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El hambre castiga con dureza a las localidades más turísticas de la costa catalana

Una vecina de Lloret de Mar (Girona), recogiendo comida del banco de alimentos, el pasado 15 de mayo.

Pol Pareja

Lloret de Mar (Girona) —

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Primero fue el Hotel Rosamar. Después el Azure. Ruslana Gaponova, 52 años, ucraniana, vio como todas las entrevistas que tenía para trabajar durante la temporada turística en Lloret de Mar (Girona) se fueron cayendo a medida que la pandemia se adueñaba de su futuro. Ahora acude cada dos semanas al banco de alimentos de la localidad, no sin cierta vergüenza por verse por primera vez requiriendo la ayuda de los servicios sociales. “No me gusta pedir, he trabajado desde los 15 años”, señalaba hace una semana frente al pabellón municipal, donde se ha situado el punto de reparto de comida ante el aumento de la demanda. “Busco trabajo de lo que sea, pero veo el futuro más negro que nunca”.

El caso de Ruslana se repite durante toda la mañana en Lloret. Cada 15 minutos, una familia o un vecino que pretendía comer del turismo acude cabizbajo al banco de alimentos a por una bolsa con bienes de primera necesidad. Es la historia de Ruslana pero también la Nicolás Gómez, un camarero uruguayo de 33 años y buen aspecto que llegó al pueblo dos días antes de que se decretara el estado de alarma. O la de Núria Varela, 47 años, que trabajaba en el hogar de una vecina del pueblo que se ha quedado en el paro y de rebote le ha dejado a ella sin trabajo y sin subsidios porque no tiene papeles. “Es una cadena mortífera que nos acaba afectando a todos”, decía el viernes con un nudo en la garganta mientras salía con dos bolsas llenas de comida.

El hambre que la pandemia ha traído a distintos puntos del país se está cebando con las localidades más turísticas como Lloret de Mar o Salou (Tarragona), los dos municipios más visitados de Catalunya después de Barcelona. El carácter estacional de su mercado laboral, una economía enfocada al turismo extranjero y unas rentas medias ya de por sí bajas han creado el caldo de cultivo para que estas poblaciones sufran particularmente las consecuencias del coronavirus.

“Nos estamos encontrando con familias enteras que no tienen nada para comer”, señala Arantxa Jiménez, concejal de Bienestar y Familia del Ayuntamiento de Lloret, que explica que los servicios sociales han pasado de encargarse de 400 personas cada quince días a atender a 800. “El alud de solicitudes ha sido bestial y cada día que pasa tenemos más gente. Nos preocupa muchísimo lo que vendrá”.

En Salou, la misma cantidad de comida que antes Cáritas repartía durante un mes entero se distribuye ahora en una sola mañana. El número de nuevas familias que atienden los servicios sociales se ha multiplicado por cuatro. Ahora son 431 familias, aunque explican que las distintas entidades del pueblo que colaboran con el Ayuntamiento atienden a decenas de familias más que no han pasado por el trámite de pedir formalmente ayuda al consistorio.

Los servicios sociales del Ayuntamiento están recuperando expedientes de personas que habían pedido ayuda en 2012, durante lo más profundo de la Gran Recesión. Además, el consistorio ha instalado un nuevo punto de reparto para complementar una tarea en la que también participa Cruz Roja y otra entidad. “Salou sufrirá mucho más que el resto de poblaciones vecinas”, anticipa Esteve Tomàs, responsable de Cáritas de esta localidad de 27.476 habitantes.

Un modelo enfocado al turismo extranjero

El pasado viernes, tres días antes de que la provincia de Girona accediera a la fase 1, Lloret parecía un pueblo fantasma. Persiana tras persiana, todos los locales permanecían cerrados sin visos de reanudar su actividad. Las calles estaban vacías. Los tradicionales carteles que inundan el pueblo en primavera anunciando actuaciones de Djs de renombre internacional no han aparecido y se mantienen los carteles anticuados y corroídos de la temporada pasada. Algunos de los hoteles, cerrados completamente e incluso tapiados para evitar ocupaciones, ya han anunciado que no abrirán y ninguno ha reanudado de momento su actividad a pesar del cambio de fase.

