¿Dónde están nuestros Lebrones?
Esta semana, mientras las revueltas contra el vil asesinato policial de George Lloyd incendiaban Minneapolis y se extendían por el resto de Estados Unidos, dos mensajes opuestos en redes sociales mostraban, una vez más, la enorme brecha abierta en la sociedad norteamericana. De un lado, el presidente Donald Trump —80 millones de seguidores en Twitter—, llamaba “matones” a quienes toman las calles pidiendo justicia. De otro, la estrella de la NBA Lebron James —65 millones de seguidores en Instagram— preguntaba “¿Lo entendéis ahora?” contraponiendo dos fotografías con mucho simbolismo: una, la del policía Derek Chauvin clavando su rodilla en el cuello de Lloyd, que gritó pidiendo ayuda hasta morir; otra, la imágen icónica del jugador de fútbol americano Colin Kaepernick arrodillado mientras suena el himno de los Estados Unidos, en señal de protesta por la brutalidad policial contra la población negra (“Black Lives Matter”).
Estrellas del deporte denunciando los abusos del poder y enfrentándose abierta y públicamente a Donald Trump. Es algo que hemos visto a menudo en estos últimos años, especialmente en la racializada NBA —donde el joven y “demasiado listo” Jaylen Brown se está convirtiendo en líder intelectual del movimiento de protesta— pero también en la NFL o en la selección campeona del Mundial de fútbol femenino. El caso más emblemático sigue siendo el de Lebron James, criado en la pobreza por una madre sola y convertido en multimillonario antes de cumplir la veintena gracias a su talento sobrenatural para el baloncesto. “The King” James, que ha demostrado siempre un fuerte compromiso filantrópico con su comunidad de Akron (Ohio) y se ha convertido en referente progresista por sus manifestaciones públicas, es habitualmente objeto de duros ataques por parte de los medios ultraconservadores. “Shut up and dribble!” (“¡Cállate y dribla!”), le espetó hace un par de años una presentadora de la cadena Fox. Pero Lebron no ha dejado de alzar su voz.
¿Y en España, qué? ¿Alguien se imagina a futbolistas de Primera Divisón haciendo un gesto tan claro por las víctimas del racismo o la violencia policial? Cabe recordar que, en los días posteriores al referéndum de Catalunya, cuando toda España había visto las palizas propinadas por las fuerzas de seguridad del Estado a votantes inermes e indefensos, el gesto más viralizado fue un vídeo de Sergio Ramos, defensa del Real Madrid, haciendo el idiota delante de una enorme bandera española. Eso por no hablar de la inacción general ante los insultos racistas tan habituales en los estadios de fútbol, que ha sufrido y denunciado el delantero del Atletic de Bilbao Iñaki Williams, o la constante exhibición de símbolos fascistas y mensajes de odio en las gradas ultras. Aquí las estrellas del fútbol se dedican a “callar y driblar”, y ya se sabe que quien calla, otorga.
¿Dónde están nuestros “Lebrones”? Desde luego, salvo contadísimas y moderadas excepciones —como Del Bosque o Guardiola, en su etapa de entrenador—, podemos decir que en el fútbol no. El periodista Quique Peinado, autor del libro “Futbolistas de izquierdas” —en el que apenas aparece ningún caso actual o reciente de la liga española—, decía hace poco en un tuit que sabía de jugadores de Primera División de ideas progresistas pero que no se atreven a manifestarlo públicamente. Por el contrario, simpatizantes notorios de la ultraderecha siempre ha habido, y cada vez se esconden menos.
Lo mismo pasa con el tenis, otro de los deportes fuertemente profesionalizados. Mientras que una leyenda en activo como el suizo Federer se compromete activamente con la igualdad de género, los tenistas españoles de éxito no se salen del guion salvo para secundar las tesis más reaccionarias: hace años fue Juan Carlos Ferrero apoyando la campaña del PP “Agua para todos”, de vez en cuando Rafa Nadal suelta alguna de sus “apolíticas” declaraciones de derechas, y esta misma semana Feliciano López secundaba la calumnia de Cayetana Álvarez de Toledo sobre el padre de Pablo Iglesias.
La cosa cambia si miramos al baloncesto, donde el perfil medio de jugadores y entrenadores difiere mucho del fútbol, y no digamos ya del tenis. Me vienen a la cabeza varios referentes claros, curiosamente todos catalanes pero con un compromiso social y político que va más allá de su tierra: el campeón de la NBA Marc Gasol, que se ha embarcado varias veces con Open Arms en labores de rescate de inmigrantes en alta mar; Pedro Martínez, entrenador de larga trayectoria en la ACB, que siempre se ha posicionado políticamente con mucha valentía; y, por supuesto, la gran capitana de la selección femenina, Laia Palau, que no pierde ocasión de reivindicar, con la alegría y el buen humor que la caracteriza, su compromiso ideológico de izquierdas. Ella ha convertido en todo un ritual del equipo cantar juntas en el vestuario, antes de saltar a la cancha, “El vals del obrero” de Ska-P.
Volviendo al fútbol, el deporte que de verdad mueve a las masas en nuestro país, quienes realmente están demostrando su compromiso cívico, político y social no son rutilantes estrellas con cuentas en paraísos fiscales sino aficionados con dificultades para llegar a fin de mes. El ejemplo más señero es la hinchada —que no la directiva— del Rayo Vallecano, que ha impregnado al equipo de la cultura obrera de su barrio, se ha movilizado en las huelgas generales, ha organizado redes de solidaridad para responder a los desahucios o la emergencia sanitaria, y como baluarte antifascista (“Zozulya, puto nazi”) ha tenido que sufrir sanciones impuestas por los mandamases de La Liga, de conocidas filias ultraderechistas.
Sí que hay “Lebrones” en el fútbol, pero no están en el campo sino en las gradas. En Alemania tenemos a la famosa afición del St. Pauli —militantemente antirracista y antihomófoba—, en Italia a los tifosi del Livorno, aquí a los bukaneros y en general a la afición rayista... Además, empiezan a surgir pequeños clubes autogestionados —como el CFP Orihuela Deportiva o el UC Ceares, de Gijón— que se salen de la lógica capitalista del fútbol moderno. Gente que quiere, además de celebrar los goles de su equipo, aportar —como Laia Palau— su granito de arena para cambiar el mundo.
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