De noche en la UCI, de día vacunando: la enfermería acusa la falta de personal y el cansancio
A Joaquim Llauradó cuesta pillarle estos días en un rato libre. “¿Podemos hablar mañana? Ahora me voy a la cama”, contesta por WhatsApp. Son las 9 horas de un lunes y él ha acabado su turno de noche como enfermero en la UCI del Hospital Universitario de Bellvitge, en l’Hospitalet de Llobregat. Cuando se levante, en vez de disfrutar de una tarde de fiesta se irá al Hospital del Mar a vacunar contra la COVID-19. Es uno de los 6.000 enfermeros y enfermeras que se han ofrecido en Catalunya para cubrir mediante sus horas extras la campaña de inmunización, la última de muchas tareas que han recaído este año sobre estos profesionales, en su mayoría mujeres. La pandemia ha disparado su carga de trabajo y esto, a su vez, ha dejado en evidencia la falta endémica de titulados, con las bolsas de trabajo vacías y los jefes de personal de los hospitales y la Atención Primaria disputándoselos.
El personal de enfermería en España y en Catalunya está hoy bajo mínimos, lejos de lo deseado por el sector sanitario pero también de la media europea en cuanto a número de profesionales. La ratio de enfermeras es de 5,9 por cada 1.000 habitantes en España cuando en la Unión Europea es del 9,3. La falta de este personal, decisivo para el cuidado de los enfermos de COVID-19 en la UCI y para contener el avance de los contagios en la Atención Primaria, es una de las debilidades que ha destacado The Lancet en su duro editorial sobre la gestión pandémica en España. “Tienen una de las ratios más bajas de la UE y demasiado a menudo dependen de contratos temporales que pueden durar apenas unos pocos días o semanas”, alertaba la prestigiosa revista sobre las enfermeras y enfermeros.
Esta falta de estabilidad laboral la vienen denunciando los sindicatos y colegios profesionales desde hace años, sumado al poco reconocimiento y a una sobrecarga que, en la Atención Primaria, tiene que ver con la cobertura de una población cada vez más envejecida y con más patologías complejas. Aquí la COVID-19 ha sido como la gota que colma el vaso. “El resumen es que los profesionales están agotados, al límite”, advierte Paola Galbany, presidenta del Colegio Oficial de Enfermeros y Enfermeras de Barcelona (COIB).
Llauradó trabaja estos días unas 64 horas a la semana. Las 40 que pasa en Cuidados Intensivos de Cardiología, cuatro noches a la semana, y las 24 que reparte en cuatro tardes que dedica a poner inyecciones. Las razones que le llevaron a enrolarse en la campaña de vacunación fueron varias. Aportar un grano de arena más para erradicar la pandemia, trabajar en un ambiente más agradable que el de la UCI y, por supuesto, el dinero extra. Ahora no cobra mal, 2.000 euros al mes con los pluses de nocturnidad y de fin de semana, pero no siempre fue así. “Hasta hace poco estuve seis años encadenando contratos cada quince días en otro hospital, sin ninguna estabilidad y en unas condiciones que califica de ”entre malas y pésimas“. Su intención actualmente es hacer una especie de sprint y vacunar hasta abril. ”Estoy muy cansado, la verdad, pero me lo tomo como una etapa“, añade.
La pregunta es si esta estrategia será sostenible con una campaña que se puede alargar más de un año. Desde el Departamento de Salud aseguran que, a medida que se avance de fase, las vacunaciones se irán incorporando al circuito de Atención Primaria y recayendo sobre personal en plantilla. Pero, siempre que les preguntan, responden que no pueden contratar más gente porque no la hay. “Las bolsas están vacías”, responde cuando le preguntan Josep Maria Argimon, secretario de Salud Pública. Esta semana volvía a remarcarlo: “No tenemos más manos. Y esta fatiga y estrés pandémicos hace que tengamos unos índices de absentismo en hospitales y centros de salud nunca vistos. No podemos fiarlo todo a la bata blanca y lo hacemos demasiado”, reconocía.
Competencia entre hospitales
El paro es prácticamente inexistente entre los 50.000 enfermeros y enfermeras que se cuentan como titulados en Catalunya. Desde la crisis en 2010, la Generalitat recortó unos 5.000 puestos de trabajo de este ámbito, según datos del COIB, pero los sindicatos reconocen que poco a poco se han ido recuperando. Argimon aseguraba grosso modo que, contando todos los perfiles sanitarios –incluidos médicos, administrativos y otros– el Instituto Catalán de la Salud ha pasado de tener 44.000 profesionales a 51.000 debido a la pandemia. En Atención Primaria se aprobó un plan de choque que preveía 200 nuevas enfermeras –una por cada dos centros de salud– y 750 auxiliares. Pero incluso así faltan efectivos.
