítico por naturaleza, porque lo contrario se llama propaganda. Así que los periodistas tenemos que ser críticos y eso supone ejercer nuestra profesión con independencia. Pero, al tiempo, tampoco podemos mantenernos neutrales cuando las causas a las que nos enfrentamos necesitan por humanidad una postura firme y clara.
En una ocasión al reportero de guerra Gervasio Sánchez le preguntaron por esta cuestión y respondió que en un conflicto bélico no se puede ser neutral, que hay que estar siempre del lado de las víctimas. La sensibilidad es la que alumbra la ética de los buenos profesionales en todos los aspectos de la vida.
En periodismo, entonces, ya no es solo lo que ocurre, sino el criterio que cada medio aplica para decidir qué va a ser noticia: que publicamos y qué queda fuera. Qué ponemos en la portada y qué damos en un breve. Después ya llega otra cuestión mayor: el enfoque. Desde qué perspectiva nos lo van a contar. Aspirar a la objetividad es complicado.
El periodista Josep Pla cada vez que tenía ganas de poner un adjetivo se liaba un cigarrillo. Da una pista porque una información adulterada es fácil que contenga un exceso de calificativos. Los hechos narrados con precisión, datos y fuentes de información invitan, en principio, a presumir un mayor rigor.
Pero hay una cuestión que lo determina todo. Quizá los medios de comunicación no nos dicen lo que tenemos que pensar, pero sí nos dicen sobre qué asuntos tenemos que pensar. Y el debate, la conversación, se acaba centrando en esta agenda pública.
En algunas ocasiones se abre una grieta por la que se cuelan los suicidios, los desahucios, los problemas para acceder a una vivienda o cualquier otro tema que no está en la agenda.
En este sentido, en ocasiones el propio periodismo contribuye a la invisibilidad. Los medios de comunicación, por ejemplo, suelen ocultar la vejez, y miran el envejecimiento como un problema. Identifican a las personas mayores con personas vulnerables o personas dependientes, cuando el 97% de ellas viven en sus casas, solo un 3% habitan en una residencia. Y la mayor parte de las noticias que se publican sobre personas mayores tiene cierta connotación negativa: hay que pagar sus pensiones, residencias, dependencias.
Hace un año, escuchando la lección inaugural de Mónica Ramos Toro en la apertura del curso académico de UNATE dijo algo que me sonrojó profundamente: “Cuando los medios de comunicación hablan de personas mayores siempre ponen fotografías de personas mayores mirando obras, o con bastón, o en la soledad de un banco en el parque”. Frágiles, dependientes, enfermos, sin inquietudes, en soledad…
Efectivamente, pensé. Qué mal lo estamos haciendo. Porque las personas mayores no se identifican con esos tópicos. Como no todos los jóvenes se identifican con el estereotipo del botellón.
Empecé entonces a fijarme más en el tratamiento de los medios de comunicación hacia las personas mayores. A los pocos días leí este titular en un periódico: “El Supremo aprueba que todos los jubilados entre 2016 y 2021 puedan cobrar el plus de maternidad”. En la fotografía se veía a cuatro personas caminando por la calle. Pie de foto: “Jubilados paseando por el entorno de Gamazo”. Cuando no sabemos si lo son o no, es una mera suposición del periodista. Y quizá tampoco estén paseando, igual vienen de hacer deporte, van a clase, a tomar un aperitivo. Pero ahí está la mirada. Personas mayores que son etiquetadas de jubiladas o abuelos y abuelas, por sistema, mecánicamente. Aunque no lo sean. Aunque no tengan nietos.
Pero es que a su vez, el edadismo también se proyecta sobre las propias redacciones, sobre los propios periodistas, donde se buscan rostros y voces jóvenes. La periodista Rosa María Calaf suele reprochar la confluencia de sexismo y edadismo en los medios: las mujeres de cierta edad hallan más obstáculos para ponerse ante la cámara que los hombres maduros. En su caso, la prejubilaron contra su deseo con 62 años. Según Televisión Española no tenía energía física suficiente para llevar una corresponsalía en el extranjero. Calaf tiene ahora 78 años y ha estado recorriendo Arabia Saudí en coche durante más de un mes. El problema no parecía ser la energía.
