Por amor al arte ya no se trabaja. Este parece el leitmotiv de las compañías teatrales catalanas, las independientes, las pequeñas, las poco o nada subvencionadas. Pero ¿qué significa ser independiente? ¿Y pequeño? Lo cierto es que el teatro catalán vive un momento luminoso en torno a la creación de compañías multitask. Aparentemente ha pasado la época de los grandes actores que hacían todos los papeles del Auca y los grandes directores que dirigían prácticamente todos los montajes, desde los 90 hasta la actualidad.
Desde hace unos años (no muchos) los artistas, creadores, actores, dramaturgos, productores... han entendido que las lógicas de la crisis económica (y del capitalismo) obligan a ser hombres y mujeres orquesta: actrices que hacen de productoras, directores que hacen de community manager, dramaturgas que hacen de técnico de sonido y un largo etcétera. Así se reducen los costes de la especialización a la vez que abraza el dicho de “el saber no ocupa lugar” (sic).
Sin embargo, y a pesar de hacer lo imposible, a menudo las compañías se encuentran con la cruda realidad: los números no salen. Y por aquello de “juntas somos más fuertes” deciden montar El Col·lectiu: una agrupación de más de 50 compañías que tiene por objetivo conseguir medidas laborales dignas para las personas que trabajan en torno al hecho escénico.
La mayoría de las compañías que conforman El Col·lectiu trabajan en un entorno de precariedad vergonzosa sobre todo porque los ingresos de la explotación venden de acuerdo con la taquilla.
Ir a taquilla
“Ir a taquilla” implica que el teatro no “contrata” a la compañía que representará su espectáculo, sino que en función del público asistente y la recaudación que produzcan se partirá los beneficios con la compañía visitante. Las salas públicas, como el Lliure o el Teatre Nacional, en general no aplican el sistema de taquilla pero sí que se aplica en la mayoría de salas privadas -aunque muchas también reciben subvención pública- de manera sistemática y sin garantías.
El hecho de la taquilla obliga a convertir el trabajo teatral en un producto regido por las lógicas del capitalismo feroz: cobras por lo que produces. “Make yourself”. De este modo, cuando una compañía entra en un teatro a hacer una explotación de su creación, es decir, hacer pases de su montaje, no tiene garantizado un sueldo ni unos mínimos económicos que sustenten su vida laboral, familiar y personal.
Así, desde este mes de julio, conscientes y cansados de una situación “a todas luces” insostenible y a la vez desconocida para el público, los miembros del Col·lectiu han decidido exigir a los teatros una recaudación de taquilla del 70/30. 70% para ellos, 30% para la sala. Hasta ahora era de 60/40. La idea es que esto sólo sea un pequeño paso para conseguir la contratación y el pago de cachés dignas y a la vez un llamamiento para visibilizar la problemática.
Los efectos de la precarización teatral
El caso es que la multitarea, el pluriempleo y las vicisitudes económicas a que se ven sometidas las compañías obligan a plantear que sin unos sueldos mínimos el entorno artístico se resiente, y mucho. Sin previsión económica una compañía, no tiene posibilidades de futuro ni de diseño de nuevas propuestas. Y esto plantea un escenario donde la profesionalidad no tiene cabida, donde sólo habrá lugar para montajes amateurs. Si no podemos garantizar los sueldos de nuestros artistas, tampoco podremos garantizar su profesionalidad.
Por otra parte, la precariedad cultural es un hecho que nos afecta a todos y todas, no es subsidiario de actores, actrices o directores. La crisis económica deriva en una crisis cultural y la taquilla es una maquinaria perfecta para expulsar un tipo de discurso crítico, artístico e ideológico de nuestro teatro.
Sólo podrán hacer teatro los privilegiados económicos, los que pueden trabajar sin cobrar. Esto vehicula una hegemonía de clase detrás de esta situación de desequilibrio, que fomenta que en la pirámide social sean sólo unos pocos los que puedan aceptar un sistema de billetaje. Así se entra en una espiral donde las personas que se pueden dedicar a los oficios artísticos son aquellas que tienen las necesidades básicas cubiertas. Las que pueden trabajar por amor al arte no necesitan trabajar.
Ante la realidad de la precarización, el discurso de las salas para justificar la taquilla es hablar de oportunidades para visibilizar el trabajo. Visibilizar con la esperanza de que te contraten, que te vean para que te quieran. Esta apuesta emocional normalmente es infructuosa y lo que hace es destruir la posibilidad de tener un tejido teatral profesional, independiente, arriesgado y crítico. Los oficios culturales también tienen un precio y no se hacen sólo “por amor al arte”. Por el bien de todas y de todos.