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La gestión de la pandemia en Catalunya: del fracaso del rastreo a la mayor anticipación en la segunda ola

El vicepresidente de la Generalitat en funciones de presidente, Pere Aragonès, junto a la la consellera de Salut, Alba Vergès (i), este miércoles en el Parlament. EFE/Quique García

Pau Rodríguez / Victòria Oliveres

4 de febrero de 2021 22:39 h

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Hace casi un año que se detectaron los primeros casos de coronavirus en Catalunya y el balance de la epidemia es devastador: 19.502 muertos. La sexta comunidad autónoma con más fallecidos por habitante –según el exceso de mortalidad– en un país, España, que ha sido de los más golpeados del mundo. Ahora que las elecciones del 14 de febrero devuelven la gestión sanitaria de la Generalitat al primer plano –si es que alguna vez dejó de estarlo–, varios expertos en salud pública analizan las distintas medidas que se han ido adoptando a lo largo de estos once meses.

En una fotografía global, apuntan estas voces, Catalunya no se distingue mucho de las regiones que la rodean ni de los demás países europeos –sus políticas han consistido en reaccionar con restricciones más o menos severas a las distintas olas–, pero un poco de zoom sí ofrece matices. Entre los grandes errores de la Generalitat, los consultados destacan la gestión de la desescalada y los posteriores rebrotes en julio, que pillaron al Govern sin rastreadores y con la dirección de Salud Pública vacante. Entre los aciertos, resaltan una relativa mayor rapidez a la hora de restringir la movilidad en las olas segunda y tercera. Al menos en comparación con otras autonomías, no respecto a otros países.



La gestión se ha visto afectada además en Catalunya por la inhabilitación en septiembre del president Quim Torra y las tensiones entre los partidos en el Govern. Lo primero provocó que la relación entre el Ejecutivo catalán y el central se relajara tras una primera ola de muchos choques, cuando Catalunya pedía un confinamiento más duro y recuperar las competencias. Lo segundo ha ido condicionando la toma de decisiones en función de los intereses de las conselleries, con algunos episodios en los que ha trascendido cómo departamentos como el de Empresa presionaban para conseguir una mayor flexibilidad de la que recomendaba Salud.

La primera ola y el drama de las residencias

La primera ola desbordó los hospitales catalanes y dejó Catalunya con una de las peores tasas de letalidad de España, solo superada por Madrid y Castilla-La Mancha. El actual presidente en funciones, Pere Aragonès, aseguraba recientemente sobre aquel período que “ningún gobierno puede salir a sacar pecho de su gestión”, y atribuía el mayor impacto a ser la comunidad una de las que tienen más movilidad internacional.



“Un tsunami como este supera a cualquier sistema sanitario y el nuestro hizo todo lo posible”, valora Juan Pablo Horcajada, jefe de Enfermedades Infecciosas y coordinador general COVID-19 del Hospital del Mar. No obstante, añade que el problema fue más bien la situación con la que se llegó a la epidemia. “Se hizo lo posible dentro de un sistema mal preparado para afrontar una pandemia como esta, con unos recortes que se venían arrastrando y, por ejemplo, unas ratios de enfermeras y médicos por habitante muy bajas”, añade.

El relato de que se reaccionó tan bien como se pudo a la oleada de casos es cuestionado por la preventivista y epidemióloga Anna Llupià, del Hospital Clínic de Barcelona. “Hubo países que lo evitaron, ya sea porque tenían un buen sistema de vigilancia o porque lo cerraron todo antes. Aquí no, aquí entramos en la pandemia por la vía de la emergencia sanitaria”, resume esta experta. La Generalitat fue la primera administración española que confinó un territorio, la Conca d’Òdena, aunque por entonces el virus ya circulaba descontrolado.

Pasadas unas semanas desde el inicio del estado de alarma, uno de los episodios más negros de la epidemia se vivió en las residencias, donde el virus circuló antes que la llegada de los equipos de protección. Además, la patronal de los centros llegó a denunciar que en muchos casos no se aceptaban derivaciones. En este punto, Amnistía Internacional publicó un duro informe en el que señalaba Madrid y Catalunya como dos comunidades en cuyas residencias de ancianos se llegaron a vulnerar varios derechos humanos.

El verano, la tormenta perfecta

La Generalitat recuperó sus tan reclamadas competencias el 18 de junio de 2020, con la entrada de España en la tercera fase de la desescalada, y aquello coincidió con lo que los expertos definen como el período más errático en la gestión de la epidemia. El fracaso del control de los contagios se vivió en Catalunya casi antes que en ningún otro lado, a partir de los rebrotes en el campo de Lleida.

“La desescalada fue una vergüenza. Se quiso salvar el verano por su importancia económica, y tiene lógica, pero siempre que se hiciese de forma controlada”, sostiene Salvador Macip, genetista catalán en la Universidad de Leicester, en Reino Unido. Todas las comunidades se apresuraron a levantar restricciones, pero en el caso de Catalunya ha quedado para el recuerdo una fase 3 que duró apenas 24 horas.

Con la transmisión bajo mínimos, era el momento de mantener el virus a raya gracias a la red de vigilancia epidemiológica y los rastreos, pero pronto se descubrieron errores de planificación: los rebrotes se esperaban para otoño y no en verano y los pocos rastreadores contratados, externalizados a Ferrovial, no desempeñaban la tarea clave del estudio de contactos ni estaban coordinados con la Atención Primaria. El Departamento de Salud respondió a aquel descontrol anunciando contrataciones de rastreadores dentro de los ambulatorios –empezaron con 500; hoy son unos 2.000, contando los 432 gestores escolares–. También se comprometieron a revertir el contrato con Ferrovial, aunque eso no se ha materializado hasta 2021.

