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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Del fútbol alemán a la resistencia: Mesut Özil

Özil

Helena Uran Bidegain

La semana pasada y cerrando con broche de oro el desastroso papel que jugó la selección alemana de fútbol en el mundial, uno de sus jugadores decidió no querer jugar más para este país y renunció, por primera vez en su historia, a ella. La razón: Racismo y falta de respeto.

Alemania es conocido mundialmente por su fuerte historia de antisemitismo y racismo. Este caso del que quiero hablar, empezó con una foto donde aparece el jugador Mesut Özil posando junto al presidente Turco Erdogan. En cuanto la vi, supe que llegarían las críticas de todos los rincones de Alemania, no solo por tratarse de un presidente muy pero muy cuestionable, sino porque en el imaginario colectivo alemán, que poco entiende de biculturalidad y binacionalidad, un jugador de su selección solo podría posar con Merkel y esta foto era simplemente muy poco alemana.

Está claro que hacerse fotos con el presidente de un gobierno que viola los derechos humanos, que reprime la libertad de prensa y amenaza a la sociedad civil, sea quien sea, no es en lo absoluto de admirar. Al contrario fue un acto irresponsable y muy reprochable. Sin embargo ¿aquellos que arduamente criticaron a Mesut Özil, supuestamente por cuestiones de moral, porque entonces callaron ante el hecho de que el reciente mundial de fútbol se celebrara en un país como Rusia gobernado por otro autócrata, que tampoco se caracteriza por respetar los valores democráticos que toda sociedad necesita?

Aquí hay pues mucha mucha tela que cortar. Por un lado, la relación bilateral alemana-turca pasa por un momento especialmente difícil desde hace ya un tiempo. Por otro, Alemania ha visto siempre a Turquía como Estados Unidos ha visto a México. Con superioridad y cierto desprecio.

Esta intensa relación se remonta a los años 60 y 70 cuando los “Gastarbeiter” turcos que significa trabajadores invitados, atendiendo a un acuerdo de contratación bilateral, llegaron a Alemania para reconstruir un país ajeno después de la segunda guerra mundial. Nunca hubo un gesto colectivo de agradecimiento de parte de los alemanes hacia quienes habían abandonado su país, su lengua, tradiciones y familia. Al contrario, la tendencia fue de rechazo, esperando que una vez finalizado el trabajo, regresaran a Turquía.

El caso de USA y México, es muy similar. Con el “bracero program”(1942 - 1964) entraron 4.5 millones de trabajadores mexicanos de manera legal a Estados Unidos para desarrollar el campo agrícola y el sistema ferrovial. Después de más de 20 años de acuerdo y trabajo duro, las autoridades quisieron que se fueran.

En ambos casos los países del norte pensaron que sus políticas traerían sólo a trabajadores para después darse cuenta de que eran en realidad personas. Y aunque sus programas de contratación hubieran terminado, la estructura migratoria ya se había consolidado, tenían familia en los países receptores y una vida hecha.

El caso es que estas relaciones bilaterales generaron en los países de acogida relaciones de poder entre nacionales y trabajadores invitados, de las que nunca los recién llegados, ni sus hijos o los hijos de sus hijos se han podido librar. El irrespeto, la exclusión y el racismo siguen siendo hoy, medio siglo después, parte del diario vivir.

La renuncia de Özil, hijo de inmigrantes turcos, al equipo nacional alemán ha desatado un debate sobre el racismo en Alemania y un movimiento llamado #MeTwo. Este nombre hace alusión a que los inmigrantes, o sus hijos puedan vivir entre dos mundos, el alemán y otro y al mismo tiempo identificarse con los dos. Alemania aún hoy prohíbe, con pocas excepciones, la doble nacionalidad.

Bajo el Hashtag #MeTwo miles de personas, cuentan sus experiencias cotidianas de racismo en ese país. A veces es de frente como en el caso del Özil, para no hablar ya de los ataques físicos de extremistas de derecha que es otro nivel, pero muchas veces y a diario es sutil y estructural, lo que hace muy difícil de confrontar para quienes lo sufren.

Alemania tiene una historia de racismo muy pero muy fuerte sí y sus políticas de integración han sido desastrosas. Se dijo siempre que los migrantes tenían que integrarse, pero en la ignorancia se pensó que solo los de afuera tenían que hacer el esfuerzo y sería posible lograrlo en una sola dirección. Sin embargo, todos sabemos que es imposible entrar, por mucho que se quiera, si nadie está dispuesto a abrir la puerta del otro lado.

Del término “Gastarbeiter”, trabajadores invitados, se pasó al de personas con “Migrationshintergrund” o sea, trasfondo migratorio, y no precisamente como halago a lo de afuera. Así que aunque se trate de alguien de tercera o cuarta generación nacida en Alemania, siempre llevará el sello acuestas de “trasfondo migratorio”, es decir aquel que no pertenece a los demás, a la mayoría. Incluso teniendo pasaporte alemán, incluso con un alemán sin acento, incluso sin haber si quiera salido de Alemania y aunque se esfuerce como se esfuerzan. Pero sobre todo si el apellido no es muy Müller o Schmidt, o el color de su piel es distinto a lo que por razones extrañas se ha llamado “blanco”(blanco es quizás el yogurt). Para una celebridad como Mesut Özil tampoco parece haber sido posible.

Aquí el asunto no es el racismo en el futbol, esto solo es un reflejo de la sociedad. El problema real, es el gran número de personas con cabeza ignorantes y arrogante y el alma ahogada en odio. El problema es que el racismo ha estado presente en toda la historia de ese país. El problema es el discurso oficial y este tipo de términos, que propaga y legitima la división y la exclusión dentro de una misma sociedad, para después descaradamente, terminar señalando a aquellos que acude a su otra identidad, como fue el caso de Özil.

El reto para Alemania sigue siendo pues lograr, y al contrario de lo que se ha hecho tradicionalmente, destacar y aprovechar el potencial que tienen los del tal “trasfondo migratorio” para moverse entre dos o varios mundos, la capacidad para hablar varios idiomas, el entender otras culturas, el tener diferentes identidades y el que sean justamente estas personas quienes hacen de Alemania una más rica.

Porque sí, sí es posible vivir dos o más culturas, sea en la que se creció o la de sus padres y abuelos, y sobre todo sin que por ello se deba quedar expuesto a discriminación, racismo y exclusión.

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