Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Si no es nada nuevo, ¿por qué la sorpresa, Alemania?
Es como si Alemania hubiera tenido que llegar al punto en que uno de sus jugadores de fútbol del equipo nacional renunciara para que medios de comunicación, políticos y la opinión pública escuchara las quejas sobre racismo y discriminación cotidianas que se viven en el país. Se ignoró durante años el llamado de muchos; y hoy la extrema derecha, con sus discursos de odio (Ausländer rauß y Wir sind das Volk: Fuera extranjeros y nosotros somos el pueblo) en sintonía con el resto en Europa, está en alza en todo el país, con manifestaciones más extremas como las recientes en Chemnitz, donde periodistas, personas que piensan diferente, y alemanes y extranjeros no blancos, fueron objeto de ataque. Lo que no entiendo es que todavía muchos se sorprendan.
Mucho tiempo se estuvo discutiendo si Alemania es o no país de emigración, ignorando que precisamente desde este país empezaron grandes movimientos migratorios que inevitablemente generan flujos en doble sentido. Al mismo tiempo, se creaba un imaginario construido de que el racismo era cosa del pasado, pero, mientras tanto, se seguía y siguen utilizando términos como Migrationshintergrund, o sea, trasfondo migratorio, para referirse a personas con raíces étnicas en otro país, por lo general personas no blancas. El término, con una connotación negativa y de inferioridad, se usa incluso hasta más allá de la tercera generación, lo que impide que los así definidos generen un sentido de pertenencia común, a la vez que señala que aquel, aunque alemán, no pertenece al grupo.
Todo empieza por la palabra. Y esto, claramente, se ha visto también en estos días en los medios de comunicación y discusiones públicas sobre lo ocurrido en Chemnitz. Los reporteros, los analistas y los políticos han pretendido sentar una posición de rechazo a las actitudes racistas de la extrema derecha, pero casi automáticamente y sin reflexión, usando un lenguaje excluyente, que propaga aún más el racismo que dicen querer combatir. Un ejemplo, en vez de hablar sobre ataques racistas (a personas no blancas), hablan de ataques a extranjeros, afirmando implícitamente que para ser alemán hay que ser blanco, y si no lo eres, entonces es porque eres extranjero, emigrante. ¿De verdad no se dan cuenta? ¿No pueden hacerlo mejor? ¿Hay que vivir la discriminación para notarlo?
Y como las palabras crean realidades y sustentan las relaciones de poder, también hoy siguen presentes nombres de calles y lugares públicos (aproximadamente 450.000 en todo el país) que remontan a la época esclavista en la que Europa, con Alemania como sede de La Conferencia de Berlín (1884-85), se repartió África y dio pie a genocidios como en Congo (1885 y 1906) bajo Leopoldo II de Bélgica, o el genocidio al pueblo Herero-Nama (1904 - 1907) en lo que hoy es Namibia, en manos de los alemanes. La solicitud de activistas, la comunidad afro-alemana y quienes han sufrido las consecuencias de esta época atroz, se ha convertido en una lucha. Estas calles y lugares reflejan la poca voluntad para resarcir errores y refuerza incluso el discurso y memoria oficial donde el verdugo ha sido glorificado y la víctima deshumanizada y olvidada.
Este tipo de términos, nombres de calles, etc. sigue recreando el imaginario de superioridad de muchos: héroes (blancos) - criminales (no blancos), cristianos versus musulmanes, etc. lo que lleva a que al final la mezquindad evolucione, pero no desaparezca. Muy diciente es precisamente que en la calle Mohren, término utilizado en la colonia para llamar despectivamente y haciendo referencia a su condición de esclavitud y servidumbre a los africanos, se encuentre hoy el Ministerio de Justicia alemán.
El problema en Alemania va, pues, mucho más allá de unos manifestantes de extrema derecha en las calles protagonizando actos de vandalismo, persiguiendo a quienes tienen la piel más oscura que ellos, o llevando al límite a las fuerzas de seguridad, que en esa ocasión demostraron no tener el monopolio de la fuerza.
La cuestión es que a veces se olvida que el racismo alemán viene de mucho antes del nacional socialismo y que empieza por el lenguaje, las instituciones, las escuelas, los espacios públicos y, claramente, los espacios de poder.
Discursos, palabras y manifestaciones en contra de la extrema derecha y en favor de una sociedad democrática, plural e inclusiva oímos muchos. Justo tras los incidentes de racismo en Chemnitz, el concierto con el lema wir sind mehr: somos más, logró convocar cerca de 65.000 personas, algo que refleja que muchos, de minorías y mayoría, rechazan estos hechos violentos y racistas. Sin embargo, no son suficientes para ir a la raíz del problema. No van al día a día. No van al trato diferente en las escuelas con los niños alemanes y los que no lo son; no va al mal manejo de prácticas de funcionarios frente a quien ante sus ojos no es suficientemente alemán; no cambia la negativa de muchos de alquilar a quien tenga apellido poco alemán a ni siquiera ser considerado para un puesto laboral por llamarse Mohamed o Hernández; no cambia las estructuras discriminatorias; solo airea el problema que, sin embargo, permanece incrustado.
