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Carme Pigem: “Algunos profesores de arquitectura nos decían que si volvíamos al pueblo estábamos acabados”

Carme Pigem, del estudio de arquitectos RCR de Olot

Pau Rodríguez

Carme Pigem nació en Olot hace 57 años y desde esta pequeña localidad de la provincia de Girona, junto a sus colegas de estudios Ramon Vilalta y Rafael Aranda, ha proyectado al mundo entero una forma de hacer arquitectura. Tras más de treinta años de trayectoria profesional, los tres integrantes del estudio RCR recibieron en 2017 el Premio Pritzker, el llamado 'Nobel de la arquitectura'.

Con una prolífica obra que tiene en el diálogo con el paisaje un común denominador, para Pigem y sus dos compañeros esta ha sido la década de la plenitud profesional. Unos años que han coincidido también con algunas transformaciones que afectan de alguna forma su sector, como las consecuencias de la crisis del ladrillo, de la emergencia climática o de la eclosión de las redes sociales.

Esta ha sido para ustedes la década del reconocimiento a toda una trayectoria. ¿En qué le cambia la vida a un arquitecto recibir el Premio Pritzker?

Tú no cambias, pero sí la forma como el entorno te mira y te valora. Pasas de ser una persona anónima que hace su trabajo a un personaje un poco público. Aunque nosotros, como arquitectos, no estamos abocados a esto último. Hay artistas que lo buscan, los políticos evidentemente, pero para nosotros es diferente.

Me refería sobre todo al trabajo. ¿Tienen más y mejores encargos?

Mucha más gente se te acerca, sí, pero también es cierto que si quieres seguir haciendo obra pública tienes que hacer concurso. En cuanto al privado, sí hay gente que se interesa por ti y que quizás antes no lo hubiese hecho. El abanico de encargos se abre.

¿Tienen sobre la mesa alguno que quizás no les hubiese llegado sin el premio?

Ha venido una universidad de Taiwán para que hagamos un centro para sus estudiantes, tanto para el deporte como para la actividad social. El lugar de vida del campus. Es evidente que no hubiesen venido a buscarnos si no fuéramos Pritzker. Por no mencionar el alud de conferencias, fórums, propuestas para ser miembros de jurado… Es imposible decir que sí a todo, lo que intentamos al menos es contestar [ríe].

Su trayectoria profesional con Vilalta y Aranda tiene un momento inicial curioso, cuando en 1988 ganan el concurso para hacer un faro en Gran Canaria con una propuesta de edificación horizontal. Se dice que ese episodio cuenta mucho sobre su forma de ver la arquitectura. ¿Es así?

Que fuese un faro horizontal y no vertical explica bastante de nuestra manera de afrontar la arquitectura. La ruptura que supuso la propuesta hizo que, en la misma exposición de los 49 faros que se plantearon en la costa española, este se convirtiese en el proyecto estrella. Tuvo un impacto importante y nos llevó a una exposición en París, una invitación a Japón… Fue nuestro primer paso que nos empezó a dar a conocer y abrir caminos.

Sobre sus inicios, parece remarcable que ninguno de los tres integrantes de RCR pertenece a familias adineradas, cuando esto era habitual, sin ir más lejos, en los 80 con apellidos como Bohigas, Bofill, Tusquets… ¿Eso explica su trayectoria?

Seguramente. Nosotros acabamos los estudios y en vez de hacer prácticas en despachos volvimos a casa [Olot] para trabajar. No tener ascendencia nos ha permitido hacer las cosas de forma más genuina, y esto no es malo. Todo tiene sus cosas. Cuando llegas muy arropado y protegido por determinadas estructuras puedes tener más facilidades, pero también pueden constreñirte o aprisionarte. Nosotros hemos hecho lo que creíamos como lo sentíamos.

Volvieron a casa en un momento de un ‘boom’ urbanístico en Barcelona: los años previos a los Juegos Olímpicos. ¿Qué les decían sus colegas?

Había algunos profesores que nos decían que si volvíamos al pueblo estaríamos acabados. Pero en la vida es importante hacer lo que crees. Para ser como otro siempre serás una mala copia. Repetir modelos y estándares no nos ha interesado nunca.

Su obra tiene una fuerte interacción con el paisaje que la rodea, con especial fijación por la naturaleza. ¿Qué elementos suelen tener más en cuenta?

Nos interesa todo. Puedes aprender de todo. Depende de lo que estés preguntando. Cuando estás en el bosque y desde ahí ves un campo o un espacio abierto, te está dando una experiencia espacial que quizás es la que quieres hacer con la arquitectura. Preparar espacios y vivencias que hagan de esta experiencia algo único. De la riqueza y emoción que se siente en la natura se pueden destilar conceptos para aplicarlos en los espacios que creas.

Ustedes defienden siempre que sus obras transmiten sensaciones y experiencias. A menudo serenidad, equilibrio. ¿Es esa la función de la arquitectura?

Nuestra disciplina es muy compleja. A nosotros nos gusta enfocarla de forma global. El enfoque solo funcional no nos interesa. Es evidente que ha de funcionar, no se cuestiona, pero no es su finalidad. Ha de ser bonito, transmitir, producir emoción. Cuando pintas puedes hacer lo que quieras, pero hay pinturas que transmiten. Intentamos que las personas no se queden indiferentes, que sientan algo y que eso les acompañe.

A unos arquitectos que aprecian tanto el entorno natural de sus obras, ¿les preocupa la emergencia climática que amenaza las salud del planeta?

