Las cantantes del 'drill': “No sabes cuándo quieren echarte una mano o un polvo”
Se conocieron por Instagram. Aya Ayat, de 19 años, viajó la semana pasada de Cartagena a Barcelona para grabar una canción de drill con Kare, de 20, que es de la capital catalana. Dormirá en su casa, que ya bastante tienen con pagar los 400 euros que les cuesta el videoclip y el tema, además del tren, pero es algo que no haría con los artistas hombres de este subgénero del rap, viral y de moda en las barriadas, con letras que ensalzan los valores del barrio y la violencia.
“Cuando alguien te abre por privado para una colaboración, en seguida te están elogiando la canción por un lado y por el otro tirándote la caña. Nunca sabes cuándo quieren echarte una mano o un polvo”, lamenta Aya. “Muchas veces se te valora más por el físico que por el talento”, añade, aunque días después recordará en un story de Instagram que esto pasa también “en las empresas, en otros géneros de música, en todas partes”.
“Yo solo me fío de ella”, la defiende Kare, a la que más de una vez han ofrecido una colaboración desde alguna otra región de España. “Enseguida te dicen: 'Te quedas en mi casa, aquí tienes de todo...' Yo paso”. Lo cuentan con la misma crudeza y rotundidad con la que las canciones de drill expresan en general los contextos más duros de los barrios. Sin miedo.
En un humilde estudio de Cornellà, Beysson y Pau ponen las bases, el micro y las cámaras, y graban un videoclip de sala, con luces de neón tiñendo el local de rojo o de verde, mientras otro amigo un poco ajeno a todo fuma shisha en un sofá acompañado de dos gatos aún más indiferentes a esta escena. Los pequeños productores musicales y audiovisuales de barrio, con sus beats y sus cámaras, son toda una nueva industria de emprendedores emergentes que se ha formado alrededor de este rap que mueve masas, sobre todo en las nuevas plataformas digitales de difusión.
Mucho más arriba de este universo, el mismísimo productor de Rosalía en El Mal Querer y de muchos de los éxitos de Bad Gyal, El Guincho, ha producido a uno de los principales nombres del drill, Beny Jr., con quien ha sacado un par de canciones recientemente, en lo que puede ser un paso de gigante para que este género amplíe públicos. Algo que ya hizo sin duda Morad, aunque con un estilo musical menos ceñido a este género y con más guiños al rap francés y un sello muy personal.
El drill, subgénero del rap con bajos inflados, estética propia y letras nihilistas, violentas y que exaltan el imaginario de los barrios más humildes, es un fenómeno viral que llega a las redes desde las zonas urbanas más desfavorecidas de España, dos años después de que algunas de sus canciones fueran prohibidas en Londres al coincidir con una oleada de violencia. En Chicago, su irrupción hace diez años también coincidió con unas pandillas más fuertes. En las versiones anglosajonas, el uso de pistolas reales o ficticias en los vídeos y amenazas explícitas es mucho más duro que en España.
Aquí, Morad –con pocas alusiones explícitas a la violencia y mucha oda al barrio, a los amigos y a la familia– ha hecho que el género estalle y que centenares de chavales quieran vivir de ello en el primer boom cultural que no es mayoritariamente blanco en España: predominan voces de hijos de marroquíes, subsaharianos, latinoamericanos... En Youtube, cada día aparecen nuevos temas bajo el hashtag #spanishdrill, que ahora mismo cuenta con 7.500 vídeos, la inmensa mayoría hechos por hombres. Algunos jóvenes están empezando a monetizar las escuchas con esta encrucijada única entre la música desde abajo y el marketing digital.
Cuestionar qué barrio es el más duro o “picante”, acusar al resto de músicos de no ser auténticos en su fachada de tipo duro y reivindicar esa autenticidad como propia son algunos de los elementos recurrentes de los piques de estos raperos, en un bucle infinito de performance y teatralidad de tipos duros. “Tú vas de duro en los vídeos, pero en persona no lo eres, yo sí”, resumiría este sentir.
“En esto del drill todo son mentiras / El que dice que hace es el que menos la lía / En el insta el más macho de frente ni mira / Si mira y lo engancho hace que no respira”, canta Aya Ayat en su nueva canción, aún por lanzar, con un giro a ese lugar común de cuestionar que la dureza del otro sea real. En su caso, directamente, ataca a esa masculinidad inflada y basada muchas veces en la violencia y la amenaza (aunque no siempre, también en la lealtad, la amistad, el cuidado por la familia y la humildad).
Desde Marsella, adonde se acaba de mudar con su madre con mejores perspectivas de trabajo que en Zaragoza, donde se crió, Bebegrande responde por teléfono que a ella no le pasa que los chicos quieran ligar con ella a la hora de colaborar. “En mi caso, tengo el privilegio de que se me nota que soy lesbiana y no me entran. Y yo creo que por ser chica incluso les llama más la atención y me hacen más caso”, reflexiona.