Lloret de Mar es la quinta localidad de destino de sol y playa de España y en 2018 registró más de 5 millones de pernoctaciones en sus más de 29.000 plazas hoteleras. Más del 72% de estos visitantes vino de fuera de España. La situación es parecida en Salou: más de 8 millones de pernoctaciones, el 61,5% extranjeros.

El alto número de visitantes a estas localidades, sin embargo, no se percibe en las rentas medias de sus ciudadanos, que se encuentran por debajo del nivel de Catalunya. La de los vecinos de Lloret es de las más bajas -9.596 euros por persona- mientras que la de Salou es de 11.091 euros. La media de Catalunya está en 13.338 euros.

Después de Barcelona, los dos municipios son las localidades con más población estacional según el Instituto Nacional de Estadística. Este dato, junto al de la renta media, refleja un mercado laboral en el que la gente trabaja durante el verano y después se marcha de la localidad o aguanta durante el invierno sin trabajar. También la existencia de una economía sumergida que no permite a sus beneficiarios percibir ahora prestaciones de desempleo. “Aquí siempre apretamos en verano y nos da para los próximos meses”, explicaban Manel Conde y David Abril, dos jóvenes de 23 años que ante la falta de trabajo ejercen de voluntarios en el Banc d’Aliments.

En marzo, a pocos días de que empezara la nueva temporada, muchas personas habían aterrizado ya a estas localidades con las cuentas de ahorro a cero e intención de trabajar.“Esto ha estallado en el peor momento”, afirma Arantxa Jiménez, la concejal de Lloret. “Justo iba a empezar la temporada y la gente estaba bajo mínimos, si esto hubiese ocurrido en noviembre o diciembre hubiese sido distinto”.

Estela Baeza, concejal de servicios sociales de Salou, explica que cuando finaliza la temporada cada año suelen experimentar un aumento de los gastos sociales. “Lo que no sabemos es lo que sucederá el próximo invierno”, advierte.

“Esto es solo el principio”

Si los servicios sociales y entidades de atención están ya desbordados en primavera, los nubarrones sobre lo que puede ocurrir en invierno son todavía más oscuros, admiten todas las personas entrevistadas.

“No somos muy conscientes de la realidad que se nos avecina”, opina Lucía Etxegoien, responsable del reparto de alimentos en Lloret, que admite que nunca habían llegado a estos volúmenes de reparto. “Esto es solo el principio. Por desgracia los problemas han venido para quedarse y no durarán 15 días”.

Ambos consistorios están destinando partidas extraordinarias a los servicios sociales y a financiar a las entidades que reparten alimentos. En el caso de Salou, se prevé contratar a más personal en los servicios sociales para poder atender el aumento de las demandas de la población. “El fin de la temporada turística ya era un momento complejo, nuestra previsión es que seguirá creciendo la demanda de comida a medida que pasen las semanas”, remacha Baeza, del Ayuntamiento de Salou.

Desde ambas localidades se encomendaban la semana pasada a maquillar mínimamente la temporada gracias al turismo nacional (todavía no se había hecho público que el Gobierno pretende que a partir de julio puedan venir extranjeros) aunque reconocían que el impacto que puede tener este turismo no conseguirá compensar la ausencia de visitantes de fuera. “No será comparable”, señalaban desde Lloret. “Muchos hoteles no abrirán y esto significa mucha gente sin trabajo”.

En Lloret, desde el Ayuntamiento se anima a los vecinos que nunca habían acudido a recoger comida a que lo hagan sin remordimientos. Han detectado que el perfil del nuevo usuario, esas personas que nunca hasta la fecha habían pedido comida, acuden con vergüenza a recoger su paquete quincenal de huevos, leche, legumbres, pasta y demás productos.

Como Ruslana Gaponova, que al salir con su carro de comida del pabellón donde se reparten alimentos se apresuraba a marchar del lugar para no encontrarse con nadie. “De momento tengo vergüenza… Supongo que no me quedará otra que irme acostumbrando”.

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