“Los hospitales acabamos compitiendo entre nosotros para contratarlas haciéndoles ofertas”, reconoce Carles Pla, gerente del Hospital de Granollers, cuando lo habitual solía ser que las contrataciones se hiciesen a los estudiantes que ya estaban de prácticas en el centro. Tal es la falta de manos que en su caso, la primera razón por la que empezaron a desprogramar cirugía no urgente durante la segunda ola fue por falta de estas profesionales, que asegura que a menudo prefieren irse a los grandes hospitales de Barcelona o a la Atención Primaria, donde las condiciones laborales son ligeramente mejores porque no se trabaja en fin de semana ni hay turnos de noche.
Galbany advierte sin embargo que la escasez de enfermeras y enfermeros sería menor si las condiciones de trabajo, el reconocimiento profesional y la estabilidad fueran mejores. Pero esto viene de lejos. Prueba de ello son los miles de jóvenes que se marcharon al extranjero, sobre todo a Reino Unido, en busca de un empleo seguro y bien remunerado. Se estima que durante el pico de la crisis fueron unas 2.800 al año en España. Aunque es imposible tener datos oficiales, el COIB sí tiene el número de expedientes que tramitaron para ayudar a enfermeras que querían marcharse, lo que muestra sólo una pequeña parte de la foto pero permite ver la tendencia durante toda la crisis. En 2010 lo tramitaron 75; en 2014, hasta 300. En los últimos años, a raíz de la recuperación económica se ha estabilizado entre los 100 y los 130.
“Cuando un país pierde muchas enfermeras pero las necesita, debería hacer una revisión crítica a fondo y pensar que esta es una enorme señal de debilidad de su sistema de salud”, argumenta Galbany. Aun así, esta enfermera, que ha publicado varios estudios sobre la fuga de profesionales, añade que este fenómeno no es hoy el que más le preocupa. De hecho, asegura que muchas de las que se fueron ya han vuelto. “Al final, creo que lo que más nos debe concernir ahora no es la emigración, puesto que a menudo regresan, sino el abandono. Tenemos señales de que muchas enfermeras a partir de los 40 o 45 años lo acaban dejando y de esto se habla poco y no se contabiliza”, advierte.
La salud mental, en peligro
Tras un año en la primera línea de la pandemia, las enfermeras y enfermeros están agotados. Si hace unas semanas un estudio del Hospital del Mar señalaba que el 45% de los sanitarios tienen riesgo de sufrir problemas de salud mental debido a la gestión de la COVID-19, el porcentaje aumentaba todavía más en el caso concreto de las enfermeras (50.4%) y más aún en el de los auxiliares de enfermería (59,6%). La publicación dejaba constancia de un mayor impacto entre las mujeres que entre los hombres, no en vano la enfermería es un ámbito eminentemente femenino: en Catalunya más del 85% de las enfermeras son mujeres.
A ninguna de las consultadas les sorprende para nada estos porcentajes, mención especial para las enfermeras de la Atención Primaria. Sus tareas han atraído a muchos menos focos que las de UCI, símbolo de la lucha contra la COVID-19, pero como siempre han sido la pieza fundamental para prevenir y diagnosticar a tiempo esta enfermedad –como todas las demás– y contener a la postre la sobrecarga hospitalaria. Sobre sus hombros ha recaído la supervisión de los casos con síntomas, las pruebas PCR –aunque ahora lo hacen sobre todo auxiliares–, una parte del rastreo, los cribados en escuelas, las visitas en residencias… Y ahora las vacunaciones, puesto que mayoría de las que integran la campaña vienen de Primaria, ya que son quienes tienen más conocimiento sobre las inyecciones.
Elena Sandín es una de ellas. Estos días dedica 21 horas semanales extra a vacunar, sumadas a la jornada completa que trabaja en el CAP Bordeta-Magòria de Barcelona. Sus 51 años y las obligaciones familiares, dice, no la echaron para atrás. “Una enfermera de Primaria no se puede ir a dormir pensando que hay vacunas y no se están poniendo. Es nuestra población y si está en nuestras manos acabar con la pandemia, hay que hacerlo”, afirma.
