Una vieja norma tácita del oficio, que hoy infringiré, desaconseja hablar en un diario del contenido de los demás, más aun si es para hablar bien. Esta semana la veterana institución del diario La Vanguardia, que acaba de estrenar nuevo director, ha publicado un comentario editorial que me ha sorprendido, a raíz de la aparición del último informe sobre el impacto de la crisis por parte de la OCDE, el organismo que reúne a los 34 países más industrializados. El informe es tajante: España es uno de los países donde la crisis se ha repartido de forma más desigual entre los ricos y la mayoría de afectados.
La Vanguardia lo titula “Alarma por la fractura social”, y escribe: “La dramática situación social que reflejan los datos aportados por la OCDE exige una reflexión urgente de los poderes políticos y económicos del país, así como la adopción de medidas inmediatas como recomiendan sus expertos, para corregir la gran fractura social que se ha abierto estos años de crisis en España. Debe hacerse por justicia social y solidaridad respecto a los más pobres, pero también para evitar los problemas de todo tipo que germinan en una sociedad con índices de desigualdad elevados. No reaccionar ante ello se puede pagar extremadamente caro”.
Se trata, repito, de un comentario editorial. Significa que compromete la opinión del editor, del amo. Claro está que la solemnidad de los comentarios editoriales suele ir acompañada por la música celestial más intangible en cuanto a la traducción práctica de los principios enunciados, pero a pesar de todo son indicadores de un estado de opinión.
El mismo día en que aparecía este editorial, La Vanguardia dedicaba la portada y el dossier interior del suplemento semanal “Cultura/s” a enaltecer la figura de Gaziel, su director durante la República y la Guerra Civil. Lo que evitaba decir durante siete páginas enteras –y lo que marcó la trayectoria de Gaziel- es que el propietario del diario, Carlos Godó, fue a declarar hasta tres veces contra su fiel empleado en el juicio de depuración de responsabilidades políticas que en 1940 se le instruyó y que lo condenó a no poder ejercer más la profesión (véase el relato en Gaziel: vida, periodisme i literatura, páginas 306 a 316, del libro de Manuel Llanas editado en 1998).
Gaziel calificaba a La Vanguardia de “diario espejo de Barcelona”, como recuerda uno de los articulistas, que lo encuentra una “definición feliz”.
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