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Cómo evitar dejar de ser región vitivinícola por el cambio climático

El cambio climático podría provocar que el vino tenga un gusto muy diferente dentro de 50 años, aunque no por eso dejar de ser excelente. Quien lo afirma es Ignacio Morales Castilla, doctor en Ecología por la Universidad de Alcalá e investigador que centra ahora su labor en el análisis de la importancia de la agro-diversidad como herramienta para hacer frente a los efectos nocivos del cambio climático sobre la agricultura y en particular sobre el viñedo.

Morales ya participó en una investigación liderada por la profesora Elizabeth Wolkovich, del departamento de Biología Evolutiva y de Organismos de la Universidad de Harvard y que fue publicada en la revista ‘Nature Climate Change’.

En la actualidad forma parte de un equipo (del que forman parte varios castellanomanchegos) que trata de evaluar qué opciones permite la extensa diversidad de vides de todo el mundo para adaptar el cultivo al cambio climático a través del proyecto ‘Iberian Future Wines’ que busca datos entre las variedades con mayor producción.

“Entre la diversidad de variedades que existe en el mundo y que es muy amplia (hay más de 1.100), tan solo el 1%, unas 11 o 12, las conocidas como variedades internacionales se cultivan de forma amplia”. El resto, apunta, “está infrautilizada”.

Los investigadores se han preguntado hasta qué punto toda esa diversidad que no se utiliza, “que está muy bien documentada” y que se encuentra sobre todo en el sur de Europa puede servir para el reto climático. “Y en concreto, hasta qué punto las variedades españolas pueden adaptarse a veranos más cálidos y con menos precipitaciones”.

Las primeras conclusiones apuntan a que “en España tenemos un gran potencial de adaptación, pero se necesitan datos mejores que los que tenemos para hacer predicciones de futuro con las variedades españolas”. Los estudios se basan los datos sobre el ciclo vital (fenología) de los que ya se disponen en torno a variedades procedentes de Francia como la Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah… y que se refieren a sus procesos floración o maduración.

“Con estos datos podemos diseñar modelos matemáticos o estadísticos para saber qué variedades serán capaces de madurar de manera óptima bajo las condiciones climáticas que experimentaremos en el futuro”. Ahora, con esa base, se trata de aplicarlo a las variedades españolas y predecir cuándo madurarán, en qué condiciones o en qué partes de la Península Ibérica podrían hacerlo mejor.

Los investigadores buscan datos en las bodegas

Hace algo más de un año, el investigador comenzó a trabajar con Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (IMIDRA). La Institución posee una amplia colección de vides y el trabajo se centra ahora en el contacto con bodegas. “Hemos empezado con las centenarias porque poseen un mayor registro de datos en el tiempo, pero también con La Rioja o con la Denominación de Origen de Uclés”.

Son los primeros pasos de una investigación en la que, de forma preliminar, se trata de determinar “si hay o no interés por parte de los productores a la hora de facilitar estos datos y obtener resultados. Parece que ese interés es bastante alto”, subraya con cierta satisfacción porque, recuerda, con el avance científico en el terreno “salimos ganando todos, productores y consumidores”.

Por eso, invita a productores y denominaciones de origen a participar en la investigación. ‘Iberian Future Wines’ quiere ampliar los ámbitos geográfico y ampelográfico, incluyendo regiones productoras y variedades portuguesas, además de otras variedades españolas en su estudio.

De momento, lo que ya se sabe en el sector es que aquellas variedades con fenologías más tardías “tienden a resistir mejor el calor y aunque aumenten las temperaturas pueden llegan a alcanzar un nivel óptimo de maduración”.

Es el caso del Tempranillo, muy distribuida por toda la Península Ibérica y pese a su temprana maduración o su tradicional cultivo en zonas frías, es una de las que mejor toleran el calor. “Es particularmente resistente y todavía estamos tratando de entender bien cuáles son los mecanismos”.

En cuanto a variedades castellanomanchegas como la Bobal o la Airén, el investigador comenta que “parece que están bien adaptadas en relación a la sequía, porque se está solucionando vía riego”. En todo caso, habría que saber qué ocurriría con este tipo de uvas ante una variación en la temperatura.

Denominaciones de Origen y cambio climático

Las Denominaciones de Origen agrupan a los productores de la misma zona vinícola bajo un sello común de calidad controlado por cada Consejo Regulador. En cada caso, una normativa interna específica determina el tipo de uvas autorizadas; la graduación alcohólica máxima o mínima y hasta el tipo de acidez, entre otras muchas cosas.

El cambio climático podría provocar que estos organismos tengan también que adaptarse en el futuro y cambiar su reglamentación. “Sabemos que son reacias a cambiar las listas de variedades que se puedan cultivar en una región determinada”, reconoce el investigador, quien apunta que existen variedades griegas muy resistentes. “Se podría recurrir a ellas, pero con las que tenemos en la Península debería bastar”.

En su opinión, “una buena noticia” es la posibilidad de “popularizar variedades que no se conocen fuera y empezar a cultivar en el Nuevo Mundo donde ya están teniendo problemas con variedades francesas más tempranas porque maduran demasiado pronto y en condiciones poco óptimas”.

Es bastante probable que a medida que conforme avancen los efectos del cambio climático, dice el investigador, “cambien también los hábitos del consumidor” aunque muchos productores no quieran ni oír hablar del tema. Será inevitable que muten los gustos en torno al vino y también las necesidades de ir cambiando las plantaciones de viña en el horizonte del año 2100.

El cambio climático podría provocar que el vino tenga un gusto muy diferente dentro de 50 años, aunque no por eso dejar de ser excelente. Quien lo afirma es Ignacio Morales Castilla, doctor en Ecología por la Universidad de Alcalá e investigador que centra ahora su labor en el análisis de la importancia de la agro-diversidad como herramienta para hacer frente a los efectos nocivos del cambio climático sobre la agricultura y en particular sobre el viñedo.

Morales ya participó en una investigación liderada por la profesora Elizabeth Wolkovich, del departamento de Biología Evolutiva y de Organismos de la Universidad de Harvard y que fue publicada en la revista ‘Nature Climate Change’.