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“La novela tiene una competencia durísima hoy en día, pero por eso mismo sigue siendo vital”
Entrevista a Daniel Galera (São Paulo, 1979) a propósito de la novela ‘Barba xopa de sang’, que llegó a las librerías de este lado del mar en la traducción al catalán de Josep Domènech i Ponsatí y publicada por l’Altra editorial (marzo 2014)
‘Barba xopa de sang’ (“Barba empapada de sangre”) teje, con manos atentas y expertas, el itinerario geográfico de una íntima búsqueda –sorprendente a cada paso, siempre cerca del mar–, a la vez fascinante y terrible: la búsqueda de la propia identidad a través de lo que cada rostro revela y oculta, resiguiendo los silencios de una historia familiar que se ha convertido leyenda, o sueño. Para seguir adelante, saludar el presente o hacer las paces. Pero, para reconocernos ante el espejo o en la mirada de los demás como quien halla su lugar en el mundo, primero habrá que perder el miedo y bajar, en punto muerto y sin linterna, al “corazón de las tinieblas”.
“Nadie puede elegir nada y, aún así, la responsabilidad es nuestra”, se afirma, hacia el final del libro, después de una larga ruta solitaria. ¿Este sería el motor, o el sentido –paradójico, ambiguo– del viaje que se narra en la novela?
La tensión entre libre albedrío y determinismo, y las consecuencias de estas dos maneras de ver el mundo en la responsabilidad que tenemos sobre nuestros actos es el telón de fondo del libro. Sin embargo, no he tratado de ofrecer ninguna respuesta definitiva a estas cuestiones. Me gusta la idea de que todo lo que ocurre no es más que el resultado de lo que acaba de suceder, que las decisiones que tomamos son ilusorias aunque en nuestra experiencia la sensación de decidir sea muy fuerte, casi inevitable. Y a esto se suma la herencia de nuestros actos y de los actos de nuestros antepasados, y la circularidad de la naturaleza y de los mitos. Incluso ocupándonos solo de nuestras vidas en un mundo individualista, somos parte de estos procesos, aunque pueda resultar difícil percibirlo y entenderlo. La perspectiva que ofrece una novela puede hacer que todo esto sea más claro, al menos de una manera sugerente o poética.
‘Barba xopa de sang’ (Barba empapada de sangre) es un título que impresiona, de entrada, la imaginación del lector desprevenido, con una gran fuerza visual, impactante, como mínimo. ¿Se trata de una idea previa a la construcción del relato o el título surgió de la ficción, después de contar la historia?
Por primera vez en mi vida, el título vino antes de la escritura del libro. La expresión se me ocurrió poco después de mudarme a Garopaba, cuando apenas empezaba a imaginar la historia que escribiría. Luego, la escena que justifica el título vino después, y este sirvió de inspiración para ciertos episodios de la novela. Lo que me atrajo del título desde un principio fue la violencia casi caricaturesca de esa barba ensangrentada, el tono de “pulp fiction”, una imagen que liga con un héroe de cómic o de películas de acción, algo que, al fin y al cabo, contrasta con el despliegue vagaroso y existencialista de la narración. No creo que un título tenga que explicar o proporcionar una clave de lectura de un libro. Su papel es despertar la curiosidad del lector.
En el libro se hace un uso original y hábil de diversos modos discursivos combinados en una arquitectura a la vez compleja y armónica. (Una justa proporción de fragmentos narrativos, descripciones exhaustivas y diálogos vivos y verosímiles integrados en el cuerpo del texto... incluso extensas notas al pie con una función narrativa: “flashbacks”, mensajes telefónicos, etc.). ¿Eso responde a una voluntad experimental, de jugar con la infinidad de técnicas y posibilidades expresivas que brinda el género novelístico?
En ningún momento tuve ambiciones experimentales con este libro, pero me permití una libertad total a la hora de tomar decisiones que modelarían la narración. El cuerpo principal de la novela sigue reglas fijas, es incluso conservador en su concepción: un narrador en tercera persona que casi siempre se limita a la perspectiva del protagonista, tiempo presente, descripciones detalladas. Por eso mismo las excepciones a la norma acaban llamando más la atención y, espero, acaban teniendo un efecto positivo: las notas al pie con mensajes y “flashbacks”, los ocasionales vuelos omniscientes de la narración, etcétera. Mi intención era construir un ambiente inmersivo y generar una sensación de vida en tiempo real, y crear una cierta atmósfera de suspense que nunca se resuelve completamente. También quería proyectar las minucias de la vida prosaica del personaje dentro del panorama más amplio de los conflictos familiares, generaciones pasadas y futuras, ciclos naturales y mitos recurrentes que lo envuelve.
El personaje de Beta, la perra del padre, que está al lado del protagonista a lo largo de toda la novela, ¿tiene un precedente ilustre en la Baleia de ‘Vidas secas’, de Graciliano Ramos? Una criatura de acción y sin habla, una presencia constante que acompaña, articula y a veces incluso desencadena el desarrollo de la trama... ¿Cómo valoras su papel en el relato?
