El innovador marqués del siglo XV que ha conquistado el Prado
El Prado dedica por primera vez una exposición a la figura del marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza (Carrión de los Condes, 1398-Guadalajara, 1458), en colaboración con la Biblioteca Nacional y la Comunidad de Madrid.
Hasta el próximo 8 de enero, en la sala 57 del edificio Villanueva del Museo del Prado, ‘El marqués de Santillana. Imágenes y letras’ ofrece la posibilidad de conocer mejor al personaje, su legado y su influencia en la cultura del siglo XV. ¿Pero por qué dedicarle toda una exposición? ¿Cuáles fueron sus méritos?
“El marqués de Santillana es una de las personalidades más atractivas de la promoción cultural”, explica Joan Molina, jefe del Departamento de Pintura Gótica Española del museo y comisario de la muestra. Fue un bibliófilo y gran coleccionista de manuscritos de lujo “en cantidad y variedad de tendencias estéticas”.
Pero este noble no fue solo uno de los principales promotores culturales de la época. El cronista provincial de Guadalajara, Antonio Herrera Casado, explica que “fue una persona muy inteligente que organizó muy bien sus intereses y que protegió las artes y las letras. Su labor puede considerarse el origen del Renacimiento en España”.
Jugó un papel destacado en la política del siglo XV y en las intrigas de una época convulsa en las disputas del poder. De él se dice que provocó la caída del poderoso valido del rey, Álvaro de Luna.
Cuenta el cronista provincial que Hernando del Pulgar le describe como “un hombre bien parecido, más bien bajito pero muy listo y dispuesto”, en su obra ‘Claros varones de Castilla’ (1486). “Era una persona muy medida y cavilosa, muy equilibrado” que además “supo estar en cada momento en lo que debía. A veces defendiendo al rey, a veces en contra”.
“Nació en Carrión de los Condes (Palencia) por circunstancias familiares pero sus ancestros habían estado siempre vinculados a Guadalajara”, señala Herrera Casado. Su padre fue Pedro Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla, y su madre Leonor de la Vega.
En 1445 el rey Juan II de Castilla, padre de Isabel La Católica le concedió el marquesado de Santillana y a partir de entonces logró hacerse con un importante patrimonio que le permitió ciertos dispendios para satisfacer su afición a los manuscritos de lujo.
“Su vida fue muy ajetreada pero siempre que podía se retiraba a sus casas mayores en Guadalajara, en la parte baja de la ciudad, junto al templo de Santiago y otras iglesias y al lado del Alcázar de la ciudad. En uno de esos retiros, con poco más de 50 años, murió”, explica el cronista.
El lugar ya no existe porque en el mismo lugar su nieto Íñigo López de Mendoza las derribó y construyó el actual Palacio del Infantado. “El nombre y apellido del nieto y del abuelo fue muy común, hasta el punto de que mediado el siglo XVI había 15 personas en España que se llamaban igual. A los historiadores nos dejó un lío gordo”, bromea.
Los libros de lujo en el siglo XV, “artefactos” para tejer alianzas políticas
La exposición del Prado es “un homenaje intelectual” a dos grandes figuras académicas recientemente fallecidas. Por un lado, Javier Docampo (1962-2020), historiador del arte, bibliotecario vocacional e investigador vinculado al Prado y a la Biblioteca Nacional. además de asesor del Libro y Bibliotecas en la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Falleció en 2020 víctima del coronavirus. Por otro, Fernando Villaseñor Sebastián (1979-2019), doctor en Historia del Arte por la Universidad de Salamanca.
El proyecto busca “dar una alternativa a las exposiciones tradicionales del Museo del Prado que siempre se focalizan en artistas. Esta vez se trata de un promotor cultural”, pero es también la excusa para hablar del libro de lujo de hace seis siglos. Los manuscritos iluminados procedían de maestros del último Gótico, otros del Naturalismo flamenco y también del Renacimiento italiano. “Nos da idea de que se trataba de alguien con gusto cosmopolita, plural… Como el propio siglo XV, tan poco homogéneo en lo artístico”, explica el jefe de Gótico de la pinacoteca nacional.
Para Molina “fue un artefacto que señaló el estatus social. Para nobles humanistas el libro no era solo un vehículo de conocimiento sino un objeto que usaban para tejer alianzas, de manera diplomática. En definitiva, para hacer política”.
En el siglo XV, explica este especialista en cultura visual en la Baja Edad Media hispana, “los manuscritos se regalaban. Eran muy codiciados y tenían un gran valor. Son suntuosos en sus encuadernaciones, en la caligrafía y en las pinturas o iluminaciones”.
El marqués de Santillana dejó una fabulosa biblioteca. Todos eran bellos libros manuscritos que acumulaba en su palacio en Guadalajara. No llegó a conocer la imprenta, pero la suya llegó a ser la biblioteca peninsular seglar más rica de la época.
En la muestra se exhibirán once de los más importantes de los que se conservan. Algunos de ellos podrán verse cerrados para poder contemplar el detalle de sus ricas encuadernaciones. Entre ellos, la Historia Gothica, considerada la cumbre de la historiografía medieval latina producida en España. El marqués se hizo con este antiguo códice, obra del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, ‘el Toledano’.