Sea como sea, el epidemiólogo Quique Bassat, del instituto ISGlobal, lamenta que aquella reacción fue tardía, ya que la tarea de los rastreadores tiene valor “sobre todo cuando la incidencia es baja”. “A medida que los casos se desmadran, lo pierden”, apunta.

No ayudó en esos momentos que los profesionales de Vigilancia Epidemiológica catalanes fuesen desde siempre muy escasos y, peor aún, que no se hubiese reemplazado la figura del secretario general de Salud Pública desde su dimisión a finales de mayo. Llupià lo resume de esta forma: “La falta de liderazgo es un problema muy grave en cualquier momento, pero en una crisis especialmente. Una pandemia pide decisiones y coordinación y sin esa figura, todo es más complicado”.

Una nueva etapa con Argimon

El nombramiento de Josep Maria Argimon en julio como nuevo secretario general de Salud Pública, cargo que ha compaginado con el de liderar el Instituto Catalán de la Salud (ICS), abrió una nueva etapa en la gestión. De entrada, todos coinciden en que su figura imprimió un rumbo claro y una capacidad comunicativa de la que antes se carecía, tanto de puertas afuera como hacia adentro.

Una de las primeras decisiones que tomó Argimon fue la de desplegar una estrategia de cribados con pruebas PCR en zonas de alta incidencia. La efectividad de esas acciones se cuestionó entonces y se sigue cuestionando hoy, aunque muchas comunidades autónomas han acabado por hacer cribados. Macip y Bassat los defienden y creen incluso que se deberían hacer más de los que se hacen, “siempre que haya la capacidad logística para hacerlo y se aplique a poblaciones muy concretas”.

El gran rompecabezas de aquellas semanas fue la preparación del inicio de curso, un auténtico reto para todas las administraciones. Bassat, que es también pediatra y ha estado muy pendiente de este ámbito, cree que el balance es “positivo pese a las críticas iniciales” de buena parte de la comunidad educativa por la falta de medidas adicionales de seguridad. Llupià, por su parte, sigue considerando necesarias un mínimo de medidas para reducir la transmisión en las aulas. “Si de verdad nos importa la escuela deberíamos haber adoptado cambios más profundos”, valora. Y pone como ejemplo las reducciones de ratios y la apertura de espacios municipales –quedó en poco– o “que las familias se queden a sus hijos en casa si así lo desean”.

Más anticipación sin aprender toda la lección

Los expertos consultados resumen la segunda y la tercera ola como una etapa en la que Catalunya ha sido capaz de tomar medidas restrictivas de forma más rápida y severa que otros territorios, lo cual valoran positivamente, pero a la vez consideran un error que se haya renunciado tácitamente a controlar la transmisión, abriendo y cerrando actividades sociales en función de la incidencia. Actualmente se han planteado ya medidas aperturistas.

“En la segunda y tercera ola se han anticipado más en el tiempo y se han tomado decisiones valientes como el cierre de la hostelería a pesar de las quejas”, valora Horcajada. Catalunya clausuró durante un mes todos los bares y restaurantes ya en noviembre. No es casualidad en este sentido que sus cifras de mortalidad se sitúen desde el verano por debajo de la media española.

El jefe de Enfermedades Infecciosas del Hospital del Mar destaca también como positiva la preparación de los hospitales para los nuevos picos de ingresos. “Se han aplicado unos planes de contingencia que han permitido mantener una actividad no covid importante, esperamos poderlo mantener”, sostiene. Cinco grandes hospitales están estrenando estos días edificios anexos para hacer frente a nuevas oleadas. Pero la gran dificultad en este ámbito es llenarlos de personal. Hay perfiles, como el de enfermería, que escasean hasta el punto de que se las disputan entre hospitales y ambulatorios de Atención Primaria.

Los expertos consultados señalan a día de hoy todavía varias asignaturas pendientes. Una de ellas tiene que ver con el fortalecimiento de la capacidad de rastreo, sobre todo si se logra bajar la incidencia. Pese a los refuerzos incorporados, Catalunya es de las comunidades que más desconocen el origen de los contagios que detecta. En este punto, Llupià celebra la puesta en marcha a finales de diciembre de un nuevo programa informático “muy sólido” para trazar los casos.



Por otro lado, Bassat recuerda los escasos esfuerzos destinados a poner en marcha la app RadarCovid. Sobre esto, al ser Catalunya la última en conectarse al aplicativo, Argimon llegó a reconocer que él apostaba por desplegarla –sin confiar excesivamente en su eficacia– y no entendía qué lo frenaba en Salud.

A estas alturas, y a la espera de las consecuencias de la campaña de vacunación, uno de los denominadores comunes de todos los consultados es que no se ha acabado de aprender una lección: hay que ser agresivo en las medidas cuando se detecta un riesgo creciente. En este caso, se refieren a las nuevas y más contagiosas variantes del virus. “La estrategia de ir controlando poco a poco la infección es muy arriesgada”, advierte Macip. “Hay poca cultura de las lecciones aprendidas porque si fuera así estaríamos actuando con antelación, y no esperando a la reacción”, sentencia Llupià. En este punto, de nuevo, Catalunya no se distingue mucho de sus vecinos.

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