Este mes de marzo intenté consensuar, como diputada, una declaración para sumarnos a la iniciativa europea que defiende que el primer miércoles de mayo de cada año sea considerado el día mundial de la salud mental materna.
La declaración se tenía que haber aprobado por unanimidad para que pudiera leerse en el pleno, pero no lo logré. Ni la CUP ni el PSC –los demás no me consta si se apuntaban-- no la quisieron firmar. Se ve que, incluso, una diputada se quejó de que un día mundial de este tipo presuponía que las mujeres no estábamos bien de la cabeza, por decirlo coloquialmente.
Sentí no conseguirlo, sobre todo porque era una oportunidad que algunas médicas y médicos de Cataluña esperaban con impaciencia para poner el foco en un problema médico poco estudiado y para el cual hacen falta muchos recursos.
A pesar de que sea una obviedad, lo explico: la enfermedad mental se produce en el cerebro y es orgánica, es decir, tiene que ver con procesos físicos y químicos. No es nada raro, claro, pues nuestro cuerpo es física y química, de manera que, por ejemplo, cuando el páncreas no segrega la insulina que necesitamos, la persona se vuelve diabética. Pues lo mismo le pasa al cerebro: cuando, por ejemplo, un neurotransmisor no funciona correctamente, aparece un trastorno mental. Y, como lo denominamos mental, a veces tendemos a situarlo en un lugar impreciso; para algunos el alma y para otros vete a saber qué. El caso es que el trastorno mental afecta a las emociones o las percepciones o los pensamientos o la conducta de la persona, es decir, aquello que tiene que ver con funciones del cerebro.
¿Es frecuente la enfermedad mental? Pues, sí. En Cataluña, un 18% de las personas, mujeres y hombres, niñas y niños sufren trastornos mentales. O sea, casi una de cada cinco. Algunos trastornos son leves y otros muy graves.
De entre las mujeres que los sufren, algunas querrán ser madres y, al quedarse embarazadas, es posible que el o la ginecóloga les desaconseje el tratamiento psicotrópico y, por lo tanto, la enfermedad mental se agrave. Otras mujeres, que antes del embarazo no habían sufrido ningún trastorno mental, lo sufrirán durante o después del embarazo –leve, no tan leve o muy grave. El 25% de las embarazadas experimentará algún tipo de malestar psíquico significativo debido a los cambios vitales que representan el embarazo y el post-parto.
El estrés y la enfermedad mental materna afectan a la madre, naturalmente, pero también pueden afectar directamente al feto y al neonato, creando impacto sobre su desarrollo físico, cognitivo y emocional, que puede perdurar en el tiempo. Hay que tener en cuenta que si la madre no está bien psíquicamente, no establecerá un buen vínculo con el bebé, por eso es importante la salud mental de la madre, especialmente durante el primer año de vida de la criatura.
Dado que este –la salud mental de la mujer durante el embarazo y el primer año después del parto-- es un problema de salud exclusivamente femenino ha sido muy poco estudiado, como todos aquellos que se relacionan con las mujeres, excepto el embarazo y el parto.
Una mejor atención y tratamientos hacia la salud mental de las madres hace que las mujeres puedan ampliar sus recursos y capacidades personales, adaptarse mejor a los desafíos, vincularse afectivamente con su criatura, alimentarla y ocuparse de ella.
Por eso, cuidar la salud mental de las madres supone mejorar la salud de la sociedad actual y futura.
En muchos países de Europa ya lo han visto: están dedicando esfuerzos y recursos, están haciendo investigación para mejorar los tratamientos, están creando -en las plantas de psiquiatría- espacios donde las mujeres que acaban de ser madres y tienen que ingresar puedan estar con el bebé.
Pero en Cataluña todavía no lo hemos entendido.
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