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Estados de shock

Camas preparadas en Albacete

Marta Romero Medina

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Esta gripe no la olvidaremos nunca.

Con la llegada de un virus cuyo nombre, COVID, evoca tiempos mucho mejores, con aquel Cobi de nuestra Barcelona del 92, con la llegada de este coronavirus, España ha quedado no solo en estado de alarma, sino también en estado de shock. Lo de la alarma viene impuesto desde instancias gubernamentales, y va desplegándose y detallándose con el paso de los días. Mucho se puede decir de este estado, quizás en otro artículo. Pero hoy me detengo más en el otro, en el estado de shock. Mucho más personal, su vivencia depende mucho de la situación de cada uno, del carácter y actitud, del entorno en el que vivamos, de nuestra situación laboral y familiar.

Cada uno de nosotros estos días hemos hecho nuestro trabajo, por medios propios o con ayuda de las mil y una opciones propuestas por la colectividad en que vivimos, para no solo hacer más llevaderos estos días, sino incluso sacarles algo de partido. Salir enriquecidos de todo esto, riqueza personal se entiende, porque todo apunta que en lo material el empobrecimiento será inevitable.

El estado de shock surge ante una situación inesperada y de fuerte impacto. Una trabajada resiliencia, palabra tan de moda en los últimos tiempos, puede ser de gran ayuda para una situación tan repentina como inquietante, por el presente y el futuro que nos deja.  La de mayor calado hoy en día, las posibles pérdidas de seres queridos. Porque estos días no solo nos están creando un escenario fílmico al que nos vamos acostumbrando para desplegar nuestra vida cotidiana. Estos días nos enfrentan a un dilema emocional en un momento transcendental e inevitable de la vida como es la muerte.

La muerte, la forma de morir mejor dicho, también ha quedado confinada estos días. Más duro que la vida en confinamiento, que según las circunstancias personales puede tener sus muchas aristas positivas, lo más terrible de esta crisis, al menos en el presente, la cara más triste llega sin duda con el aislamiento al que sometemos a los enfermos, aislados hasta la curación o la muerte. Es una circunstancia demoledora. Para la persona sobre la que cae su mano negra, y para la familia y seres queridos.

El gran mal de este virus no es que mata, que también, aunque la realidad de la vida es que de algo hay que morir, lo terriblemente triste es que nos aísla, y justo cuando más indefensos nos podemos sentir, cuando estamos enfermos o moribundos, nos aísla total y radicalmente. Si afortunadamente el virus no se cuela en el punto débil de nuestras células, si nuestro organismo es medianamente fuerte y no tenemos mala suerte, lo pasaremos mal estando aislados, nuestros seres queridos vivirán el proceso con lógica preocupación, pero sobreviviremos, podremos volvernos a mirar a la cara, besarnos y abrazarnos como siempre hemos hecho.

Pero, ay, si el virus entra en un organismo debilitado, aprovecha la ocasión, ya lo estamos viendo, y ataca sin piedad. El aislamiento se complica, serán días de hospital en una UCI o en la cama solitaria de un hospital sobrevenido, en contacto solo con personal sanitario cargado, cuando puedan, de material de protección. Sin una persona querida que les coja la mano, que les consuele en esos últimos momentos.

El número de personas fallecidas es grande, pero no tanto en términos relativos. El pasado 2018 se estima que murieron en España 15.000 personas como consecuencia de un proceso relacionado con la gripe. Lo realmente difícil, lo que nos lleva a que se nos salten las lágrimas si pensamos en alguien cercano o lejano, es la forma en que estos días está muriendo nuestra gente, mayores y no tanto. Lo que carcome por dentro es ponerte en la piel de esos enfermos en el hospital, y la de los familiares y amigos esperando una noticia. Y la llamada, la temida llamada confirmando que la vida de esa persona tan querida se ha extinguido y nadie le pudo decir adiós.

La mayoría, la gran mayoría, son nuestros mayores. A muchos llevamos años cuidándolos, pensando que quizás éste sí sería el último año que podríamos celebrar juntos. Pero nunca, nadie, hubiera podido imaginar este final tan cruel e indigno, para ellos y para nosotros.

Sin duda, esa es la gran lanza que atraviesa estos días el corazón de todo un país. ¿Estáis bien? Es la pregunta inevitable que nos hacemos. Luego ya viene lo demás, la vida en crisis. Pero y qué triste muerte.

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