¿Qué precio pagamos por las latas y botellas de usar y tirar?
En los años 80, cuando comprábamos bebidas dejábamos unas pesetas de depósito que nos devolvían cuando retornábamos los envases vacíos. Muchos éramos niños y suponían una semanada extra que nos hacía realmente felices. Era lo que todos practicábamos y conocíamos como 'devolver el casco’.
Pero con la proliferación de las grandes superficies y las grandes marcas de bebidas, éstas decidieron que el consumidor comprara sus bebidas envasadas en latas y botellas de un solo uso. Son lo que paradigmáticamente se conoce en el sector como ’envases perdidos’. Fue el pistoletazo de salida para la proliferación de latas y de botellas de plástico en detrimento de los envases reutilizables de vidrio. Un paso adelante hacia una ‘supuesta’ modernidad del que muchas generaciones acabarán pagando las consecuencias.
Actualmente, las ciudadanas y ciudadanos sólo podemos comprar aguas, cervezas, zumos y refrescos envasados en envases de un solo uso. El resultado de eliminar los envases reutilizables ha implicado un coste ambiental y económico desastroso. Tres de cada cuatro latas y botellas acaban en vertederos, en incineradoras o perdidas en nuestras playas, campos o cualquier arcén de nuestras carreteras o caminos. En el Estado, son 30 millones de latas y botellas que diariamente no se reciclan. Duran unos minutos en nuestras manos y décadas contaminando nuestro entorno terrestre y marino. Fabricar, vender, usar y tirar. Ahí es donde estamos.
El coste real de la decisión que tomaron las grandes marcas de bebidas y las grandes superficies, hace casi 40 años, es tan grande y tan extendido que resulta imposible cuantificarlo con exactitud. Pero sabemos que ha tenido un impacto enorme, que lo continuamos pagando y que, si no lo remediamos, lo pagarán nuestros hijos y sus hijos. Valga de ejemplo, la mitad de los residuos que encontramos en el mar y en los estómagos de los peces proviene de las latas y las botellas de aguas, refrescos, zumos y cervezas que nos bebemos cada día. Esto debe cambiar.
Las grandes marcas y los establecimientos tienen en sus manos la posibilidad de volver a la práctica que abandonaron hace años y que ya han recuperado en países como Alemania o Noruega. Vender de nuevo con depósito las aguas, los refrescos, los zumos y las cervezas evitaría que ni una sola lata y ni una sola botella acabe contaminando ni nuestra tierra ni nuestros mares. Además, hablamos de un sistema flexible y que aprende, por lo que los envases de bebidas pueden ser sólo el primer paso para ir incorporando más tipos de residuos.
Está en sus manos.
*Julio Barea, responsable de campaña de Greenpeace España