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El palacio y las máscaras visibles del pujolismo

Pujol dice que el éxito de Cataluña es que hay inmigrantes o chonis que son soberanistas

Jordi Corominas i Julián

Barcelona —

Al vivir un tiempo en Italia asocié rápidamente lo que ocurre estos días en Catalunya con la caída del régimen democristiano de Andreotti y el resto de elementos que encadenaron a un país durante casi cinco decenios. Su omnímodo poder afectó a todas las capas de la sociedad y no es osado decir que aun las impregna, porque una cosa es la buena voluntad de Renzi y otra bien distinta la posibilidad real de cambiar estructuras momificadas que se construyeron para ser impenetrables.

La experiencia italiana también me permitió conocer a un Pasolini distinto al que nos venden aquí los afamados usuarios de la Filmoteca. El poeta es brillante, pero el lúcido polemista de los últimos años es más que magistral. En uno de sus artículos hablaba de Il palazzo, metáfora de un poder que muestra la fachada y oculta su interior sin descaro alguno porque tiene mecanismos que permiten dominar sin máscaras.

En los años ochenta era un crío, pero recuerdo cómo La Trinca cantaba sobre la Plaça de Sant Jaume y los dos balcones que simbolizaban a todo un país. Cuando paso por el epicentro de Barcelona sí, acuden a mi mente las palabras de Pasolini e imagino unos pasillos oscuros y laberínticos donde se ocultan secretos que son propiedad privada de una oligarquía que gobierna el país desde hace más de tres decenios y sigue sintiéndose intocable, tanto que en las reacciones populares de estos días se percibe una especie de miedo, como si salir de las catacumbas fuera comparable al mito de la caverna y la luz de la confesión del otrora Molt Honorable no asegurara la plena libertad para criticar el desaguisado.

De esa etapa de mi infancia recuerdo otra imagen. La madre de un amigo nos llevó a un acto donde la estrella suprema era el President Pujol. A Maragall era fácil verle por la calle, era accesible y se mostraba siempre amabilísimo, pero claro, el líder máximo debía hacer como los emperadores de la Antigüedad tardía, visibles por sus imágenes en lugares públicos aunque invisibles en la realidad. Sus apariciones eran epifanías, y lo mismo hacía el hombre de la herencia no declara, quien se acercó a mi compañero para apuntarse un tanto de cordialidad y fracasó en su intento.

Mi amigo le negó el saludo, y claro, con ocho años nadie debe pensar que lo suyo eran intuiciones premonitorias. Tuvo miedo del fundador de Convergència Democràtica de Catalunya y le negó tres veces, como Pedro a Jesucristo.

Es curioso que antes de la adolescencia, mucho antes, tuviera tanta consciencia de quién era Jordi Pujol i Soley. En 1989 visitó el pueblo donde veraneaba, Santa María de Palautordera, en su objetivo de conocer todas las localidades de nuestra tierra. Fue recibido entre aplausos y los amigos de mi familia comentaban, una frase que luego escuché en repetidas ocasiones, eso de que nunca le votarían, però mira, és bon polític.

És bon polític. Esa frase dice mucho de nuestro conformismo. Años después me crucé con Artur Mas en unos estudios radiofónicos. Una compañera me dijo que lo veía muy presidenciable. Ya ven, el palacio saca petróleo de la fachada, y en ocasiones aprovecha el interior para saquear sin estrépito, de Millet a la Generalitat y tiro porque me toca.

Otra hito de los ochenta era la frase, a imitar con inimitables tics nerviosos, de això no toca. Tan majo era el Rey de Banca Catalana que hasta tenía su humor propio que muchos catalanes repetían con agrado. Ahora la coletilla suena fatal, a robo, tomadura de pelo y apropiación patrimonial de algo que en su época pertenecía a seis millones, eslogan tan machacado que aun sirve para nutrir pesadillas absurdas y visitas de presidentes catalanes a la China Popular.

Estos días muchos articulistas han cargado sus tintas y lanzado su séptimo de caballería contra ese señor que en la calle era el maestro Yoda de Star Wars, y lo han hecho como si quisieran vengarse por un mutismo que ellos mismos fomentaron, porque ningún periódico sacó los trapos sucios que la poco católica confesión ha sacado a la luz.