Hija de un albañil caboverdiano y una angoleña que trabaja en un restaurante de Marsella, criada en el barrio zaragozano de Delicias, Bebegrande no se considera “tan de calle” y lo que le atrae del drill es más la estética, por lo que huye de la exaltación de la violencia en sus letras. “Yo no estoy en esa movida, intento cantar lo que siento, sí exaltar los valores de humildad, de defender lo tuyo, criticar al falserío, que está en la calle y está en todas partes... Pero sí que veo que lo que está pegao es eso, cantar sobre violencia, aunque yo no creo que el drill tenga que ser para amenazar a alguien”.
“Por ser una chica no eres menos dura”
Esa exaltación de la agresividad propia en las letras de este tipo de música “parece que cuando lo hace una chavala es menos creíble”, critica Kare, que ve ahí una de las dificultades para progresar. “Esa performance está un poco inspirada en cosas que puedes ver, escuchar o vivir en el barrio, pero está claro que no es tu día a día, si no no te dedicarías a cantar. Tú no sabes si me he tenido que fugar más veces que tú, he robado más veces que tú, en fin, que por ser una chica no eres menos dura”, reflexiona.
Para Kare, el mundo del drill no es más que una nueva derivada de un rap que lleva cantando y escribiendo desde que tenía nueve años. “A nadie en mi colegio le gustaba, hasta que en 2015 el freestyle [la improvisación] empezó a petarlo y todo el mundo se apuntó a la moda”. Alterna trabajos en bares y tiendas que mantiene “sobre todo para poder grabar” y ha conseguido que su vídeo más visto tenga 30.000 visualizaciones, todavía lejos de poder monetizarlo, aunque tanto ella como Aya confían plenamente en conseguirlo.
Siguiendo la estela de otros raperos como Morad o Beny Jr, ambos de L'Hospitalet, muchos de estos raperos ven en la música una vía de escape a la precariedad de los barrios, directa y sin filtros como las discográficas, aunque las normas económicas que ponen Youtube o Spotify para estas empresas exigen centenares de miles de escuchas mensuales para llegar a un sueldo digno.
Aya Ayat llegó más tarde al mundo del rap. Escribía letras desde pequeña y, cuando hace cosa de un año escuchó canciones del drill y le venía a la cabeza que lo haría diferente, se lanzó a ello. Sacó su primer tema, Bienvenido, que salió hace cuatro meses, con un videoclip en el que sale rodeada solo de chicas, cubiertas con pasamontañas como mandan los códigos estéticos del drill y el No face, no case. Tiene ahora mismo 65.000 visualizaciones, una cifra importante pero aún lejana a la monetización, ya que Youtube exige 4.000 horas de visualización acumulada en el último mes para empezar a ver réditos. Así que, por el momento, como Kare o Bebegrande, el drill es todavía para ella una inversión. “A veces es duro porque un día estás inspirada, te escribes algo y tienes que esperar un par de meses para grabar, cuando juntes el dinero”, dice Aya Ayat, ahora desempleada, de padres separados que llegaron de Marruecos antes de que ella naciera.
Los orígenes de Aya Ayat, como los de Morad, como los de Beny Jr, los de Patrón 970 y en general los cantantes de drill español que suenan en los altavoces de los jóvenes en los parques, se ven reflejados también en las letras de sus canciones. En Reino Unido, su influencia ha inspirado un estudio académico. Aquí, Aya Ayat utiliza expresiones habituales en árabe, como sahbi, que equivale al “brother” o “hermano” y son muchos los cantantes que están sumando diferentes expresiones de las lenguas de sus padres en sus temas. Bebegrande también lo ha hecho con el criollo, dialecto del portugués en Cabo Verde.
Esa diversidad, en cambio, cuesta verla en términos de género, aunque chicas como Bebegrande, Kare o Aya Ayat se esfuerzan por tener su lugar. La más popular, por ahora, es La Xinni, que se dio a conocer primero en Tik Tok y cuya canción más vista, Decidida, tiene cuatro millones de reproducciones en Youtube. Las letras de las canciones de drill no se puede decir que sean mucho más machistas que las del rock o el reguetón. Las mujeres aparecen más bien poco pero “es verdad que a veces lo hacen como si fueran un objeto”, alerta Bebegrande.
Las madres, en cambio, que criaron en solitario a Aya Ayat o a Kare, que las admiran por su determinación, aparecen en las canciones también de los chicos como las grandes heroínas de su historia. “Poder darle a tu madre una vida mejor es la gran meta”, resume Aya Ayat y muchas de las letras de otros artistas.
La policía, en cambio, aparece como el principal enemigo del que huir en estas canciones que, al mismo tiempo, pueden elogiar el delito como forma de ganarse la vida o la violencia como método de ajuste de cuentas con bandas o raperos rivales. Más incluso que en el papel de las mujeres en las canciones, es en esa apología de la violencia donde transpira una masculinidad poco novedosa, una continuación del “mi barrio es el más chungo” que siempre se ha respirado en las periferias, mucho más entre hombres que entre mujeres.
Con todo, como en cualquier género, hay artistas que intentan desviarse de lo preestablecido. Que ser duro o hacer trapis siga siendo motivo de orgullo en las letras de las canciones, en cualquier caso, no es culpa precisamente de la música. A no ser, claro, que entendamos ser duro como lo define Kare: “Ser humilde, no ir de que eres más, respetar a la gente y cuidar de los tuyos sin pisar a nadie, pero sin dejar que te pisen”.
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