Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Dos remolques mal aparcados
El sábado pasé muy cerca del edificio del Centro Botín y, a pesar de la tarde desapacible, la lluvia, el viento y el paraguas tembloroso, me impactó profundamente su fealdad. No es que no lo conociese, claro, todos los santanderinos lo hemos visto por narices, ya que los ojos siempre se nos van hacia la bahía, esa niña luminosa pero de rostro a menudo gris, a la que todos amamos desde la primera vez que la vimos.
Supongo que se han escrito ríos de tinta a favor y en contra del proyecto, pero una mirada serena, desapasionada, imparcial, me confirma lo que ya sospechaba cuando vi las infografías y luego cuando empezó a levantarse el edificio: lo rechazo desde mi más profunda santanderinidad.
Dice un proverbio árabe que, antes de hablar, te asegures de que tus palabras sean más bellas que el silencio. Por eso, creo que la visión de estos mastodontes galácticos, que a mí me recuerdan a dos caravanas mal aparcadas, a punto de subir al ferry, de ninguna manera mejora el paisaje que tapa: una de las bahías más bellas del mundo.
No tengo el placer de conocer a la presidenta del Banco Santander, pero algo dentro de mí me susurra que ella estaría siquiera remotamente de acuerdo con esta apreciación mía, fruto de un día lluvioso y torcido, típico de nuestra tierra, batida por los vientos y el mar.
El año pasado, en un examen, a mis estudiantes de Comunicación les propuse redactar una nota de prensa anunciando el abandono del proyecto y la demolición del edificio. Cuando leí los resultados, pensé que si la presidenta del banco hubiera podido leerlos, quizá hiciera realidad aquel ejercicio imaginario.
Muchas veces nos acusan a los montañeses de tirar piedras contra nuestro propio tejado, amparándose en un supuesto bien común o en una visión autodestructiva de Cantabria, pero yo me niego a aceptar ese cargo venenoso e injusto. La Duna de Zaera, por ejemplo, es la otra cara de esta moneda, un proyecto brillante, atrevido, moderno y plenamente adaptado a un entorno que aún embellece. O la restauración del Dique de Gamazo, que recupera una de nuestras señas de identidad y nos devuelve un trozo muy valioso del pasado de esta ciudad que vive -si la dejan- mirando al mar, o eso cantaba Jorge Sepúlveda.
Sobre gustos no hay nada escrito, es cierto, y seguro que hay un amante de las líneas del edificio por cada una de mis torvas miradas al panel de televisión gigante sostenido sobre una de las fachadas. O a esas escaleras de incendios que recuerdan a las calles de Brooklyn, cuando los sharks peleaban a navajazos contra los jets al ritmo de West Side Story.
También puede ser que no me lo merezca, que no sepa yo apreciar las ideas vanguardistas de Renzo Piano, o no sea capaz de ver el futuro de capital cultural coronada que le espera a esta ciudad a pesar de mis quejas. Yo no soy arquitecto y no entiendo demasiado del tema, pero, para empezar, se le podía haber encargado la obra a un cántabro, ¿o es que no tenemos arquitectos en Cantabria?
Igual estoy amargado por el silbido del viento y un poco zumbado por los calores del Sur colándose en la ciudad después de rodear Peña Cabarga. Pero lo siento, el edificio no me gusta un pimiento y creo sinceramente que se podía haber hecho algo mucho más bonito… sobre el suelo más emblemático de la ciudad.
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