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En estos días parece que todo puede suceder. Los héroes a los que aplaudimos en los balcones últimamente son al mismo tiempo insultados o invitados a irse de sus casas por unos vecinos invadidos por el mensaje de miedo que, junto al virus, campa a sus anchas, mata por dentro y reseca el alma.
Los mensajes de odio ya ni se matizan ni se ocultan, como si al lanzarse muchos de ellos desde una platea de diputados ya los hubiéramos legitimado y existiera manga ancha para extenderlos y aceptarlos por redes sociales y medios de comunicación, algo a lo que comenzamos a acostumbramos, y ya se ha convertido en tristemente normal. Los bulos están a la orden del día, se siembran informaciones falsas, para arraigar y crecer más allá del desmentido, que parece no importar o llegar a casi nadie.
Sí, estos días ya inquietantes de por sí, estamos siendo objeto de un bombardeo de malestar sobrevenido que se añade al de un confinamiento y virus del que se va aprendiendo sobre la marcha. Ante este maremágnum de realidad distópica, desde el inicio de la misma, la tabla de salvación para muchos de nosotros fue sin duda la cultura. Y por suerte, sus principales agentes han estado ahí para servírnosla en bandeja.
Se han organizado conciertos para todos los gustos y edades, recitales de poesía, cuentacuentos, espectáculos circenses, apertura virtual de museos, explicaciones temáticas de cuadros y diversas obras artísticas, retos creativos, ópera en abierto, muchas bibliotecas han hecho todo lo posible por hacer llegar su material escrito y audiovisual a nuestras casas, los músicos se han puesto manos a la obra en improvisaciones en directo desde el balcón, los balcones que tanto están dando de sí estos días. Los libros, el mejor amigo del hombre y la mujer en esta crisis.
Aferrarse al deleite estético del arte es la mejor forma de nutrirnos y defendernos frente a la confusión de estos días, pero también frente al uso manipulativo que no pocos están haciendo en su favor. El miedo y el odio son emociones muy potentes que siempre han servido para movilizar o paralizar a las masas.
Para evitar entrar en ese juego, para mantenernos como individuos y no como integrantes de esa masa, la cultura se nos presenta como una herramienta única, de gran eficacia y pervivencia en el alma. Cultivarla estos días resulta especialmente importante para mantener nuestra humanidad lo más enriquecida posible.
Pero no olvidemos a sus agentes. La precariedad en el mundo de la cultura es ya un tema manido, no por su irrelevancia sino por su costumbre. No son pocos los sectores culturales que crean, literalmente, por amor al arte, porque vivir de ello resulta difícil.
Esta crisis nos va a traer un escenario difícil. Hay brotes verdes, puede que algunas personas aprendamos algo de todo esto, pero no nos engañemos, también habrá que luchar y mucho contra el uso interesado y desaforado del miedo y el odio. Para ello necesitaremos un refugio donde recuperar fuerzas, coger nuestra bomba de oxígeno. Necesitaremos mucho arte, cultura, todo lo posible será poco.
Y para ello tenemos que cuidar a los agentes, promotores, difusores. Si permitimos dejar caer al mundo de la cultura en esta crisis, habremos abierto una franja mortal en el camino del crecimiento individual y social.
Hace unos días vivimos un parón promovido por distintos sectores culturales para hacerse oír, para no caer en el abandono al que les estaba abocando el propio ministro de su ramo. Decir que en estos momentos la cultura no es prioritaria, es dar inicio al juego de la ruleta rusa con una parte esencial de nosotros. Cuidemos de nuestro entorno cultural, cuidémonos.
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