Por otra parte resulta que Andreotti decía, con su intocable cinismo, que los trapos sucios se lavan en casa, y eso se ha hecho en nuestro país hasta que la presión era demasiado insoportable y todo ha estallado. ¿Todo? No lo crean, lo más fascinante de la semana trágica del pujolismo ha sido su enfoque informativo, con aires de opereta mala, sin abordar esencias por un motivo muy básico: el cubo de la basura está hasta los topes y será muy complicado desatascarlo hasta que salgan todas sus heces.

No hay que ser muy inteligente para entender que el lenguaje es política y la política lenguaje. En primer poemario publicado, Paseos Simultáneos, un verso decía que en la peluquería entendí que los catalanes son como una serie de tv3. A ver, maticemos antes que algunos quieran echarme a los leones. Por suerte no todos son así, pero estoy convencido que la idea del poder convergente era y es esa, ni más ni menos, algo que repercute en la comunicación oral y escrita, donde el idioma aun debe recorrer mucho camino para crecer sin miedo a contaminarse, lo que encaja con ciertas ideas nacionalistas de miedo a lo ajeno, tan palpable en sus acciones y quejas durante Barcelona 92, tan visible aun hoy en día en mil aspectos que no muerden con determinación porque el dinero turístico es un maná innegociable que no impide generar estructuras que alejen lo internacionalista y potencien lo provinciano.

Tampoco se habla estos días, ya os digo que está todo demasiado reciente, de las estructuras que han cuajado durante todo este período. Están presentes en muchos ámbitos sociales. El mío, el que conozco con más garantías, es el cultural, y puedo deciros que todos sus campos se han visto empapados de un discurso inofensivo y buenista que, en alguna que otra ocasión, nos han querido vender como rompedor, casi revolucionario. Aclaro a los españoles que lean el texto que lo mismo pasa en sus comunidades autónomas. En lo bueno y en lo malo hemos sido un espejo donde se han proyectado otros territorios peninsulares, que quizá sin embargo no tienen montado un chiringuito de forma tan precisa como el nuestro, donde viejos y jóvenes próceres de las artes proclaman su progresía cuando están encantados de la vida en pactar con los de arriba y ser promotores de su marca, llámese esta Cataluña o Barcelona. Y así se medra, sin pensar en una idea de calidad. Quien tosa a estos peones presentes en teatro, música, poesía, narrativa, cine y otras expresiones queda fuera del juego y del dinero público que copa el grupo, contento con sus éxitos estériles y miserables, felices por las palmaditas en la espalda, tranquilos en sus poltronas, aseguradas a prueba de bombas.

En otro artículo Pier Paolo Pasolini decía que sabía los nombres de los que habían causado las mayores masacres de la Historia italiana a finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado. También decía no tener pruebas, pero afirmaba saberlo desde su intelectualidad que buscaba estar al tanto de lo que sucedía para conocer todo e imaginar aquello que se desconoce o se calla para llegar a coordinar hechos lejanos y juntar piezas desorganizadas y fragmentarias de un todo coherente que aun hoy en día denominamos sistema político, ese extraño y misterioso lugar donde parecen reinar la arbitrariedad y la locura.

Tenía más razón que un santo y por eso se lo cargaron. Su crimen sigue irresuelto, aunque los métodos y la trama suenan a ajuste de cuentas mafioso bien propio de la Democracia Cristiana, capaz de dejar que las Brigadas Rojas asesinaran a Aldo Moro para que no destapara secretos de Estado.

Aquí la confesión convierte a Jordi Pujol en un cadáver político por imperativos del guión, y así las cloacas no propulsarán a la superficie monstruos y escoria. El alud de noticias mencionará poco o nada las estructuras que se crearon durante sus veintitrés años de presidencia, conglomerados muy sólidos que perpetuarán su legado sin que nadie se escandalice porque seguirán entre la maleza palpable por todos. De este modo nadie la denunciará porque ya está asumida en el inconsciente colectivo, al que es más fácil engañar, casi desde el conductismo pavloviano, con nuevos acicates que aquí se llaman Independencia, fantástica para sepultar en la amnesia los recortes sociales, de retallades a estelades. Quizá el verdadero cambio, el necesario, sería desmontar el tinglado de esa oligarquía y crear una Cataluña apta para todos los públicos, no sólo para los que no pagan entrada en el cine. Visca el Barça.

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