Aquí el problema viene desde el centro de lo institucional que sostiene y da estructura a la discriminación, y que, junto con la falta de atención a problemas existenciales de grupos de la sociedad por parte de los partidos tradicionales, ha llevado a que hoy la extrema derecha sea una de las mayores fuerzas políticas y los movimientos neonazis aumenten.
¿Cuánto tiempo pensó acaso Alemania que podría seguir así? ¿Por qué no oye a las voces de quienes históricamente han sido discriminados para construir juntos? La respuesta está en la pregunta. No han sido reclamos de la clase dominante y por ello ¡ha sido una voz sin eco!
No hay más que ver los datos de desempleo del país para ver que el fenómeno ha sido simplemente ignorado durante mucho tiempo. En 2017 uno de cada dos desempleados era extranjero, o alemán, pero con raíces en otro país, o sea, los de trasfondo migratorio.
Ya en 2012 el comité de la ONU de DDHH mostraba preocupación por la segregación en escuelas primarias del país, donde se separaba a niños alemanes de aquellos niños también alemanes, pero con raíces en otro lugar. El sistema educativo alemán ofrece, a partir de la cuarta clase, tres modelos de secundaria: Hauptschule, Realschule y Gymnasium. Acorde a la recomendación de la maestra o el maestro, se cursa uno u otro. Lamentablemente, terminan siendo muy pocos los alumnos de primaria no blancos que logran llegar al Gymnasium, el modelo con el nivel más alto de los tres y el único que permite después el ingreso a la universidad.
Por eso no es de sorprender que tampoco en instituciones como el parlamento alemán, compuesto por 709 diputados, solo 58 tenga una historia de migración en su casa (y la mayoría son emigraciones de otros países de Europa), es decir, un 8% de del total de parlamentarios. Muy por debajo del 22,5 % de personas en Alemania con raíces en otro territorio.
Entonces, queda claro que consignas como ¨no hay lugar para el racismo¨, que se repiten en diferentes lugares, solo han llevado a crear una imagen errada de Alemania, porque sí ha habido y hay racismo constante, cotidiano y estructural. Se ha hecho creer que la discriminación se trataba de casos aislados, de que los migrantes son quienes no se integran, o que se mal interpretaban sucesos racistas.
Aunque muy importantes y acertados, no son suficientes los discursos y las palabras de políticos, como las dadas recientemente por el presidente Walter Steinmeier en su encuentro con personas de la comunidad turco-alemana: Es gibt keine halben oder ganzen, keine Bio- oder Passdeutschen. Es gibt keine Bürger erster oder zweiter Klasse; o sea, “no hay alemanes medios, bio (originales) o de pasaporte. No hay ciudadanos de primera y segunda categoría”, queriendo decir que todos somos alemanes. No es serio y responsable decir esto cuando después se hace la distinción oficial entre los unos (alemanes) y otros, aquellos que, aunque alemanes, tienen un trasfondo que no lo es. ¿Para qué la diferenciación? Algunos dirán que para aprovechar esta riqueza cultural, pero la práctica muestra que esta diferencia solo sirve para excluir, limitar oportunidades y alimentar las creencias de superioridad de miembros de la mayoría, que deriva en actos cotidianos de desdén e incluso en expresiones violentas de odio.
También puede ser contraproducente que, queriendo mostrar una cara amigable, reuniera solo a personas de origen turco (que es asociada al mundo musulmán) y alemanes (cristianos) transmitiendo a su vez que el asunto es uno de diferencias religiosas respondiendo a la supuesta amenaza de la ¨islamización¨ de occidente que lo único que hace es legitimar guerras políticas y económicas a través de la religión y reafirmando que en esta diferencia radica el problema que tenemos en casa. ¿Por qué no se convocó a un grupo más plural e incluyente? ¿Dónde quedan las demás voces que no se sienten ni cristianas ni musulmanas, pero sí en la mitad del problema?
Ya es hora de que Alemania empiece a combatir sus problemas de racismo y discriminación de fondo, empezando por el lenguaje y siguiendo por las instituciones oficiales, las escuelas, ONGs, organizaciones de la iglesia, con medios de comunicación más pluriétnicos y espacios de poder en los que todos nos sintamos representados. Solo incluyendo a toda la sociedad en la vida pública y asuntos políticos del país podremos construir realmente juntos, sin importar las diferencias y combatir a aquellos que se niegan a aceptar que éste es un momento de cambio.
Sobre este blog
Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.