Decía Ocaña, el cada día más reivindicado pintor y performer queer de las Ramblas, que aunque la gente le llamaba travestido él no se consideraba como tal, sino que se sentía un “teatrero”, alguien que necesitaba hacer de la vida un perpetuo acontecimiento artístico. Así expresaba el artista andaluz el espíritu libertario y celebrativo que se respiraba en los barrios populares de Barcelona en la década de los setenta, donde los mitos y roles de la cultura mediterránea, aplastada por el franquismo y el catolicismo, se reinventaron en una explosión de luz, color y anarquía.
Todavía hoy regresan a la memoria de las calles del Raval y Ciutat Vella los recuerdos de aquellos escandalosos happenings que Ocaña realizaba en plena Transición con amigos como Nazario, a los que arrastraba a circular, con aparatosos trajes de faralaes y mantones de colores chillones, rambla arriba y rambla abajo, suscitando insultos y aplausos de los paseantes a partes iguales.
Pero antes que Ocaña, del que actualmente se celebra una interesante retrospectiva en la Galería Mayoral de Barcelona, antes incluso que Marina Abramovic convulsionara el mundo del arte con sus performances extremas, estuvo Gonçal Sobrer. Es el primer performer del que se tiene noticia en el Estado español, concretamente en 1966 y en otra rambla de la ciudad, menos conocida pero entonces igual de popular: la del Poble Nou.
El primer 'happening' español sucedió en el Poble Nou
“Lo montamos entre cuatro amigos y una amiga porque la Casa del Jubilado del barrio nos contrató para distraer a los viejos”, asegura Gonçal Sobrer a sus 92 años, sentado en la butaca de su casa, desde la que divisa la catedral de la Sagrada Familia. Prosigue explicando que “nos vestimos los chicos de etiqueta y a la chica la envolvimos en papel de regalo; después a mí me echaron un montón de yogures por la cabeza y todos empezaron a lamerme”. “Los viejos se quedaron atónitos”, agrega con sonrisa pícara.
Según explica la ya fallecida historiadora del arte Montserrat Sintes i Bou en su libro Gonçal Sobrer, un rebel sense pebrots. Pintures i fets (Edicions del Archiu Històric del Poble Nou, 2011), en el acontecimiento, que pretendía dar a conocer las nuevas generaciones de pintores del barrio, participaron además de Sobrer, el pintor surrealista Francesc Gironés, el poeta Francesc Domingo, la pintora Pilar Leita, el actor, y después monje en el monasterio de Núria, Rafael Orri y el escritor( y hermano de Gonçal) Josep Miquel Sobrer.
Además, el acto contó con la presencia del cantautor y escritor Josep Maria Espinás –que, según Sobrer, “huyó despavorido al contemplar aquello”– y prosiguió con la lectura de poesías por parte de Pilar Leita, que las definió como “poesía pop-art vertical” y “poesía pop-art horizontal”. Para acompañar el evento se sirvió una “chorizada cocktail”.
Se trata del primer happening en suelo español del que se tiene noticia. Coincidió en el tiempo con la revitalización de las perfomances –ya ampliamente explotadas en el París de principios del siglo XX por los surrealistas y los dadaístas– por parte el grupo Fluxus, del que formaron parte artistas tan importantes como Joseph Beuys, Georges Maciunas, John Cage o Yoko Ono. Sin embargo, Sobrer asegura que ellos desconocían por completo la existencia de este movimiento.
La Danza del fusilamiento
Antes de esta muestra, en 1964, organizó con otros pintores del barrio una carpa de baile (envelat) en cuyas paredes colgaron sus cuadros. “Invitamos a Els setze jutges (grupo fundacional de la nova cançó catalana), además del poeta Pere Quart –que finalmente no acudió porque el poder le censuró– y otras personalidades, y recitamos poemas”, relata.
También realizó una exposición en 1965 en el Ateneu de Barcelonés que bautizó como art xava. La palabra xava hace referencia a lo chavacano y sirve para definir despectivamente a los habitantes de Barcelona, sobre todo por parte de los de Girona. Con ella quiso mostrar las pinturas que reflejaban escenas del Poble Nou de aquellos tiempos, aunque asegura que la muestra “no tuvo éxito de crítica pero sí de público”.
De todos modos, tal vez su otra obra conceptual más destacada, por su conexión con el actual arte corporal y de acción, y por su mensaje crítico y muy oportuno en estos tiempos de reivindicación de la memoria histórica, sea la llamada Dansa de l'afussellament (danza del fusilamiento), también de 1966.
“Me fui con un fotógrafo al Camp de la Bota e improvisé una danza en la que repetía los gestos que hace una persona cuando la fusilan mientras el fotógrafo me retrataba”, rememora Sobrer. El Camp de la Bota era una zona de chabolas entre el mar y el Poble Nou en la que tras la Guerra Civil el franquismo fusiló a 1734 personas, todas ellas presas políticas. Actualmente se sitúa allí el edifico de l Fòrum de les Cultures.
“De pequeño, en la noche, oía desde mi habitación los camiones que llegaban cargados de gente; podía escuchar los disparos día y noche”, confiesa el artista, que reconoce que “aquello me marcó mucho”. Su danza era una denuncia y una resistencia al olvido de lo que allí sucedió. La obra fotográfica se recuperó en 2019 para la exposición del Museu Nacional D'Art de Catalunya (MNAC) Liberxina. Pop i nous comportaments artístics. 1966-1971, comisariada por el conservador de arte contemporáneo del museo, Àlex Mitrani.
