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La maldición de la palabra suicidio

Fotograma del documental 'La palabra maldita'.

Laura Martínez

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Sostiene el ensayista y filósofo Ramón Andrés que “no puede haber teorías nuevas sobre el suicidio. Nos damos muerte por lo mismo que hace miles de años”: poner fin al dolor. El premio nacional de ensayo repasa en Semper Dolens (Acantilado, 2015) la historia del suicidio en las sociedades occidentales, su abordaje en la literatura, la filosofía o el derecho y la relación de los seres humanos con el malestar. El suicidio se ha documentado desde que existen registros de la vida humana pero miles de años han sido insuficientes para liberar al concepto del tabú.

La muerte voluntaria comenzó a llamarse suicidio en Europa en el siglo XVIII con carácter punitivo. Se castigaba al cuerpo con innumerables vejaciones y a las familias desposeyéndolas de sus bienes y de la posibilidad del duelo. En el caso de la nobleza, se aplicaba la damnatio memoriae: el suicida no tenía derecho ni a ser recordado, era borrado de la historia. La pena se aplicaba al entorno y ejercía de recordatorio para el resto. La concatenación de condenas que históricamente se han dado en relación con el suicidio lleva a que las sociedades occidentales sean incapaces de abordar un problema que es desde hace una década la primera causa de muerte no natural.

Suicidio es una palabra maldita, sorda e invisible. Impronunciable en público o en privado, su sombra provoca un giro de cara, una caída de ojos o un giro en la conversación. El periodista Javier Álvarez se dio cuenta de la maldición con la muerte de un amigo, al sentirse incapaz de abordar la conversación con su familia y su entorno. En 2018 comenzó a investigar sobre la autólisis con el objetivo de abordarla desde la prevención, de contribuir a romper el tabú desde su oficio. Así nació La palabra maldita, un documental seleccionado en el festival de cine de no ficción DocsValencia, donde ha recibido una calurosa acogida.

La cinta aborda las maldiciones que envuelven al suicidio a través de testimonios directos, entrevistas a profesionales, campañas de sensibilización e incide en la prevención. Hablar de ello se ha demostrado como útil, indica el autor, que ha visto cómo al ir tirando del hilo el silencio iba rompiéndose: “La palabra es el arma”. “La pandemia ha permitido hermanarnos a todos en el dolor. Mucha gente se ha visto débil y esa colectividad ha ayudado a que se pierda la vergüenza”, reflexiona en conversación con elDiario.es.

El director y guionista escoge a tres protagonistas que han reconvertido el trauma en acción. Alba realiza performances sobre su trastorno alimenticio, María inició el proyecto La niña amarilla y Dolors se dedica a formar a otros profesionales tras escribir Te nombro, donde aborda la muerte de su hija. Son, en palabras de esta última, personas que han pasado de víctimas a supervivientes. Las tres han empleado distintas ramas artísticas para canalizar el dolor, expresarlo y buscar la empatía del público, ya sea a través de sendos libros o de las artes escénicas. Como relatan en el documental, ha sido su catarsis. Y una suerte de liberación.

La Organización Mundial de la Salud cambió en 2013 sus recomendaciones, desterrando el llamado efecto Werther e insistiendo en la necesidad de informar desde la prevención. La falta de datos y de información rigurosa contribuye a que en los claroscuros crezcan la incomprensión y los mitos, indica Álvarez, que recuerda: “Es una amenaza que está ahí, debemos dar herramientas”. El documental cuenta con la exministra de Sanidad y exconsellera del Gobierno valenciano Carmen Montón, que inició desde el Ejecutivo autonómico las primeras campañas de prevención del suicidio, con varios proyectos destinados a reforzar a las personas supervivientes y su entorno.

Sobre los familiares recae una triple revictimización, una carga de fracaso que es “una auténtica injusticia”, sostiene el autor en conversación con elDiario.es. Al dolor de una pérdida se suma la incomprensión y se niega la posibilidad de emprender el duelo, que resulta fundamental en la recuperación emocional, indican las supervivientes en el documental.

El film incorpora a una decena de expertos en salud mental para abordar la problemática. El 90% de los suicidios están vinculados de algún modo a la enfermedad mental, apunta Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, pero reducir el suicidio a la enfermedad mental implica agravar el estigma y aparcarlo a un problema minoritario. Cuando se analizan los datos, que indican que un 25% de la población sufrirá algún malestar mental en algún momento de su vida, y se cambia el foco para trabajar por la salud mental, entendida como un estado de bienestar, el asunto deja de ser marginal. Deja de ser problema de otro y pasa a ser una cuestión social, indica Álvarez.

“Ceñir este acto voluntario a una disfunción vendría a desenfocar las cosas y, e paso, induciría a reforzar la idea de que la medicina puede hacer frente a un fenómeno que en verdad obedece a un conflicto atávico”, indica Andrés, recién galardonado con el premio nacional de ensayo, en su obra. El malestar, sostiene el pensador, pasa por “la acentuación de la incompatibilidad con el mundo”. La filosofía y la literatura se han ocupado de reflexionar sobre el dolor y sus causas. Queda que aterrice en el debate terrenal. Deshacer la maldición.

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