El periodismo se enfrenta a la rapidez que imponen las redes sociales, al exceso de periodismo de declaraciones, a la dictadura de lo viral, a la confusión con el entretenimiento y a la desinformación. Y, como no, por encima de todo ello, el periodismo no es inmune a la tiranía de la audiencia.
Lo que llaman el clickbait que lleva a frivolizar contenidos con titulares sensacionalistas que circulan a toda velocidad por las redes acumulando visitas que se traducen en ingresos publicitarios. Si antes éramos lectores de información, ahora, al parecer, somos ‘tráfico de contenidos’ con titulares cebo para tratar de atrapar nuestro interés sobre asuntos, por lo común, banales.
Con frecuencia, los periodistas vemos que cuelgan en la web del periódico el reportaje que tanto nos ha costado escribir y los lectores pinchan sin parar en una información que hay al lado sobre un concurso de hamburguesas. Y las hamburguesas van subiendo posiciones en la página, y nuestro reportaje interesantísimo va bajando hasta que acaba escondido. Si uno mira las noticias más leídas de los periódicos digitales comprobará de qué hablo: No hay proporción entre la importancia de una noticia y el interés de la audiencia.
Por ello, frente a todo eso, para hacer mejor periodismo, necesitamos lectores. Lectores críticos, ciudadanos que nos exijan información rigurosa y honesta, ciudadanos que quieran estar bien informados. Que aunque vean el video de gatitos también hagan clic en ese reportaje o esa noticia que habla de despoblación, de salud mental, de un conflicto internacional o de medio ambiente.
Sin lectores críticos el periodismo muere en redacciones que se van a limitar a reproducir la propaganda que llega de los gabinetes de comunicación de los gobiernos de turno y a generar audiencia con contenidos de entretenimiento
Sin lectores críticos el periodismo muere en redacciones que se van a limitar a reproducir la propaganda que llega de los gabinetes de comunicación de los gobiernos de turno y a generar audiencia con contenidos de entretenimiento.
A la vez, y pese a lo críticos que podemos ser con nuestra profesión, se está haciendo buen periodismo. Quizá con menos lectores interesados en él. Pero hay periodistas contando historias, combatiendo bulos, defendiendo la libertad de expresión e incluso pagando por ello un precio muy alto.
Desde el comienzo de la guerra, el ejército israelí ha matado a más de 130 periodistas en Palestina, de los cuales, al menos 32 fueron atacados deliberadamente mientras hacían su trabajo, según Reporteros sin Fronteras. A este ritmo, pronto no quedará nadie dentro para informarnos. Desde que comenzó el movimiento «Mujer, Vida, Libertad» tras la muerte de Mahsa Amini, en Irán más de 100 periodistas han sido encarceladas o procesadas. En Nicaragua prácticamente no existen medios de comunicación independientes y los pocos que hay los escriben periodistas desde el exilio. En El Salvador de Bukele las agresiones y la criminalización a periodistas y medios han llevado a prisión a varios compañeros. La lista de países donde el periodismo es una profesión de riesgo es demasiado larga.
En la propia Unión Europea la libertad de prensa está severamente amenazada en países como Hungría. En el Gobierno ultraderechista de Orban más de 500 medios de comunicación privados han sido absorbidos, silenciados o comprados por oligarcas estrechamente vinculados al partido gobernante, el Fidesz, que ya controla el 80% del sector mediático, además de los medios públicos convertidos en órganos de propaganda. Hace dos años Orban prohibió arbitrariamente las emisiones de la última gran emisora independiente del país. Espía a los periodistas con el software Pegasus y les somete a campañas de acoso y descrédito.
Aun así hay periodistas que se siguen jugando la vida por informar en estas y otras muchas geografías. Muchos de ellos desde pequeños medios locales donde también se reciben presiones. El periodismo resiste. Aunque sea desde las trincheras. Y precisamente ese periodismo crítico, ese periodismo necesario e independiente, es una pequeña grieta por donde entra la luz. Que necesita lectores, ciudadanos que lo apoyen para seguir adelante.
