Alumbrado urbano LED y salud: ¿un binomio imposible?

Foto: Max Pixel

Jordi Sabaté

4 de marzo de 2018 21:00 h

Antonio, lector y socio de eldiario.es, nos escribe: “últimamente estoy leyendo artículos de divulgación que relacionan la contaminación lumínica y el trabajo en turnos con problemas graves de salud y no sólo con trastornos de sueño: diabetes, cáncer de mama y de próstata, depresión y otros. Algunos de ellos hacen referencia a informes de importantes agencias nacionales de salud y de riesgos laborales. En fin, creo que es un tema que afecta a mucha gente y del que deberíais hablar”. 

Consecuencias para la salud

En efecto las consecuencias no solo de la excesiva iluminación nocturna de las ciudades, sino también del mal uso de las luces y focos nocturnos, han sido largamente estudiadas durante las últimas décadas tanto desde ámbitos científicos como desde las agencias de salud locales y nacionales de los distintos países. Sus resultados deberían interesarnos especialmente a los españoles, puesto que según algunas estadísticas comunitarias, somos uno de los países más derrochadores en este aspecto.

Por ejemplo, la Agencia Francesa de Seguridad Alimentaria (ANSES) ha emitido folletos para concienciar sobre este problema, al igual que en España la Junta de Andalucía y la Comunidad de Madrid. En el ámbito no estrictamente institucional, la American Medical Association también ha advertido del peligro que representa el exceso de luz nocturna, entre otras muchas asociaciones.

El caso es que, no son pocos los estudios que relacionan la contaminación lumínica de nuestras noches con la aparición de diversos tipos de cáncer, así como con depresión y disminución de la densidad de la espina dendrítica en ratones, y también con el aumento de la obesidad y la diabetes de tipo 2 por aumento de consumo de azúcares, según un folleto de la Campaña Nacional de Toxicología del Gobierno de los Estados Unidos.

Finalmente también se le atribuye este tipo de contaminación una incidencia negativa sobre nuestro sistema inmunitario que podría transmitirse a nuestra descendencia. Al menos así lo han demostrado diversos experimentos con ratones en los que se ha constatado que el exceso de luz puede afectar a la estructura de ciertos genes mediante la adición de grupos ‘metilo’ a la cadena de ADN.

Irrupción del LED y mal diseño de la iluminación urbana

Lejos de atenuarse, en algunas zonas este problema no ha hecho más que acentuarse en la última década por culpa de la irrupción de las luces LED, o más bien como efecto secundario perverso de las mismas, ya que en parte se debe a su naturaleza de luces frías de onda larga, al menos en los modelos comerciales.

Las luces frías consiguen mayor penetración de la luz con más ahorro energético, ya que el LED consume menos, pero son demasiado agresivas en su alcance y fomentan más la contaminación lumínica que las antiguas luces cálidas incandescentes, del espectro del amarillo-rojo. Por otro lado, también se ha producido un cierto efecto psicológico conocido como del “taxista de Munich”. 

Esto es que, al saber que suponen un mayor ahorro y potencia, en lugar de colocar menos farolas, las autoridades competentes han acabado colocando más en las ciudades por un exceso de euforia o autoconfianza. En el experimento del que deriva el llamado “efecto del taxista de Munich”, en su día se comprobó que cuando a los taxistas de esta ciudad se les decía que se les había colocado frenos más potentes en sus coches -pero no era cierto-, terminaban teniendo más accidentes porque se confiaban y arriesgaban más a la hora de frenar.

Este aumento del alumbrado urbano ha hecho que las diferentes agencias locales, regionales o estatales vuelvan a preocuparse por un deterioro de la salud de los habitantes de las grandes ciudades. A ello se suma del hecho de que la contaminación del aire ayuda a difundir la contaminación lumínica por culpa del reflejo de la luz en las partículas en suspensión, un cierto efecto niebla.

Es por ello que han propuesto medidas de diseño del alumbrado que ahora comienzan a aplicarse, en las que se prima la focalización de la luz hacia el objetivo iluminable, pero evitando su dispersión en altura a la atmósfera, así como un cambio de uso de luces frías por otras más cálidas y de alcance más corto.

Por ejemplo, se proponen farolas de iluminación horizontal con una pantalla en su parte superior, de modo que eviten la dispersión y en cambio aumenten la eficiencia en la zona a enfocar. También se propone reducción de fuentes innecesarias de luz, como los carteles luminosos, y sobre todo un horario racional de alumbrado en el que a partir de una cierta hora se reduzca sensiblemente el nivel de iluminación. 

Melatonia, la clave del problema

En el centro de las disfunciones que genera la contaminación lumínica esta la mala regulación de la melatonina, la conocida como “hormona del sueño”, que tiene tiene potentes propiedades antioxidantes e antiinflamatorias. La melatonina se segrega particularmente cuando la retina percibe una disminución de la luz ambiental y es la encargada de que tengamos un sueño profundo y reparador durante el cual se haga una adecuada limpieza de las toxinas cerebrales.

Es decir que si el nivel lumínico durante nuestro sueño es excesivamente alto, como se da en la contaminación lumínica, no segregaremos suficiente melatonina y no solo no descansaremos bien, sino que estaremos sometidos a un exceso de cortisol -hormona del estrés- y por tanto expuestos a las enfermedades anteriormente relatadas. A este respecto, un estudio realizado con ratones confirma que la melatonina ayuda a prevenir la aparición del Parkinson.

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