La Atención Primaria, al límite
Esta enfermera dio un paso adelante en diciembre pese a que asegura que poco antes, en noviembre, se reconoció agotada. Tras un año de pandemia, su cuerpo y su cabeza dijeron basta. “Dije hasta aquí, ya no puedo más. Claudiqué”, insiste.
Igual que los médicos, las enfermeras de la Atención Primaria acusan una falta de medios que acaba por perjudicar la calidad de la atención. Solamente el cansancio acumulado ya es un problema. “Si vas por la vida cabreado y agotado mentalmente, al final acabas todo el rato pensando que quizás hay cosas que se te están escapando”, advierte. “Hacemos seguimiento de una enfermedad compleja como la COVID-19 cuando antes no lo hacíamos con la gripe, y además por teléfono, que es más difícil: hay que hacerlo muy bien para que no se te escape un paciente grave o una neumonía”, detalla.
Sandín defiende que sus colegas de profesión están preparadas para esa mayor responsabilidad, pero reclama que debería ir aparejada de más reconocimiento.
Para Maria Luz Talavera, enfermera en el CAP de Caldes de Montbui, la pandemia también ha puesto patas arriba su trabajo y ha supuesto “más faena y más funciones”. Como Sandín, advierte de los riesgos asociados a la saturación. “Con la sobrecarga sanitaria es cuando pueden ocurrir los errores humanos. Eso provoca mucha angustia: ves que tienes muchos pacientes, necesitas abarcarlos y a la vez sabes que no puedes ir de prisa”, explica. “El estrés se dispara”, prosigue, “hasta el punto que hablamos de que me despierto por las noches pensando en lo que tengo pendiente por hacer y lo anoto”.
Lo que preocupa a las enfermeras de Primaria, de forma muy parecida a los médicos, es que han dejado de atender las patologías que no son COVID-19. Aproximadamente el 50% de las 13 enfermeras de su centro de salud han dejado en stand by sus tareas prepandèmicas para dedicarse en estos momentos al coronavirus. “Hacemos seguimiento de todo lo que no es demorable, como los cuidados básicos, sintrones, agudos. Pero se ha dejado de lado el seguimiento de la patología crónica: diabetes, bronquitis crónica, insuficiencia cardiaca…”, enumera Talavera, que es miembro Foro Catalán de Atención Primaria (FOCAP), una plataforma que desde hace años denuncia la desinversión en este ámbito sanitario.
Otro ejemplo meridiano de lo que las enfermeras han tenido que aparcar por la pandemia lo aporta Sandín. Ella era responsable de tabaquismo de su CAP, llevaba pacientes que estaban en proceso de deshabituación y, además, formaba a sus compañeros profesionales –“a enfermeras y a médicos, que conste”, precisa–. Pero en marzo tuvo que decir adiós al programa, que le ocupaba unas tres horas semanales. “No podía tener la cabeza para eso”, explica. Y, como es habitual en su ámbito, prosigue enumerando las enfermedades que su trabajo ayudaba a prevenir: insuficiencias cardíacas, enfermedades pulmonares obstructivas crónicas, colesterol, diabetes… “Casi todas”, resume.
Una oportunidad para reivindicarse
Las enfermeras y enfermeros consultados aseguran que, pese a las dificultades, esta pandemia puede ser una oportunidad para reivindicar su profesión, que poco a poco va siendo más valorada por la ciudadanía y los pacientes, y mejorar las actuales condiciones. A nivel laboral, desde el sindicato SATSE recuerdan de entrada que no todo lo que se perdió con los recortes se ha recuperado. Los complementos por objetivos, sí; los días festivos para asuntos propios, a medias. La pagas extra de 2013 y 2014 las van recuperando como los demás funcionarios y la pérdida del 5% del salario se ha revertido “en parte”. Las condiciones dependen también de si están en los centros del Instituto Catalán de la Salud o en la red de hospitales concertados, muy numerosos en Catalunya.
En cuanto al reconocimiento y responsabilidades, por primera vez se está empezando en Catalunya a habilitar a las enfermeras para que puedan prescribir medicamentos –una reclamación histórica–, pero hay más. Galbany y Talavera coinciden en exigir una mayor presencia de estas profesionales en los puestos de toma de decisiones. “Hacemos un trabajo invisible a nivel político e incluso en los medios de comunicación. En TV3 pocas veces verás a enfermeras hablando de la extrema complejidad del trabajo que hacemos en la Primaria”, se lamenta esta profesional.
“Todo el mundo quiere que la enfermería tenga un papel más relevante, pero a la hora de la verdad pocos lo apoyan, empezando por las propias enfermeras, que no nos lo acabamos de creer”, concluye Sandín.
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