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Viñas, lavanda o azafrán, los paisajes culturales agrarios “frágiles y dinámicos” para proteger en Castilla-La Mancha

Paisaje de viñas

Pilar Virtudes

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El paisaje de las viñas en La Mancha, los campos de lavanda de Brihuega, las extensiones de cereal de Castilla tantas veces cantados en los poemas son paisajes culturales agrarios, es decir, obras combinadas de la naturaleza y la humanidad, el resultado de la puesta en explotaciones o transformación del medio por parte de las personas para poder sobrevivir en él.

Así los define Carmen Cañizares Ruiz, profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha y autora junto a Ángel Ruiz Pulpón del libro 'Paisajes Culturales agrarios de Castilla-La Mancha', un trabajo que surge dentro de un proyecto de investigación financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, titulado “Los paisajes culturales agrarios de Castilla-La Mancha como base del desarrollo territorial”.

Según su autora, hay definiciones más precisas como la que ofrece en Plan Nacional del Paisaje Cultural, que los define como la interacción en el tiempo del medio natural y las personas generando un territorio percibido y valorado por sus cualidades culturales que forma parte de la identidad de una comunidad.

El libro habla concretamente de los paisajes culturales agrarios: “En el libro trabajamos paisajes culturales agrarios, pues la ganadería, la agricultura, la explotación forestal, y en paisajes litorales también la pesca ha supuesto una transformación sobre el medio naturales preexisten. El medio ha ofrecido unas condiciones y las personas las han transformado para poder sobrevivir en ellos”.

Castilla-La Mancha es una región poco poblada, dos millones de habitantes para un territorio de casi 80.000 km cuadrados y eso incide en que el paisaje está en general poco transformado en algunas áreas y un poco más transformado en las áreas donde se concentra población.

Según esta investigadora, las zonas de la región “que se vinculan con las actividades agrarias se han transformado a lo largo del tiempo, es decir, casi desde la Prehistoria con la ganadería, después más adelante con la agricultura. Esos paisajes han dejado de tener esa identidad natural en muchas áreas, por ejemplo en la zona central de la región, y se han convertido en espacios aprovechados para el ganado en zonas de pasto, cultivos, donde el medio natural se ha sustituido por el cultivo, o aprovechados desde el punto de vista forestal, por ejemplo, en las zonas donde había bosques y ofrecían recursos como por ejemplo la madera”.

Tras el estudio, puede afirmar que “Castilla-La Mancha es una región muy rica en paisajes culturales agrarios porque las actividades agrarias han sido muy importantes y lo siguen siendo en la configuración del territorio regional”.

Así, el libro aborda “fundamentalmente los paisajes en cuanto se relacionan con los cultivos de la trilogía mediterránea, es decir los paisajes del cereal, los paisajes vinculados al viñedo, y los paisajes del olivar, precisando no solo las características de la actividad económica sino de los recursos patrimoniales que la actividad ha dejado como legado, como herencia”. Además, repasa también “paisajes agropecuarios o pecuarios en la zona del campo de Montiel, paisajes forestales en la zona de Sierra Madrona, paisajes agrarios singulares en relación con dos cultivos, el azafrán y la lavanda, en La Mancha y provincia de Guadalajara”.

El paisaje de las viñas

Si hay un paisaje ligado a este territorio es sin duda el viñedo. “El viñedo es un paisaje absolutamente protagonista, de hecho tenemos el paisaje de viñedo más extenso de toda España y tenemos una producción de vid de vino muy relevante. Eso hace que, obviamente, muchas hectáreas cultivadas con viñedo tradicional y con un viñedo en espaldera que surge en los últimos años, constituyan paisajes de gran singularidad, en ellos venimos trabajando desde hace bastante tiempo y nos interés resaltar no solo la producción de vino y las marcas de calidad vinculadas al viñedo sino muy especialmente el patrimonio que se vincula con esas explotaciones”. Un patrimonio muy rico, así “en el caso del viñedo, la propia viña, que aporta una servicio ecosistémico como la belleza, la armonía, que se empiezan a valorar cada vez más en las visitas enoturistas, pero también determinados elementos del patrimonio material, por ejemplo, algunas bodegas o algunos materiales y útiles de la labranza del vino o el propio vocabulario referido a la explotación de la vid, recursos inmateriales como las fiestas asociadas al cultivo, a la vendimia”, asegura.

Así, por ejemplo, “estas actividades han generado importantes recursos patrimoniales como los molinos de viento, como los silos pintados de cereal que tenemos en Herencia que fueron intervenidos con arte urbano, pero hay otros muchos elementos que son relevantes a la hora de trabajar esos paisajes, construcciones en piedra, las costumbres, los usos, el folclore, hay muchos elementos patrimoniales importantes en torno a esos paisajes”, añade.