Según Mitrani, “Sobrer fue un pionero de la genealogía del arte conceptual y su eclecticismo, que es en realidad una forma de libertad radical, no se puede separar de su modo de ser”. Añade que “es un artista que conecta el cosmopolitismo del pop-art con una suerte de localismo muy propio, sentimental e irónico, siempre en referencia al Poble Nou”.
También asegura que “en estos momentos de revisión y de reconsideración de los cánones artísticos, desde el museo estamos trabajando juntamente con Gonçal Sobrer para incluir su obra en los fondos de arte contemporáneo de la segunda mitad del siglo XX del MNAC”.
Ocaña 'meets' Sobrer: pintando pollos en las Ramblas
En la misma línea de Àlex Mitrani, el investigador y coleccionista Pere Pedrals, que ha contribuido decisivamente a recuperar tanto la figura de Ocaña como la de Sobrer y otros artistas del siglo XX, explica que “lo que en realidad pretendía Gonçal con sus acciones era desacralizar a los artistas, que muchas veces se dan una importancia a sí mismos por encima de su obra”.
Es por ello que en 1978 Sobrer se disfraza de Santiago Rusiñol, se mete un almohadón en el pecho para parecer más grueso, y se planta en las Ramblas, el territorio de Ocaña, el otro gran performer barcelonés, con un caballete para pintar pollos a l'ast y paellas. “El objetivo era rebajar la talla del artista, en genérico, para señalar que su obra no es más que un producto humano, algo terrenal”, prosigue Pedrals.
Respecto al salto a Ciutat Vella desde su Poble Nou natal, Sobrer reconoce que le gustaba más el ambiente nocturno del Raval y aledaños, con sus noches libres y su ambiente gay libertario. “Una de aquellas noches ligué con un chico que vivía en la plaza Real y me llevó a su piso, que estaba lleno de cuadros de cigalas [penes] larguísimas; no puedo asegurarlo después de tantos años, pero creo que era Nazario [el legendario dibujante, autor de personajes como la transexual Anarcoma]”.
En una de las fiestas en casa de su nuevo ligue conoce a Ocaña, con quien empatiza rápidamente: “Nos llevábamos muy bien, nos teníamos mucho aprecio y yo admiraba la pasión que le ponía a todo lo que hacía, incluso a lo religioso, aunque la verdad es que a mí los temas religiosos siempre me han producido un gran rechazo”.
Su amistad lleva a Sobrer a invitar a Ocaña a una de sus exposiciones en la sala Matisse de Barcelona, titulada El menú. “Vestí la galería como si fuera un restaurante, la llené de cuadros de comida e invité a Ocaña a actuar como si fuera el chef”. Querían hacer una crítica sobre los restaurantes de comidas abundantes y caras “frente al escenario de una España en la que todavía muchas personas pasaban hambre”. La relación termina de manera abrupta con la muerte de Ocaña en 1983.
Militar y hotelero
Pero hay otro Gonçal Sobrer que aparentemente tiene poco que ver con el artista pionero en el arte conceptual patrio. Es un Sobrer burgués, tal como subraya él (“siempre me ha gustado vivir bien y tener una vida cómoda”, apostilla) e hijo de un propietario pastelero que supo adaptarse bien a la posguerra. Un Sobrer que, no obstante, se ahoga entre el trabajo en el obrador familiar y el ambiente represivo de aquella Barcelona más negra que gris.
“Con veinte años fui a ver una película en el cine en la que salía el actor Jorge Mistral; yo estaba totalmente enamorado de él y a la salida de la proyección vi unos carteles que invitaban a alistarse en los paracaidistas, el ejército”. Asegura que no se lo pensó dos veces y se alistó, con destino a Alcalá de Henares. “Fue mi salvación, mi llegada a la libertad”, suelta y se justifica: “Porque contra lo que se pueda pensar, en el ejército me encontré con numerosos artistas”.
Tras unos años de militar, regresa a Barcelona con la intención de ser artista pero con el claro objetivo de buscarse antes un sustento con el apoyo familiar. “Con un tío fuimos a Sitges a ver si podíamos montar un hotelito en una de las antiguas casas de indianos; era el año 57 y el turismo empezaba a ser un fenómeno importante”.
Cuenta Sobrer que entraron en la casa de indianos Villa Victoria, donde estaba alojada una bella mujer que resultó ser Edi Enberg, la noruega que fuera pareja de Josep Pla. Sea o no cierta la anécdota, de la que no está del todo seguro, sí afirma que en aquella mansión le dieron referencia de un edificio que estaba en venta. Lo compraron y fundaron el Hotel Romàntic, una referencia del turismo, en especial el gay, en Sitges. Posteriormente también fundarían otro hotel con sabor indiano, el Renaixença.
“Me ocupé de ellos hasta mi jubilación a los 65 años, a finales de los 90, aunque los hoteles siguen siendo de mi propiedad”, reconoce. No obstante, los dos Sobrer, el artista y el burgués, se fueron entremezclando poco a poco en el interior de los hoteles: para empezar pintó las paredes de las escaleras de ascenso a los pisos superiores del Romàntic con murales temáticos. También se convirtió en un ávido coleccionista que llenó las habitaciones de sus hoteles con los cuadros que adquiría. Obras que hoy en día todavía pueden contemplarse en ambos establecimientos.