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La vuelta a una escuela infantil que no renuncia a coger a los niños en brazos: “Si llora, lo consolamos igual”

La educadora Lidia y Arlet, en el patio de la escuela infantil La Llum

Pau Rodríguez

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El monumental ruido que ha acompañado la vuelta a los colegios en Catalunya, parcial y siempre voluntaria, contrasta con la paz que transmiten los tres niños y la maestra del aula Rialles de la escuela infantil La Llum. A primera hora de este lunes, sentado en una mesita de madera, George, de tres años, está concentrado en extraer granos de maíz a cucharadas de una cesta de mimbre para echarlos en un vaso de cristal. “¿No vienes?”, le dice a su compañera Cloe, que sigue en el umbral de la puerta, colocándose los zapatos.

A ella le está costando un poco sentirse cómoda en un espacio que no pisaba desde hacía dos meses y medio, cerrado por la epidemia de COVID-19. Pero la educadora enciende el radiocasette, empieza a sonar Dàmaris Gelabert –auténtico fenómeno de masas infantil– y al poco rato ya está ella coloreando despreocupada una cartulina.

Esta es una de las escenas nada distópicas del primer día de actividad en una de las cinco escuelas infantiles de titularidad municipal de Manresa, en la región sanitaria en fase 2 de Catalunya Central. No hay círculos pintados en el suelo que separen a los niños en el patio, ni educadoras que les nieguen cogerlos en brazos o darles la mano si realmente lo necesitan. Aparte de la mascarilla que llevan los adultos y del número reducido de críos que se han presentado –10 de los 99 que hay matriculados–, la vida en este centro educativo parece discurrir ajena a la pandemia.

Pero las restricciones, de acuerdo con los protocolos de las autoridades sanitarias, se aprecian en los detalles. Y a la hora de entrar, a las 9 horas, se hace evidente que la situación está lejos de la normalidad. Dos educadoras reciben en la puerta a las familias, que llegan escalonadas. Mientras una de ellas se dedica a tomar la temperatura a los críos con una pistola termómetro, la otra coge la mochila de manos de los progenitores. En plena desescalada, los adultos no pueden entrar, cuando lo habitual es que puedan acceder hasta las aulas y permanecer en ellas durante casi media hora. Es lo que se conoce como la acogida.

Unos pocos niños y niñas entran como si nada, pero a otros, como a Cloe, tanta novedad les abruma. A esta niña, su maestra se la ha tenido que llevar cogida en brazos hacia dentro tras desengancharla de su madre. “¡Mira que tenía muchas ganas de volver! Ayer estuvo revisando la mochila para ver si estaba todo preparado. Lo echaba de menos”, comenta su madre, Mònica García, nada preocupada al ver que su hija ha dejado de llorar a medida que entraba hacia adentro.

Más afligidos se iban Marta Casas y Jordi Brunet tras dejar al suyo de dos años, Damià, que también ha entrado con el ánimo decaído. “Es muy triste no poder acompañarles, sobre todo tras dos meses y medio”, lamentaban. Profesor él, arquitecta ella, tienen que empezar a ir al trabajo de forma presencial. Al principio dudaron de si llevar a su hijo, pero les convenció que estuviese su tutora, Lydia.

Catalunya es una de las pocas comunidades autónomas que, además de retomar este lunes la actividad en los cursos finales de Primaria, ESO y Bachillerato, lo ha hecho también en Infantil en los territorios en fase 2 de desconfinamiento. Esto ha implicado abrir las aulas de 3 a 6 años, dentro de los colegios de Primaria, y las escuelas infantiles de 0 a 3 años. Estas últimas, a criterio de los ayuntamientos, que son quienes las gestionan (en el caso de La Llum, a través de la cooperativa Suara). Manresa ha optado por abrir cuatro, con una demanda inicial de 51 niños, cerca del 30% del total sin contar a los de menos de un año, excluidos debido a la inmadurez de su sistema inmunitario.

A la Llum han acudido solo 10 de 99 –pese a los 15 que se esperaban–, y aun así han tenido más asistencia que muchos otros centros de infantil en otras localidades catalanas. En general, las familias con hijos de esas edades han recurrido con cuentagotas a los centros educativos. Ha habido casos de escuelas infantiles que directamente no han abierto por no tener demanda, y otras incluso que se han negado a hacerlo. De estas últimas, las ha habido públicas –las que dependen del Ayuntamiento de Reus, por ejemplo– y muchas privadas, que han considerado inmanejables las medidas de seguridad o incompatibles con su línea pedagógica.

Lo cierto es que la vuelta al cole en plena desescalada, y poco antes del fin de curso (el 19 de junio en las etapas obligatorias), ha despertado un enorme revuelo entre el profesorado, incluidos los sindicatos, buena parte de los directores y algunos colectivos de maestros. Todos ellos han acusado al Departamento de Educación de elaborar un plan unilateral y se han opuesto especialmente a las condiciones de apertura de la etapa de 0 a 6 años. Su rechazo se resume en que muchos creen que no se pueden garantizar las medidas de distanciamiento y a la vez ofrecer una buena educación, por un lado, y en que la razón última de abrir las aulas de estas edades no es pedagógica, sino de conciliación familiar. Hay prioridad para los progenitores que trabajan ambos de forma presencial y esto, según algunos educadores, significa volver a colgar sobre las escuelas infantiles la etiqueta de 'párking de niños'.

