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Cuando iba al colegio, nos enseñaban que el “Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel” obtenía su agua de tres fuentes: el río Guadiana, el río Gigüela y el acuífero 23. Ya en el instituto, nos explicaron que el río Gigüela aportaba agua salada a Las Tablas y el Guadiana agua dulce, lo que daba lugar a un ecosistema excepcional que había llevado a su protección como Parque Nacional en 1973.
También se nos decía que el Gigüela tenía carácter temporal, mientras que el Guadiana aportaba agua de forma continua. No fue hasta que terminé mis estudios universitarios y realicé un curso de 'Monitor de Educación Ambiental', cuando descubrí, a través de los técnicos que trabajaban por aquel entonces en el parque, el término “pozo alegal”, un eufemismo que hizo reír a todos los alumnos presentes.
Hoy en día, sé que la realidad es más compleja. Que el que el Guadiana irrigue Las Tablas depende, además de las lluvias, de que la temporada agrícola de regadío termine y dé un respiro al acuífero 23. También, de que el río Azuer, afluente del Guadiana, aporte agua a éste. Para ello, el pantano de Vallehermoso debe estar a rebosar, permitiéndosele desembalsar al Azuer. Para finalizar, y como último cartucho en situaciones de emergencia, se puede recurrir a un trasvase desde el acueducto Tajo-Segura.
Toda esta complicada interrelación de masas de agua, que ocurre en cualquier sistema hidrológico, se consiguió reflejar muy bien en la Directiva Marco del Agua (Directiva 2000/60/CE), con fines de mejorar la protección medioambiental de los recursos hídricos europeos tratándolos como una entidad compleja y no como reservas de agua independientes. Directiva que, por cierto, el Partido Popular Europeo quiere reformar “a peor”, porque les parece demasiado proteccionista con el medio ambiente. Dicho de otra forma, se lo pone muy difícil a las grandes empresas de infraestructuras para desarrollar sus proyectos.
A día de hoy, Las Tablas tienen encharcadas 450 hectáreas de las 1.850 posibles. Según el director del Parque, Carlos Ruiz de la Hermosa, esta escasez de superficie inundada se debe a que no se recibe agua ni del acuífero 23, ni del Guadiana, ni del Gigüela. Añade que la situación sólo puede revertirse con lluvia o con un aporte del Acueducto Tajo-Segura. Me parece una solución muy parecida a las que nos daba el gobierno nacional anterior respecto a otros problemas de nuestra sociedad: cuando llueva y haga viento, bajará el recibo de la luz porque se pondrán en marcha las energías renovables; recemos a la virgen para que salgamos de la crisis...
¿De verdad nos tenemos que atener a la providencia, divina o no, para salvar un Parque Nacional? ¿Debe depender su ciclo natural de una trasvase proveniente de un acueducto tan polémico (y artificial) como el del Tajo-Segura? ¿Queremos ver otra vez a nuestras principales organizaciones ecologistas demandar la retirada de la figura de protección de Parque Nacional a “Las Tablas” para concienciar a la ciudadanía de un problema de gestión que dura décadas?
Recuerdo cuando llevé la primera vez a mi cuñado, que es cordobés, a conocer “Las Tablas”. Hará de eso algo más de 20 años. La decepción que se llevó al comprobar la escasez de agua que presentaban le hizo apodarlas “El Parque Nacional de los Cardos de Daimiel”, pues era la vegetación predominante en aquel secarral. Rememorar esa anécdota me ha hecho echarme atrás muchas veces a la hora de llevar a amigos y familiares foráneos a visitarlas.
Sin embargo, el sábado pasado fui con mi familia ciudadrealeña a dar una vuelta por Las Tablas, como hacemos desde hace unos años por estas fechas para observar la llegada de las grullas. Quería aprovechar la ocasión para llevar a cabo una sesión de educación ambiental con mis sobrinos, de 14 y 12 años, enseñándoles las especies de aves presentes a través del telescopio. Tuvimos que acudir a la “Laguna Permanente” para poder ver algún animal (aparte de las grullas que sobrevolaban), aunque el área inundada no era mucha tampoco allí.
Vimos cinco o seis patos, tres gallinetas, cuatro espátulas, una garza real y, afortunados de nosotros, una nutria dando un garbeo por entre el carrizo antes de sumergirse en el agua. Mi familia regresó a casa encantada gracias a esta última observación. Lástima que no viniese mi cuñado, tenía que trabajar.
Yo, sin embargo, me sentí decepcionado por las pocas especies y la escasez de individuos de cada una de ellas que presenciamos, y no paraba de pensar en la razón que tenían los ornitólogos ciudadrealeños al preferir la laguna de Navaseca, también en Daimiel, las de Alcázar de San Juan o el pantano del Vicario, todas ellas masas de agua artificiales, como sitios idóneos para la observación de aves acuáticas.
No quiero volverme a sentir decepcionado por el estado de conservación de nuestro Parque Nacional. Por favor, dejemos su gestión en manos de los que saben de eso. Escuchemos a la voz de la experiencia de investigadores, profesores y técnicos implicados en la gestión de los recursos hídricos naturales. Esto es una llamada de socorro. S.O.S.