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Se ha hablado estos días de España como Estado fallido. Siendo esta una impresión creciente desde hace tiempo entre ciudadanos atentos a lo que ocurre a su alrededor, el debate ha sido espoleado ahora por opiniones de analistas políticos en el exterior, que así lo han expuesto o sugerido en sus artículos para descrédito de nuestro país. Los cuales han venido así a coincidir con el diagnóstico que ya desde el interior del problema algunos habían hecho.
Cualquiera puede constatar en primer lugar que lo que nos ocurre es grave. Y también, si es imparcial y mira la cuestión sin anteojeras, comprende enseguida que esto que nos ocurre, de gravedad incuestionable, no es algo que sobrevenga de la noche a la mañana, sino que se fragua o se viene fraguando desde hace tiempo (quizás décadas), si bien hasta ahora ha estado más o menos disimulado y oculto.
Sostenido en su falsa apariencia de salud por alfileres. Por otra parte, los consensos y silencios alimentados por la corrupción, se han parapetado demasiado tiempo tras lo que ha dado en llamarse el “centro moderado”, esa gran máscara del extremismo neoliberal.
Ha bastado una crisis como la que supone la pandemia actual (un golpe duro sin duda), que vino a sumarse al destrozo causado por la estafa financiera y el austericidio, para poner en evidencia que el rey, nuestro rey, estaba desnudo, por decirlo con el cuento del Conde Lucanor, que aunque sea cuento moral, dadas las características de nuestra jefatura del Estado (fallido), sus oscuras operaciones de negocios y su fuga, nos viene muy al pelo.
Y es que en definitiva y como hemos podido comprobar, no solo el rey estaba desnudo y los cortesanos mudos y ciegos (voluntarios), sino que las vigas del edificio estaban podridas, cosa que ya manifestó Pujol cuando se cayó del árbol a caballo de una rama tronchada. Por tanto, una cuestión importante es dilucidar si España es un Estado fallido o un Estado saqueado. Y en este último caso ¿Cuándo empezó el saqueo? ¿Con Filesa? ¿Con la Gurtel? ¿Con los ERE? ¿Con las privatizaciones y sus puertas giratorias? ¿Con los oscuros negocios del rey emérito, de los que el actual rey era heredero y beneficiario, al menos hasta que renunció a la herencia con motivo de descubrirse el asunto, que si no de qué? ¿Empezó con el PP? ¿Con el PSOE? ¿Con el PPSOE? ¿Con Bárcenas? ¿Con Naseiro? ¿Con todos y cada uno de los tesoreros del PP? ¿Con Villarejo quizás? ¿Empezó cuando el senador Cosidó, del PP, comunicó a sus colegas que al menos ellos toquetean a los jueces del Tribunal Supremo por detrás, como si tal cosa?
¿O cuando el PSOE y el PP, más colaboradores tipo VOX, impidieron que se investigaran los asuntos del emérito huido? ¿Empezó o mas bien continuó con la reforma nocturna y casi a escondidas del artículo 135 de la Constitución, que adjudicó el pago de la estafa financiera (neoliberal) a sus víctimas? Es decir, a los ciudadanos de a pie, trabajadores, y servicios públicos, que por ello mismo ahora se han mostrado impotentes y vulnerables, y han fallado.
¿O va a resultar que el Estado fallido empieza ahora, con el nuevo gobierno, que se encuentra con todo eso, acumulado y a sus espaldas (un muerto en el armario) con el añadido de la pandemia? Quizás la paradoja del Estado fallido consiste en que los que califican a otros de antisistema peligrosos, poniéndose ellos la etiqueta de centro moderado, “constitucionalistas”, y padres de la patria, son los que por turno y al alimón, han llevado a nuestro Estado a la ruina y a ese Estado fallido. Por sus obras los conoceréis, y no por sus títulos.
El informe o auditoría del relator especial de la ONU para la pobreza extrema y los derechos humanos, Philip Alston, es anterior a la pandemia, y refleja los efectos y consecuencias en nuestro Estado (fallido) de la política llevada a cabo con anterioridad a este gobierno, señalando ya la fragilidad de nuestros servicios públicos por el austericidio impuesto, y la desprotección de los ciudadanos, hecho este último definitorio de un Estado fallido.
Y es que tanto los ancianos en sus residencias, como los sanitarios en sus puestos de trabajo, como muchos otros ciudadanos, se han encontrado desprotegidos por un estado de cosas (Estado fallido) previo, que ya ese informe describía y denunciaba como muy peligroso. De esa pesadilla neoliberal nosotros aún no hemos despertado del todo. Pero es la misma pesadilla de la que ahora intentan despertar los chilenos, y la misma que ha llevado a USA, con Trump como punto final de todo el proceso, a sus tiempos más oscuros.
Y qué envidia esos países que nos rodean (Chile, Italia ....) que con total normalidad organizan referéndums para aquellas cuestiones y reformas que les importan y que sólo el pueblo debe decidir. Al lado de estos ejemplos, tan normales y habituales en los países de nuestro entorno, el nuestro parece esclerótico cuando no embalsamado. Nuestro régimen huele a naftalina y despide un tufo a cámara frigorífica.
Lo que no se mueve y orea se echa a perder. Que aquellos que en nuestro país apoyaron el golpe de Estado en Bolivia aún no hayan pedido perdón, es un síntoma más de un Estado fallido por actitudes políticas muy concretas y muy poco moderadas. Pareciera que tras hacer fallar a nuestro Estado, aspiren a que falle el de los demás. Cada cual es responsable de lo que hace y decide en el tiempo en que puede decidir y hacer. Pero los países, como los individuos, como el propio planeta, son entes históricos. Y por ello, todo análisis o auditoría debe ser histórica. Por poner un ejemplo: del deterioro del planeta con que se encuentren nuestros nietos, vamos a ser responsables nosotros, no ellos.
En cualquier caso el término “Estado fallido” hace referencia al fracaso del hecho colectivo. ¿Y puede extrañar cuando lo que ha estado de moda en el pasado reciente y no tan reciente es el acoso al Estado como hecho colectivo, prefiriendo promocionar un individualismo de tipo egoísta y selvático, es decir aquel que no quiere reglas ni regulaciones, ni siquiera las que protegen y promueven el interés general de todos? Venimos de una normalidad donde la privatización y las privatizaciones han parecido lo “moderno” y posmoderno, y los impuestos que sostienen los instrumentos públicos del bienestar y el interés colectivo, han parecido lo “retrógrado” y desechable.
Es curioso que los que han coincidido en defender la política neoliberal, han coincidido también en las puertas giratorias, la corrupción, la inquina contra los impuestos, y el saqueo del Estado. Ha sido necesaria una amenaza colectiva como la que implica una pandemia, donde lo amenazado es la salud pública de todos y cada uno de nosotros, donde no hay compartimentos estancos ni en última instancia refugios personales seguros, lo que nos ha venido a recordar la importancia de la cooperación y de la solidaridad, porque todos dependemos de todos.
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