Nathan Thrall, ganador del Pulitzer: “A los palestinos les están arrinconando como hicieron con los indios americanos”
Milad Salama no aguantaba los nervios. La noche antes del accidente que le quitó la vida, este niño de cinco años le pidió a su padre, Abed, que le acompañara a comprar dulces para la excursión del día siguiente con su colegio. Abed le compró una botella de naranjada, un tubo de patatas Pringles y su dulce favorito: un huevo Kinder. Fue lo último que hicieron juntos.
El autobús en el que viajaba Milad chocó al día siguiente con un tráiler en una paupérrima vía llamada carretera de la muerte, en las afueras de Jerusalén, y acabó incendiado. Junto a Milad murieron otros cinco niños y una profesora.
Este suceso trágico, aparentemente desconectado de los ecos del conflicto entre Israel y Palestina, le sirve al periodista Nathan Thrall para dibujar un crudo retrato de lo que supone el día a día para miles de palestinos bajo lo que él denomina el “apartheid” israelí.
El accidente es el punto de partida del libro ‘Un día en la vida de Abed Salama’ (Anagrama en castellano, Periscopi en catalán), galardonado recientemente con el premio Pulitzer de no ficción y llamado a convertirse en una obra relevante del mejor reporterismo narrativo.
La obra describe los obstáculos que debe pasar un padre palestino tras saber que su hijo estaba en el autocar accidentado: las dificultades para moverse entre los territorios, la poca colaboración de los soldados israelíes, los intentos desesperados para saber siquiera si su vástago había salido con vida del siniestro.
La vida de los distintos protagonistas de esa trágica jornada sirve también al autor para contar la historia de los territorios ocupados e ilustrar hasta qué punto las condiciones de vida de todos los palestinos, sean cuales sean sus orígenes o estatus social, han ido empeorando a medida que pasaban los años.
“Quería mostrar la dureza de la vida de los palestinos cuando la cosa está calmada, no cuando hay una guerra o una intifada y todos estamos mirando”, apuntaba este martes el autor en un encuentro con medios en el CCCB de Barcelona. “La situación de esa llamada calma es una profunda injusticia, un control perpetuo que la mayoría del mundo ignora o apoya de manera tácita”.
Thrall, 44 años, estadounidense y judío, se ha pasado años charlando durante horas con Abed Salama, el padre del niño fallecido. La historia original se publicó en un largo reportaje en The New York Review of Books en marzo de 2021. Tras el éxito del texto, abandonó su puesto de director de la sede israelí de una ONG para convertir el relato en un excelente libro.
“Sentí una gran responsabilidad por tener que explicar su historia y por la confianza que él depositó en mí”, señala el reportero. “Muchos le han preguntado a Abed por qué decidió explicarme una historia tan íntima y él siempre responde que, cuando fui por primera vez a su casa, vio cómo me emocionaba y me caían las lágrimas. Dice que ese día supo que podía confiar en mí”.
El resultado de cientos de horas de conversación entre ambos, que les han llevado a convertirse en amigos, es un libro desolador y profundamente triste, también con ráfagas de belleza e ironía, que permite hacerse una idea de la hostilidad que supone la rutina de un palestino y del grado de violencia a escala cotidiana que inflige la ocupación israelí.
“Uno de los aspectos más deprimentes de la vida en Israel y Palestina es lo fácil que resulta para la clase privilegiada ignorar la opresión a la que se somete a los palestinos”, opina el autor del libro. “Creo que es uno de los pilares de la longevidad de este sistema”.
Thrall compara la situación con la de los indios americanos. “Les están arrinconando de la misma manera hasta que prácticamente desaparezcan”, apunta el periodista. “Se habla mucho de las soluciones al conflicto pero nunca de la crudeza del día a día para los palestinos”.
Escrito con un tono tan aséptico como vibrante, el autor se cuida también de idealizar a los palestinos y muestra también sus miserias y contradicciones. “La única manera de que el libro funcionara era que fuese honesto y que el lector sintiera que le mostraba una versión sin adulterar”, abunda Thrall. “Pensé que si el lector intuía que tergiversaba la realidad y pintaba a todos los palestinos como santos y a todos los colonos como malvados no los lograría convencer”.
El libro se publicó en inglés el pasado 3 de octubre, apenas cuatro días antes de los ataques de Hamás a Israel que desembocaron en la guerra actual. La noche antes de los ataques, Thrall estaba en Nueva Jersey con Abed dando una charla. A partir del día siguiente vio cómo empezaron a cancelarse buena parte de los actos de promoción —muchos de ellos programados en instituciones judías progresistas— e incluso las cuñas de radio que la editorial había contratado.
Uno de los aspectos más deprimentes de la vida en Israel y Palestina es lo fácil que resulta para la clase privilegiada ignorar la opresión a la que se somete a los palestinos
“Buena parte de la cancelación a la que me he enfrentado ha venido de los judíos americanos”, analiza el autor, que explica que hay miembros de su familia que no están dispuestos a leer sus libros. “Incluso mi madre no me ha podido leer durante años porque me decía que lo que escribo le genera demasiado dolor”.
Thrall se muestra muy crítico con la “censura” que, en su opinión, una parte de los judíos han impuesto al resto y admite que su propio relato, si no fuese por sus orígenes, hubiese tenido menos credibilidad. “Cualquier crítica a los judíos o a Israel se ha tildado de antisemita”, sostiene. “Se está intentando redefinir lo que significa el término y quitar legitimidad a cualquier crítica a lo que está ocurriendo”.
El día que le dijeron que había ganado el Pulitzer, Thrall estaba en Berlín dando una conferencia. Intentó contactar por todas las vías posibles con su mujer y sus hijas para darles la noticia, pero no pudo localizarlas porque ya estaban durmiendo.
A quien sí logró localizar y despertar fue a Abed, que se convirtió en la primera persona de su entorno a la que le trasladó la noticia del premio. “Abed se alegró un montón y los dos nos emocionamos”, rememora el autor. “Me dijo que ahora sí había logrado inmortalizar a su hijo”.
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