Se desconoce el número de ejemplares que llegó a poseer. En su testamento ordenó venderlos todos para saldar deudas y para obras piadosas. Todos excepto un centenar. “La dispersión llegó con su muerte, aunque expresamente dejó un centenar de libros a su heredero, el I duque del Infantado”, explica Molina. Hasta nuestros días han llegado 73. La mayoría se encuentran en la Biblioteca Nacional, aunque hay diez repartidos por otros puntos de España y de Europa.
Curiosamente al marqués no se le daba nada bien el latín, pero sí manejaba con soltura con el catalán, el francés y el italiano. Y esa sólida formación cultural le permitió forjar una obra literaria que está considerada, junto con las de Juan de Mena y Jorge Manrique, como una de las cumbres del prerrenacimiento castellano.
En poesía, destacan sus sonetos, sus conocidas ‘serranillas’, canciones líricas, poemas dialogados, dezires narrativos o los proverbios. Y en prosa compuso el interesante Prohemio e carta al Condestable de Portugal, una obra con la que Íñigo López de Mendoza se convirtió en el primero en abordar la historia de la literatura en distintas lenguas romances.
Introdujo en Castilla el moderno espíritu humanista italiano, mediante la adquisición, traducción y copia de las obras de sus principales representantes y de los clásicos grecolatinos. El camino iniciado por el marqués de Santillana lo continuaron sus descendientes. “Fue el promotor de que después los Mendoza, sus herederos, se interesasen por la introducción de las novedades artísticas italianas”, reconoce Joan Molina.
Las pinturas
El monumental retablo de los Gozos de Santa María preside la muestra. El Prado lo tiene en depósito tras una cesión del XIX Duque del Infantado, Íñigo de Arteaga y Martín. Obra de Jorge Inglés, un autor del que apenas se sabe nada, fue un encargo del marqués de Santillana en 1455. “Se ha estudiado y se trata de ponerlo en valor porque es una obra muy particular y excepcional”. No solo porque es Retrato sino porque incluye texto de la obra ‘Gozos de Santa María’ de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita.
Junto a él pueden verse otras pinturas singulares. “Hemos traído cuatro tablas de colecciones particulares. La más significativa es ‘San Jorge y el dragón’ que por primera vez se exhibe en España desde su adquisición por parte de la Leiden Collection de Nueva York.
“Originalmente se encontraba en el mismo espacio que el retablo, en la iglesia del antiguo Hospital de Buitrago”, explica Joan Molina. Formó parte de un tríptico dedicado a los ‘Santos Caballeros. “Sabemos que estaban representados Santiago, San Sebastián y San Jorge de gran culto en la Edad Media y que evocan la personalidad caballeresca de Íñigo López de Mendoza”.
Su estudio ha sido la “clave de bóveda” para desentrañar el origen de Jorge Inglés, pintor del marqués, que probablemente se formó en el mundo germánico. “También queremos mostrar que el paisaje artístico castellano en el siglo XV era muy variado. No podemos reducirlo a la etiqueta de lo hispano-flamenco porque es un espacio en el que trabajaron otros maestros como Jorge Inglés”.
La huella del marqués en Guadalajara
Íñigo López de Mendoza pertenecía a dos de las casas nobiliarias más poderosas de Castilla, según explica la Real Academia de la Historia: “La de los Mendoza, con solar a dos leguas de Vitoria y ricas posesiones en Guadalajara y Madrid, y la de la familia de la Vega, oriunda de Asturias y con propiedades extensas en las actuales provincias de Asturias, Cantabria, Burgos y Palencia”. Pero fue especial su apego a Guadalajara, donde murió.
Era también “un gran coleccionista de armas”, apunta Herrera Casado. Su gran armería desapareció casi por completo en el siglo XVIII cuando ardió el palacio del que fuera hijo del marqués de Santilla, el cardenal Mendoza. Estaba frente a la concatedral de Santa María en Guadalajara y “era una de las joyas del proto renacimiento español”. Hoy es un gran aparcamiento en superficie en pleno centro de la ciudad.
El marqués de Santillana reconstruyó por completo las defensas de Hita. “Hoy solo queda una puerta”, señala el cronista provincial. “También mandó construir el castillo y la muralla de Palazuelos. Está intacto. Es uno de los lujos de los pueblos de la provincia”, en lo que hoy es una pedanía de Sigüenza. Además, encargó la reconstrucción de la iglesia de San Francisco en Guadalajara capital. Hoy forma parte del conocido como Fuerte San Francisco (antiguo centro militar).
“Fue el artífice de su iglesia gótica. En su presbiterio colocó los restos de sus antepasados y mandó enterrarse allí”. Allí estuvieron los Mendoza hasta que una tataranieta encargó trasladarlos a un subterráneo que fue expoliado por los franceses durante la guerra de la Independencia. “El conjunto de huesos se llevaron a Pastrana. No sabemos si entre los restos están los del marqués”.
Actuó también como impulsor y protector del Monasterio Benedictino de Sopetrán, junto al municipio de Torre del Burgo, que también tuvo una espectacular iglesia gótica de la que “solo quedan las basas de las columnas y parte del claustro. Iba a ser el panteón familiar”, explica el cronista.
Guadalajara era un realengo en la época en el que el monarca Juan II, padre de Isabel La Católica, poseía un Alcázar custodiado por el marqués. Hoy es apenas una ruina.
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