Adoro ‘Vidas secas’, y a Baleia, pero Beta es una perra muy diferente. En el libro de Graciliano Ramos, conocemos la perspectiva del animal, el mundo desde sus ojos, su sensibilidad, sus necesidades, sus sueños poblados de conejillos de indias. Beta, en cambio, está siempre en la distancia, solo conocemos su apariencia y sus acciones. Nunca deja de ser un perro visto desde la mirada humana, no entramos como por arte de magia en su experiencia interior, como ocurre con Baleia. Esta es una diferencia relevante. Pero es verdad que Beta tiene una importancia enorme en el relato, que fue cobrando a medida que escribía. Para el protagonista, ella representa al padre muerto, y su afección al animal crea una situación en la que él no puede tolerar la idea de que la perra también muera, sabemos que hará cualquier cosa para mantenerla con vida y cerca de él. Eso hizo posible una serie de situaciones narrativas interesantes que traté de explorar, como las escenas del atropellamiento de la perra o de su rescate de las garras de los nativos. El animal cumple una función en la construcción del mito de su nuevo dueño, lo cual es, en cierto modo, un nexo con su padre. Todo está conectado, y la perra es un eslabón más en la cadena.
Las descripciones minuciosas, a veces poéticas y siempre potentes, parece que escapan a la pura digresión o a la única intención de recrear ambientes para reivindicar una función en el engranaje de la ficción (de tan precisas, casi se puede sentir el murmullo del mar, el ronquido del trueno o percibir el cambio de estación en la temperatura del agua). ¿Es la naturaleza un personaje más del libro?
La naturaleza es el escenario de la novela, y el escenario también es personaje. Esa fue siempre mi forma de verlo. Buenas descripciones de la naturaleza pueden ser sublimes, y pueden ayudar al lector a ver a los personajes como pequeñas piezas de algo mucho mayor que los trasciende. Hay quien es casi ciego al mundo natural, pero mi personaje es del tipo contrario, su interés por la naturaleza es más fuerte que hacia las personas. Su pensamiento, su trabajo, sus aficiones, su soledad, todas las dimensiones de su vida están ligadas a la naturaleza, sobre todo al mar. En una ciudad costera como Garopaba, que vive principalmente de la pesca y del turismo, el mar cobra una importancia vital, es una presencia constante en la vida de todos sus habitantes. Por todo ello, no escatimé nada en la descripción de la naturaleza y del paisaje. Alrededor de la historia y de sus personajes hay siempre ese mundo natural que los trasciende, y que permanece indiferente a lo que les pasa y a su rebeldía.
Hasta hoy, has explorado diversos géneros narrativos (novela, relatos, novela gráfica), ¿qué actitud implica cada uno? ¿Cuáles son, para ti, las posibilidades y las exigencias de cada género?
No me veo como un autor que explora muchos géneros. Escribí cuentos al principio de mi carrera, después solo novelas. La novela gráfica (‘Cachalote’, Quadrinhos Na Cia–Companhia das letras, 2010) es un caso especial, fruto de una colaboración creativa con el ilustrador Rafael Coutinho. Trabajé en ella casi como si escribiera una novela a cuatro manos con Rafael, aprendiendo poco a poco las peculiaridades del lenguaje del cómic. Pero me considero solo un escritor de ficción.
Tu obra ha comenzado a ser traducida a otras lenguas y, al mismo tiempo, también te dedicas a la traducción literaria. Desde esa doble perspectiva de escritor-traductor, ¿qué dirías que se gana y se pierde por los caminos de la traducción? ¿Cuáles son los retos, las promesas y los compromisos de la traducción literaria? Y también, ¿hay que ser escritor para traducir literatura, poeta para traducir poesía?
Traducir es reescribir, y reescribir es escribir, por lo tanto, el traductor es una especie de escritor también, con la diferencia importante que se limita al lenguaje y al estilo, sin la libertad de interferir en la historia que ya ha sido escrita. Para alcanzar el máximo de fidelidad posible al original, el traductor tiene que inventar, encontrar soluciones creativas. Por eso cada traductor tiene un estilo, y es tan importante de cara al resultado final como la exactitud literal de los términos y las oraciones traducidos. Algo del original siempre se pierde en la traducción. El valor de lo que se gana es lo que separa las buenas traducciones de las que no lo son.
Y, por último, ¿crees que hoy en día, en la era de las misivas instantáneas, de las respuestas inmediatas, de las múltiples ventanas abiertas en el aquí y ahora, hay lugar todavía para zambullirse en el tiempo largo, concentrado, de la narrativa extensa? ¿Tiene buena salud, para ti, la novela?
La novela tiene una competencia durísima, pero por eso mismo sigue siendo vital. Su permanencia en la literatura y en las listas de los libros más vendidos revela que no estamos dispuestos a renunciar completamente a las narraciones de fondo, que exigen una inmersión exclusiva y prolongada. En cierta medida, las necesitamos en medio del flujo veloz y fragmentado de la vida contemporánea, como pilares a los que aferrarse en medio del ruido del exceso de información o como antídotos para una experiencia humana cada vez más acuciante, cuantificada y aplastada por las nuevas tecnologías. Quizá esto ocurra porque la conciencia humana no es otra cosa que una narración compleja y de fondo, una especie de novela. El pasado y el futuro, la evocación de la memoria y la identidad funcionan de manera parecida a una novela. Y al fin y al cabo, eso es lo que buscamos en los buenos relatos: el contacto con una visión del mundo que no es la nuestra, que puede chocar o coincidir con la nuestra, pero que de una manera u otra la enriquecerá o la iluminará.
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