En la región también destacan algunos paisajes culturales asociados a la actividad ganadera. “En el libro básicamente trabajamos uno que es el espacio pecuario del campo de Montiel, sobre todo de ganadería ovina, con una herencia pastoril muy importante a lo largo del tiempo, que viene de atrás y que durante la Edad Media tiene una cierta relevancia. De ahí hemos heredado patrimonio material muy singular como, por ejemplo, construcciones de piedra seca, pero obviamente la ganadería en la región es mucho más extensa. Tenemos ganado caprino, vacuno, pero hemos elegido el del campo de Montiel por ser uno de los más representativos”, argumenta.

Los campos de lavanda de Brihuega

Carmen Cañizares destaca uno especialmente bellos. “Uno de los más bellos y estéticos es el de la lavanda y el lavandín en la zona de Guadalajara, en el entorno de Brihuega, porque son cultivos muy vistosos y a esas tonalidad lila va asociado todo un conjunto de sensaciones olfativas que también son muy interesantes. En los últimos años se están conociendo y valorando porque los cultivos son importantes pero también porque los campos de lavanda se integran en la oferta turística a través de rutas, el festival de la lavanda, y eso hace que no solo en Guadalajara sino en algunas otras zonas, poco a poco se conozcan. En el caso de Guadalajara por estar cerca del área metropolitana madrileña el conocimiento puede ser más rápido y de mayor intensidad que en otras zonas del interior más aisladas, siempre que se planifique bien la actividad y ese conocimiento y esas rutas no repercuta en perjuicio para los paisajes sino todo lo contario, en conocerlos e inventariarlos”, asegura.

A juicio de esta estudiosa del paisaje, la población de la región es consciente y valora estos paisajes. “Son conscientes por cuanto estos paisajes siempre han formado parte de la identidad territorial, un ejemplo de que son conscientes es, por ejemplo, la participación de las personas que habitan esos territorios en las propias fiestas y el folclore vinculados a esos paisajes agrarios. Festividades que tiene que ver con el cultivo del azafrán o, por ejemplo, el festival de la lavanda en la zona de Brihuega”, señala.

Dar valor al paisaje

No obstante cree que aún queda mucho que hacer para dar el valor que tienen a estos paisajes agrarios.  “Estamos en una región en la que aún queda mucho por avanzar en la valorización de los paisajes culturales. Si bien la población local sí tiene clara que esa es su identidad, por parte de las administraciones se les ha concedido muy poquito valor a esos paisajes culturales, me parece que esto es fundamental en un futuro”, asegura.

Ante el peligro que puede suponer para algunos de estos paisajes la llegada de parques fotovoltaicos o eólicos, Cañizares considera que “cualquier actuación debiera llevar un informe previo muy importante para ver si es posible la ubicación de determinadas empresas en esas zonas. Evidentemente el que en la ley de paisaje futura que sabemos que se está preparando por parte del Gobierno Regional y sería un avance significativo, que además existiesen figuras, que se pudiesen catalogar como tal, por tanto proteger, inventariar, estudiar como tal algunos paisajes agrarios nos permitiría avanzar en esa valorización que es todavía bastante escasa”.

Además, es que estos paisajes agrarios son estructuras frágiles. “Cualquiera podría estar en peligro en el momento que el patrimonio que esté vinculado a ello es frágil y si no se valora, no se conoce, no se inventaría, es fácil que se destruya porque el suelo cambie de uso simplemente, entonces desaparecen elementos valiosos simplemente porque no se conoce que son muy importantes”, asegura.

Los paisajes, como la historia, como los hombres son cambiantes, en constante evolución, aunque los que están en el libro “tienen una cierta permanencia porque creemos que estos cultivos tienen tradición en la región y se mantendrán en el tiempo”.

Sin embargo, “los paisajes en general son dinámicos, van cambiando a lo largo del tiempo. En el caso de los paisajes culturales son dinámicos, evolutivos, algunos se quedan fosilizados porque simplemente se cambia de cultivo o se dejan en desuso pero en la mayor parte, en los agrarios, están en continua evolución en función de cómo va evolucionando la propia actividad agraria. Los que hemos trabajado en el libro tienen una cierta permanencia porque creemos que estos cultivos tienen tradición en la región y se mantendrán en el tiempo porque la actividad agraria es sólida, pero hemos tenido otros que han ido cambiando, algunos vinculados con la PAC como ha sido los del lino, o los del girasol”. 

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