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Girona: el último trueno del régimen del 78

Lluc Salellas

"El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos" (Antonio Gramsci)

Fumata blanca. Carles Puigdemont deviene President de la Generalitat. En la ciudad todo el mundo habla. La gente parece contenta. Estamos a 10 de enero de 2016. Nadie lo espera. Al día siguiente, sin embargo, en la ciudad manaia comienza la procesión del calvario institucional al Ayuntamiento de Girona. Carles Puigdemont y su equipo de personas más cercanas (el poder en la sombra) deciden que el sustituto no sea una persona de su equipo de concejales sino el número 19 de la lista, Albert Ballesta.

Lo hacen para preservar los equilibrios entre los teóricos aspirantes a sucederle de cara al 2019 y como una medida de orden y de demostración sobre quién sigue mandando a pesar de pasar a Presidir la Generalitat. Para hacerlo posible, 8 personas deben renunciar a ser concejales y 9 más en ser alcalde para permitir que Ballesta, desconocido en el municipalismo gerundense, tome posesión. Primer paso incomprensible.

El acuerdo no cuenta ni con el apoyo de parte de los concejales de CDC ni con los de Demòcrates. ¿Solución? Más poder para los críticos para que se avengan: creación de nuevas estructuras, más tenencias de alcaldía y una vicealcaldia a medida para Eduard Berloso, militante de Demòcrates y número 10 en la lista. En 15 días, Girona ya tiene el número 19 de la lista de CiU de alcalde y el 10 de vicealcalde.

Y todo a través de un pacto de despachos, nocturno y presentado públicamente sin ni siquiera haber hablado con la oposición ni tener en cuenta que el equipo de Gobierno de CiU tiene tan sólo 10 de los 25 concejales. Es decir: solos no pueden. En la calle, segunda dosis de incomprensión. A continuación vendrá el error en la toma de posesión en que Ballesta, secretario de Ayuntamiento de formación, olvida prometer o jurar el cargo, un segundo pleno extraordinario en el que nadie de su equipo aplaude cuando es oficialmente designado alcalde y su incapacidad de defender las mociones que él mismo ha ayudado a aprobar en el pleno como es el caso del cambio de nombre de la Fundación Princesa de Girona.

Sin embargo, la guinda es el asunto de la aprobación del cartapacio, su sueldo y el número de asesores. En la negociación, Albert Ballesta, Marta Madrenas y su equipo son incapaces de llegar a acuerdos con ERC, PSC o la misma CUP porque el pacto hecho aquellos primeros días post fumata blanca incluía un sueldo de 75.000 euros y un número de asesores a los que CiU no quiere renunciar. Tan sólo PP y Ciutadans le aceptan salario y asesores a cambio de contrapartidas de ciudad. Un acuerdo que reproduce el de una semana antes para impedir una comisión de trabajo para acabar con el monopolio funerario en la ciudad de Girona.

Así pues, Ballesta pacta con el españolismo que ha denunciado a los concejales independentistas del Ayuntamiento en la Audiencia Nacional por haber apoyado la resolución del 9-N. Surrealista. Memes de WatsApp circulando a toda máquina. Tercera taza, gigante, de incomprensión y desaprobación popular. Pero como bien decía Laia Pèlach, concejala cupaire: “Quiso pactar con el Diablo y, al final, el Diablo le ha traicionado”. C's rompe el pacto y CiU se queda sin aprobar parte del cartapacio. El sainete sube de tono. Pasan unos días más y todo hace pensar que el acuerdo con ERC, a partir de las premisas de Junts pel Sí, está muy cerca. Así lo explican concejales de Gobierno hasta anteayer.

El pacto del Ibex 35 a la gerundense

Llegamos a 8 de marzo. En 2010 Girona había quedado cubierta de nieve. En 2016 la helada es política. Los gerundenses leemos en los medios hechos y pensados en la capital que Albert Ballesta se va y que CiU articula un acuerdo con el PSC que era desconocido por los propios concejales y militantes convergentes de la ciudad a primera hora de la mañana. Los mismos que habían ideado la martingala del alcalde que iba de 19 en la lista, que habían avalado el pacto con C's y PP, deciden que Pedro Sánchez, lo mismo da.

La sombra de Puigdemont poc que és petita. El orden es el orden y la estabilidad es la estabilidad, más allá de ideales, propuestas y Repúblicas demandadas. Tal como lo leemos, tal como se confirma pocas horas después. Del liderazgo en el camino del municipalismo independentista, Girona pasa a ser exponente del pacto del status quo, el ansiado por el Ibex 35 y las grandes patronales, la idea vieja y destartalada de la 'sociovergencia'. La gestión por gestión y que nadie idee algo muy diferente que las utopías no existen para guiarnos.

De repente, Girona vuelve diez capítulos atrás en su historia reciente. Ni independentismo desde el Gobierno (¿las áreas que lleve el PSC qué línea seguirán?), Ni prioridad de liderar un Proceso Constituyente, ni transformación en la práctica política municipal. Al contrario: aquellos que desde el Congreso español y el Parlament catalán niegan toda posibilidad de iniciar un camino hacia la República y que practican el seguimiento más absoluto a la Troika se ponen de acuerdo con quien habla de desconexión pero desaprovecha cada ocasión para ponerla en marcha.

Un acuerdo hecho entre Nicaragua y Córsega, las sedes del PSC y CDC respectivamente en Barcelona. Acabado de cocinar en el Palau de la Generalitat lunes por la tarde, sin conexión con la ciudad (hace meses que CiU y el PSC no votaban nada juntos) y que es el reflejo de los poderes que siempre están pese a que menudo callan. De aquel ruido que se oye que no quiere que llegue el impulso de las clases populares. Líderes de desesperanza. De la áspera rutina. Nos quieren cabizbajos. Sumisos. Y sin ser capaces de imaginar una alternativa.

Es el enésimo capítulo de la vieja política del régimen del 78. De los de siempre haciendo política para los de siempre con la manera de hacerla de siempre. El último que vamos a vivir en Girona. Porque la resignación ya no está sobre la mesa y la procesión del Calvario ya no es una obligación. Hoy, por suerte, mucha gente seguimos trabajando con la alternativa democrática, social y popular que cada día toma más fuerza en la ciudad de Girona. Con destino claro: la República (justa) Catalana.

Las calles anoche, por ejemplo, eran lilas feministas que agrietaban la negrura de un modelo que se va muriendo. Y lo eran como hacía tiempo que no lo veíamos. Hoy y mañana se llenarán salas de solidaridad con los refugiados en actos organizados por una sociedad civil que dice basta a la barbarie asumida por la Unión Europea, por los mismos poderes económicos que hoy celebran el pacto del Ibex 35 a la gerundense, la 'sociovergencia'.

Y es aquí donde radica la verdadera fuerza del cambio, en nuestra capacidad de seguir construyendo este espacio de unidad popular, de izquierda transformadora, que no para de crecer mientras ellos, CiU y el PSC, se mantienen en un modelo caduco de hacer política. En el espacio-tiempo de Felipe y Pujol. Y en ese camino estamos y estaremos. Tenemos la responsabilidad política de lograr este reto y convertirlo en la alternativa. Y lo conseguiremos. Casualidades de la vida han hecho que mientras unos cerraban de noche, en un despacho con las cortinas pasadas, un pacto de gobierno con aquellos que vetan el referéndum, otros estábamos delante del Ayuntamiento de Viladamat apoyando el acto de soberanía política que ha hecho el equipo de Gobierno al no responder los requerimientos de la Audiencia Nacional. De la palabra a los hechos. Del pueblo hacia el pueblo. Para la plena libertad.

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