No lo ve así Laia Molas, directora del centro, que reconoce que “existe una necesidad de conciliación de las familias y nosotros podemos darle respuesta”. “Y esto no supone que dejemos de realizar nuestro proyecto educativo; al contrario”, defiende. Tampoco cree que las exigencias de seguridad e higiene del protocolo vayan a mermar la calidad de los aprendizajes y su relación cercana con los niños y niñas. ¿Se les puede abrazar cuando lloren? “La recomendación es mantener la distancia cuando se pueda. Pero hay veces que no se puede. Si llora lo vamos a consolar igual. Si hacemos el acercamiento físico para cambiar un pañal, ¿no lo haremos para atenderles emocionalmente? ¿Qué es más importante?”, resume la directora.

A diferencia de las instrucciones para la etapa de 3 a 6 años, para el 1 a 3 las medidas de distanciamiento son algo menos estrictas. Sirve de ejemplo el uso de los juguetes. Para los primeros, se pide que tengan uso individual. Para los segundos, se asume que pueden compartirlo dentro de un mismo grupo-clase, pero no con otros. “Aún así, si vemos que un niño ha tocado mucho un juguete, lo lavamos”, añade Molas.

Las educadoras de apoyo, clave

Además de recomendar la distancia social sin prohibir expresamente el contacto (solo a la hora de comer o dormir, a un metro de separación) y de establecer ratios de cinco niños y niñas por aula, el protocolo tiene infinidad de detalles. El principal, que los progenitores han de firmar una declaración responsable conforme los niños no tienen sintomatología compatible con la COVID-19 ni han estado con nadie que la tenga. Pero la mayoría son a nivel de desinfección, de espacios y de materiales. Desde usar preferiblemente toallas y toallitas de papel hasta quitarse los zapatos al llegar y ponerse otros de uso exclusivo para el centro. Desde enfundarse un delantal de un solo uso para cambiar pañales a ventilar las aulas cada vez que entran y salen los críos.

“La idea es que los niños y niñas no noten muchas de las medidas higiénicas”, confía Molas. En su caso, cada grupo tiene a una tutora y a una educadora de apoyo. Esta última suele hacer tareas de soporte al aprendizaje, pero al haber tan pocos críos –de normal serían 20 en los grupos de 3 años–, ahora se centra en la desinfección.

Ocurre a menudo sin que los pequeños se enteren. Damià y Arlet acaban de salir con su educadora, Lydia, a la parte del patio que está reservada para ellos (hay una para cada grupo). Después de tantos meses –tampoco ayuda el mal tiempo–, ninguno de los dos está especialmente ilusionado en salir afuera, así que la maestra les lleva de la mano. “¡A ver si encontramos algún caracol!”, anima a Arlet, mientras de lejos se acerca Nuria, la educadora de apoyo. Sin que ella pregunte, Lydia le informa: “Hemos usado los bloques de construcción, el puzzle y la mesilla para desayunar, pero esto último ya lo he lavado yo”.

Así, mientras los tres juegan en el patio en busca de caracoles, Núria limpia, desinfecta y ventila su aula, la de las Abraçades.

Pero la escuela infantil de la desescalada sí pierde como mínimo algunos matices. Los niños y niñas solo pueden usar su aula y no las otras cinco por las que suelen ir rotando normalmente, ya que cada una de ellas tiene materiales de experimentación y psicomotricidad distintos. Y tampoco es lo mismo traerse cada uno el desayuno en un tupper que lo lleve cada semana una familia para compartir con todos.

El riesgo de contagio

Pese a las medidas de seguridad, el riesgo de contagios es una realidad. Reforzar la higiene no son infalible a unas edades a las que se toca y se comparte, aunque sea lo mínimo y en grupos reducidos, y de ahí que los sindicatos exigiesen al Departamento de Educación que no se abriese hasta septiembre. Algunos municipios, como Reus, así lo harán. En Barcelona, en cambio, se preparan para retomar la actividad el 8 de junio, si la ciudad alcanza la fase 2. Para Molas, la reapertura era una “necesidad” sobre todo para aquellos niños y niñas que han tenido menos tiempo de atención de sus progenitores o menos espacio para el juego durante el confinamiento, aunque lo cierto es que el modelo de desescalada centrado en la conciliación tampoco favorece que sean estos los que acudan a la escuela.

A las puertas del colegio, Avelí, padre de Arlet y mosso d'esquadra, explica que lo que más le tranquiliza a él es que confía “totalmente” en la profesionalidad de las maestras. Mientras, ellas confían en el cumplimiento del protocolo. Y este, se fía al visto bueno de las autoridades sanitarias. Una cadena de confianza de la que depende el futuro inmediato de la escuela, sobre todo en el caso de que haya indicios de rebrotes, como ha ocurrido en algunos centros de Francia.

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