anomia. f. Ausencia de ley. 2. Psicol. y Sociol. Estado de aislamiento del individuo, o de desorganización de la sociedad, debida a ausencia, contradicción o incongruencia de las normas sociales.
Sí. Anomia es una obra de teatro más sobre la corrupción, tan necesaria como cualquier otra. Pero nos aporta un punto de vista nuevo: el que los medios de comunicación no pueden (o no quieren) contarnos. Es decir, la historia que los ciudadanos no vemos. Eugenio Amaya, autor y director de la obra (coproducida por Arán Dramática y el Centro Dramático Nacional), nos coloca tras el agujero de una cerradura a través del cual asistimos a una auténtica conjura entre la cúpula de un partido político municipal para tapar un caso de corrupción antes de que comience la campaña electoral. En suma, una obra realista, cruda y desesperante. “Una crítica a la casta política y a la clase dirigente que han llevado al país a la ruina”, en palabras de Amaya.
El agujero de la cerradura por el que vemos la obra es el del sótano de un edificio de una ciudad de provincias donde se está celebrando un acto público, con el alcalde a la cabeza, con canapés, música, copas... El alcalde, el concejal de Cultura y un alto cargo del partido en Madrid (¡palabras Mayores!) invitan a la concejala de Urbanismo a renunciar a su puesto en las listas electorales porque hay un asunto muy grave (“prevaricación, cohecho, falsedad en documento público”) que, aunque “aquí todo se ha hecho con el papeleo en regla”, la salpicará de lleno. La solución, única posible, inapelable, es que se marche. Pero, claro, lleva más de tres décadas dándolo todo por el partido, lo que quiere decir que todos en la ciudad le deben mucho a la concejala... ¡Es igual! “En política no hay amigos”. Menos cuando hay que ganar unas elecciones: “¡vivimos de eso!” La regidora, aterrorizada ante la perspectiva de quedar alejada del poder, no aceptará y le echará un pulso al partido. Es el fruto de la saturación, del hambre de poder, de años de gobierno...
El público sale con la sensación de haber asistido a un juego de espías de wikileaks o, si se quiere, de Método 3, viendo lo que pasa en los bajos fondos de la política, cómo se cocina la corrupción, como se disimula, como se maquilla, como todo, absolutamente todo, está controlado y calculado: “Soy la que gestiona la corrupción, el fluido que nos permite progresar”, dice, con orgullo, la concejala corrupta. La escenografía (una mesa entre paredes oscuras), el texto y la buena labor de los actores nos hacen pensar que estamos viendo a los políticos corruptos, no ya a los intérpretes. “Es teatro, pero la vida es teatro”, proclama Amaya. El autor, un auténtico erudito, un estudioso de la corrupción, sólo tiene una espina clavada: la realidad supera la ficción. “Desde que escribí el texto, la realidad me ha adelantado”, dice, con humor. “Ahora resulta que Urdangarín se gasta miles de libras esterlinas en un casino de Londres, tan campante...”
Lugar y personajes permanecen abiertos. Es decir, cada uno puede pensar en la ciudad y en los políticos que crea conveniente. ¡Los hay para elegir! La gran metáfora es situar la acción en un sótano, donde, como ratas de alcantarilla, los políticos maquinan sus planes criminales. Pero salvo esta alegoría que la contiene, la obra se representa sin tapujos. A las claras. La concejala que debe hacer de cabeza de turco recordará que tiene armas para defenderse contraatacando. Hay calumnias para todos sus compañeros de militancia, que, por supuesto, tienen excusas para todo: “A mí no se me ha ido la olla, el sistema tiene absorbe. Yo sigo siendo una buena persona ”, dice el alcalde, un auténtico simpático por profesión.
Nos vamos indignando a medida que la obra avanza. No hay manera de no hacerlo. Es lo que pretende el director: que la gente no salga de la sala al igual que entró. Después hace falta que cada uno haga una reflexión y se marche a casa consciente de que lo que ha visto es una obra de teatro pero, también, de que el teatro es el espejo de la realidad.