Atravesamos tiempos turbulentos. El filósofo coreano Byung-Chul Han dice que habitamos una enorme burbuja de publicidad y promoción. Que todas las personas hacen marketing de sus vidas en las redes sociales. Y dice que lo que enferma a la sociedad es el exceso de comunicación, de información y de consumo. Vivimos en un escenario social en el que cualquier conflicto, por más aristas que tenga, tiende a simplificarse y a convertirse en una tensión de buenos y malos.
No extraña, así, que polarización haya sido la palabra del año para la Fundación del Español Urgente. La intransigencia y la obstinación parecen haberse convertido en combustible vital de una sociedad incapaz de cambiar o atemperar una opinión simplemente porque rechaza a quien sostiene la contraria a la suya. Dos epicentros polares dividen categóricamente cualquier cuestión.
En el terreno ideológico se secuestran las emociones -a menudo sostenidas en falacias, falsos dilemas y falsedades- para agitar el enfrentamiento. Especialmente se agita la bandera del miedo.
Gran parte del odio que se destila procede de informaciones erróneas o falsas, de 'hechos alternativos' construidos por la propaganda para desacreditar al adversario. También del miedo que excitan en nosotros a que nos ocupen el piso (aunque en Cantabria, por ejemplo, solo ha habido dos denuncias en los últimos meses), nos lo expropie el Gobierno, nos atraque un MENA –infame bautismo para referirnos a menores– o que el dinero público se agote en presuntas 'paguitas' para inmigrantes y otras personas que esos discursos desprecian.
Son discursos que excitan la retórica del miedo y que se propagan desde algunos medios de comunicación tan poderosos como la propia televisión. Quizá no desde los telediarios, pero si desde ciertos programas de entretenimiento.
Y donde hay miedo no hay libertad, por lo que el profesor Byung-Chul Hal considera que podría ser un elemento regresivo para la democracia. Él acaba de publicar un ensayo que propone combatir el miedo con esperanza porque dice que quien tiene esperanza no se deja confundir.
Compartimos una sociedad de furia y ruido cada vez menos reflexiva. Un lugar público en el que los hechos no importan cuando, desafortunadamente, las falsas convicciones del miedo y del odio están por encima de la verdad. Cuando abundan ciudadanos que no quieren que les cuenten la verdad, sino que les den la razón.
A ello se suma la indiferencia. El desinterés de muchas personas que directamente no se informan. Que se entretienen en los medios pero no consideran necesario estar al día de lo que sucede en la sociedad porque, ingenuamente, creen que no les afecta.
Decía Kapuściński que en las guerras las primeras balas que se disparan son las palabras. Que las guerras empiezan cuando cambia el lenguaje. Cuando los bulos sustituyen a los hechos, los insultos al argumento y se propagan hasta desde las propias instituciones y se jalean sin ninguna consecuencia estamos ante un desasosegante naufragio ético.
La reflexión no es un hábito frecuente en nuestro ecosistema, en la realidad líquida de Bauman, veloz y fugaz, precaria y ansiosa. Una sociedad individualista y consumista donde estamos más entretenidos que informados, donde hemos pasado de buscar y seleccionar información a que nos la cuele un algoritmo que decide qué debemos saber y, por tanto, influye sobre qué debemos pensar.
Estos tiempos turbulentos exigen que participemos como ciudadanos críticos en el debate social. Eso implica estar bien informados para poder opinar libremente. La mejor defensa contra estos tiempos turbulentos es la educación. Ahora que Kant cumpliría 300 años se reivindica su audaz proclama: 'Atrévete a pensar'. Eso exige también atreverse a saber.
Dice el periodista Martín Caparrós en uno de sus libros, 'El hambre': “En las ocho horas que usted tardará en leer este libro habrán muerto de hambre en el mundo 8.000 personas. Si usted no lee el libro se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado”. Hace años el reto del periodismo era contar lo que algunos no querían que se supiese. Hoy el desafío es contar lo que muchos no quieren saber.
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*** NOTA: Este texto forma parte del discurso de la decana del Colegio de Periodistas de Cantabria, Olga Agüero, durante la lección inaugural del curso académico 2024-2025 de UNATE-La Universidad Permanente.
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