Nos preocupa, claro. Cuando hablamos de sostenibilidad, de amor a la tierra, es importante situar bien los edificios en los lugares. No los vas a destrozar paisajísticamente. Intentamos trabajar en armonía. Pensamos en la sostenibilidad y hablamos de ecología de una forma holística, no sólo es una cuestión de materiales, energía, adaptación al lugar…

¿Y cuando ven grandes urbanizaciones colonizando el litoral, como ha ocurrido sin ir más lejos en la costa catalana durante años, qué piensan? ¿Les duele?

Sí, duele. Se ha hecho mucho y a veces demasiado. A la sociedad actual la mueve el dinero y el dinero se mueve según prioridades que no son las nuestras.

A través de su obra y sus declaraciones se ve que son también grandes defensores de lo local en un mundo cada vez más globalizado. ¿Por qué?

Reivindicamos las raíces bien entendidas, las identificaciones en un lugar. Pero no para encerrarnos ahí, sino porque te ayuda a entender el mundo. Profundizar para comprender un lugar te acaba ayudando a entender otros lugares. Cuando llegas a la esencia, el lenguaje se vuelve común y la comprensión es más global.

Se lo preguntaba porque algunos usan la exaltación de la identidad como una forma de protección, a menudo reaccionaria, frente al otro.

Al contrario. Para nosotros se trata de conocerse a uno bien para conocer a los demás. Las culturas y religiones, si vas a su esencia, es muy parecida. Luego serán dispares y enfrentadas, pero si te olvidas y vas a la raíz, todo es muy común.

Su estilo no es parecido al de arquitectos muy mediáticos de las últimas décadas, como Foster o Gehry. ¿Qué nombres son para ustedes referentes o les inspiran?

No tenemos un referente muy claro. Al salir de la escuela nos gustaba mucho la arquitectura catalana, fuimos a visitar obras maestras –por ejemplo de Mies van der Rohe y de Kahn– y nos interesó el mundo de las artes, que trabaja los mismos temas que nosotros pero sin la parte normativa y presupuestaria. Nos atrajo también la arquitectura islámica, que trabaja mucho los sentidos. Y la arquitectura popular de la Garrotxa. De todo hemos ido aprendiendo.

El tiempo parece ralentizarse cuando uno está dentro de sus espacios. ¿Ustedes tienen redes sociales?

No. Ni Facebook ni nada.

¿Por qué?

Porque pide mucho tiempo.

¿Vivimos muy acelerados?

Más que acelerados, todo es muy superficial. De consumo rápido. En un día puedes acabar viendo cientos de imágenes. La sociedad está sobreestimulada, se ve mucho con los niños. Es algo que me asusta. Consumes 500 imágenes –o las que sean– al día a medio segundo por imagen. ¿Qué te aporta? Has visto mucho, alguna cosa igual te llevará a relacionar algunos conceptos, pero me parece algo excesivo.

Esta década ha sido para ustedes la del reconocimiento profesional, pero también la de una grave crisis económica, asociada a un modelo fallido del ‘boom’ del ladrillo. ¿Lo sufrieron ustedes por igual?

Tuvimos suerte de que no hemos vivido mucho del ‘boom’ del ladrillo. No hemos participado de ello ni para lo bueno ni para lo malo. Se dio la circunstancia además de que ganamos el concurso para hacer el museo Soulages en Francia cuando empezaba la crisis. Pasamos el momento más fuerte de la crisis teniendo trabajo fuera, pero fue circunstancial.

¿Fue el sector de la arquitectura corresponsable de ese despilfarro?

Si te encargan un aeropuerto en el que no aterrizará ningún avión y consideras que hay que decir que no quieres hacer el proyecto, entonces sí. Si no, hemos sido utilizados. Se usa el arquitecto para invertir en el mundo del ladrillo para ganar mucho dinero. Si no somos corresponsables, sí tenemos una parte de responsabilidad y el dinero tira mucho. Pero nosotros, como le decía, no hemos entrado mucho en todo esto.

En España se da la paradoja de que un joven ya ha de destinar más del 100% de su salario para pagar solo un alquiler. ¿Qué le parece?un joven ya ha de destinar más del 100% de su salario para pagar solo un alquiler

A nivel social hay un empobrecimiento general de la población. Cada vez el dinero está en menos manos y el grueso de población pierde poder adquisitivo. Esto es muy duro. Y no lo digo como arquitecta ni como Pritzker, sino como persona.

Han llevado su estudio a la cima de la arquitectura siendo tres profesionales en la dirección. ¿Cómo se lleva esa suerte de dirección colegiada?

Cada uno dice la suya y llegamos a consensos. No es una cuestión de votar. Alguna vez nos han comparado con un trío de jazz y nos gusta porque es bonito. ¿Qué es más importante, la trompeta o el saxo? Pues el conjunto.

¿Discuten más o menos que hace treinta años?

Al principio destinábamos más tiempo a hablar, ahora nos entendemos más rápido. Hemos desarrollado incluso un argot propio. Es como una pareja que lleva toda la vida junta, cuya complicidad va más allá de las palabras.

¿No les han llamado de grandes empresas y bancos para contar los secretos del éxito de este tipo de dirección?

[Ríe] No... Pero a veces decimos que tendría que haber tres presidentes... En el colegio de mi hija hay dos directores, uno más académico y el otro más de gestión. Las cosas compartidas se llevan mejor, son más equilibradas, y te equivocas menos.

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