La Cumbre del Clima de París que reúne a más 148 presidentes o primeros ministros de 195 países, afronta decisiones que condicionan el futuro del planeta tierra y la humanidad. A pesar de las negaciones, esgrimidas durante años, el cambio climático es una realidad incontrastable. En el informe de 2014, elaborado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) se señala que: “la influencia humana en el sistema climático es clara y las emisiones antropógenas recientes de gases de efecto invernadero son las más altas de la historia. El calentamiento en el sistema climático es inequívoco, y desde la década de 1950 muchos de los cambios observados no han tenido precedentes en los últimos decenios a milenios”.
Las emisiones de gases, llamados de efecto invernadero (CO2, NO2 y metano), han crecido por año un 1,3% del 1970 al 2000 y un 2,2% desde el 2000 al 2010. Un 78% de las emisiones de CO2 proceden del uso de combustibles fósiles y procesos industriales, un 40% de las cuales tienen su origen en China y EEUU. La mayoría de estas emisiones de CO2 permanecen en la atmósfera, siendo una parte almacenada en plantas y suelos y otra absorbida por los océanos, contribuyendo a su acidificación.
La consecuencia ha sido un calentamiento global estimado en 0,85ºC durante el período 1880-2012, determinando que los últimos 30 años haya sido el período más cálido en 1.400 años en el hemisferio norte. De mantenerse esta tendencia natural, el aumento de temperatura alcanzaría los 2,8ºC hacia el 2050 y 4,8ºC en el 2081. Otras consecuencias del calentamiento son la pérdida de masas de hielo en Groenlandia y en la Antártida, la reducción de glaciares y fundición de masas de nieve y del hielo marino del Ártico que ha disminuido en los últimos 30 años entre el 3,5 a 4,1% por decenio.
Otro efecto que se aprecia desde hace 100 años, es que el nivel medio global del mar se ha elevado unos 20 cm y, de seguir la tendencia podría llegar a 98cm en el 2100, es decir si este proceso continúa sin freno podría llegar a anegar a inmensos territorios próximos al mar -como por ejemplo, el delta del Ebro y del Llobregat, en Catalunya- y numerosas islas habitadas desaparecerían.
Estos efectos del calentamiento, se acompañan con cambios exagerados del clima, que producen un mayor número de precipitaciones extremas, ciclones, inundaciones, olas de calor, sequías severas en diversas regiones, e incendios forestales, que está alterando algunos ecosistemas y teniendo un enorme impacto en la vida y la salud humana, especialmente en países en vías de desarrollo. Empeora gran parte de los indicadores de determinantes sociales de salud e incrementa las desigualdades sociales a nivel mundial.
Un informe reciente de la OMS -septiembre del 2015- sobre los efectos del cambio climático sobre la salud, advierte que las olas de calor y la contaminación del aire contribuyen directamente a aumentar las muertes por enfermedades respiratorias y cardiovasculares, especialmente en personas mayores. Ha sido notorio que, a consecuencia de la ola de calor en el verano del 2003 en Europa, se registrara un exceso de 70.000 fallecimientos. Y hay que tener en cuenta también que tal aumento de calor reduce la capacidad de trabajo en la población adulta, a la vez que favorece el crecimiento de niveles de polen y alérgenos que exacerban la aparición de asma que afecta a unos 300 millones de habitantes en el mundo. La variabilidad en el régimen de lluvias y las inundaciones perturba la provisión de agua potable, comprometiendo la higiene e incrementando el riesgo de diarreas y enfermedades gastrointestinales, causa del fallecimiento cada año de, aproximadamente, 760 mil niños menores de 5 años. Aqueja a muchas regiones y poblaciones enteras que pierden sus viviendas, sus escasos recursos materiales y sanitarios. Los cada vez más extensos y largos periodos de sequía, reducen la producción de alimentos básicos y generan desnutrición y malnutrición en muchas poblaciones. El cambio climático es a la vez responsable de un incremento de enfermedades infecciosas, trasmitidas por la contaminación del agua y por insectos, como las enfermedades parasitarias (la esquistosomiásis), la malaria (trasmitido por mosquitos Anofeles), y el dengue (trasmitido por el mosquito Aedes). Si las emisiones no son reducidas y el cambio climático no es modificado, la OMS estima que entre el 2030 y 2050 podría ser responsable de unas 250.000 muertes adicionales por año; de ellas 38.000 serían por la ola de calor en ancianos, 48.000 por diarreas, 60.000 por malaria y 95.000 por malnutrición infantil.
La mayoría de los políticos gobernantes afrontan este grave reto para la humanidad con una gran hipocresía, porque mientras ya no pueden negar el problema, son incapaces de afectar a las poderosas industrias del automóvil, del petróleo y del carbón, a las que subvencionan generosamente, y que representan la mayor parte del problema. No es seguro que estén dispuestos a alcanzar acuerdos vinculantes para la reducción de gases de efecto invernadero. Quizás el mayor cinismo lo alcanzó el Presidente Rajoy que anuncia en París una ley por el cambio climático, cuando en los cuatro años de gobierno no ha hecho más que apoyar a las grandes empresas eléctricas e impedir o dificultar el desarrollo de las energías alternativas. La activa concienciación y movilización de la sociedad civil y la comunidad científica es la mayor esperanza para que se adopten decisiones que reduzcan las emisiones en los principales países desarrollados que las generan.