Este blog pretende transmitir reflexiones sobre música, literatura, arte, pensamiento y cultura en general, sin eludir la dimensión política. Trata de analizar la realidad, especialmente cuando, como ocurre con frecuencia, supera la ficción.
Murakami, Ozawa y la densa niebla de la soledad
La Orquesta Filarmónica de Berlín acaba de lanzar una edición especial de seis discos compactos y un blu-ray de vídeo con muy interesantes grabaciones dirigidas por Seiji Ozawa, entre las que hay una Séptima sinfonía de Bruckner, el Concierto en sol mayor de Ravel con Martha Argerich y el de viola de Bartók con Wolfram Christ. Es un homenaje al gran director japonés, que murió el 6 de febrero de este año a los 88 años. Fue titular de las orquestas de Toronto, San Francisco, Boston y la Ópera de Viena. En Boston permaneció 29 años, cifra récord entre sus titulares. Es el único director de orquesta que estudió con Herbert von Karajan y con Leonard Bernstein, de quien fue asistente.
En 2009 le fue diagnosticado un cáncer de esófago, por lo que sufrió una operación y redujo temporalmente su actividad para seguir tratamiento. Fue en esa época cuando el célebre escritor japonés Haruki Murakami, gran aficionado al jazz y también a la clásica, mantuvo seis conversaciones con Ozawa. Están recogidas en el libro Música, solo música, publicado en japonés en 2011 y en español en 2020 (Tusquets). En inglés se editó como Absolutely on Music.
En la introducción, Murakami se refiere a sus “tardes con Seiji Ozawa” como “entrevistas”. No lo son exactamente, ya que las aportaciones del escritor revisten también un gran interés. Si bien confiesa su incapacidad para leer partituras, hace gala de una gran erudición musical y un conocimiento profundo de diferentes versiones de las obras.
Ozawa estudió con Karajan en Berlín gracias a una beca, y entre 1961 y 1963 estuvo en Nueva York con Bernstein. Volvió a Berlín en 1964 llamado por Karajan. “Allí cobré mi primera paga como director de orquesta”, dice. Explica muy claramente las grandes diferencias entre un director y otro. Es revelador que siempre se refiera a Bernstein como “Lenny” y al entonces titular de Berlín como “el maestro Karajan”. “Lenny no era la clase de director que dedica mucho tiempo a los ensayos”, ya que “en cierto sentido era un genio y preparar a la orquesta no era uno de sus puntos fuertes”. El director japonés explica que Bernstein “nunca enseñaba a los músicos cómo tocar”. No prestaba atención al conjunto orquestal, mientras que “el maestro Karajan sí lo hacía”. En los ensayos de Bernstein los músicos hablaban entre ellos, dice Ozawa. “Eso siempre me molestó”.
Seiji Ozawa estudió piano, pero tuvo un accidente jugando al rugby, en el que se rompió dos dedos. Se reorientó hacia la dirección con Hideo Saito, a quien debe su técnica, como recuerda repetidamente en el libro. A Karajan y a Bernstein, dice, “los observaba y los analizaba, pero en ningún momento se me pasaba por la cabeza tratar de imitarlos. Quienes no tienen su propia técnica bien desarrollada se limitan a imitar a los demás. Imitan la forma superficialmente. A mí no me pasó”.
Narra que Eugene Ormandy “era una persona increíblemente amable”, y cuando era titular de Filadelfia llamó a Ozawa en muchas ocasiones como director invitado. “Yo tenía tan poco dinero entonces que ni podía soñar con una batuta hecha a medida para mí”, confiesa. Una vez abrió un cajón en la oficina de Ormandy: “Me encontré allí un montón de batutas, todas iguales. Pensé que no se daría cuenta si desaparecían unas cuantas y, sin decir nada, me llevé tres”. Un día Ormandy lo advirtió y le preguntó: “A que las ha robado usted?”. Ozawa tuvo que confesar y devolverlas, pero Ormandy le regaló una.
Las conversaciones recogidas en el libro reflejan un Ozawa sencillo, sincero, sin un ápice de soberbia. Confiesa con franqueza sus penalidades económicas en Nueva York o su escaso conocimiento del inglés en aquella época, que le hacía comprender con dificultad las explicaciones de alguien tan elocuente como “Lenny”. También dice claramente: “No había nadie tan alejado de la ópera como yo”. Nunca había dirigido una hasta que lo hizo por primera vez en 1965 con Rigoletto de Verdi.
Con quien más aprendió sobre ópera fue con Karajan, quien le dijo: “Para un director el repertorio de sinfonías y el de óperas son como las dos ruedas delanteras de un coche. Si falta una de ellas, la cosa no funciona”. Además, “si un director se muere sin haber dirigido una sola ópera, eso significa que desaparece sin saber prácticamente nada de Wagner”.
Seiji Ozawa fue invitado a dirigir Tosca de Puccini con Luciano Pavarotti en La Scala de Milán en 1980 y no dudó en aceptar, porque tenía gran amistad con el tenor de Módena y deseaba trabajar con él. Karajan, que ya había sido abucheado en una ocasión en ese teatro se lo desaconsejó: “Dijo que me iba a suicidar, que me iban a matar”. Efectivamente, el día del estreno “el abucheo fue ensordecedor”. Pero había siete representaciones “y al tercer día, cuando quise darme cuenta, ya no me abucheaban”. La madre de Ozawa había viajado a Milán y estaba entre el público cuando se produjeron los abucheos: “Gritaban como locos sin cohibirse en absoluto, y ella pensó que estaban muy contentos. Volvimos a casa y me dio la enhorabuena por tantos bravos”.
El libro es un ameno recorrido por deliciosos paisajes musicales de las sabias manos de Murakami y Ozawa, a quien el escritor define como “un hombre con una confianza absoluta en todos cuanto lo rodean y, al tiempo, atrapado en la densa niebla de la soledad”.
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