El arte prerrománico pide paso entre las grandes arquitecturas medievales
Hace exactamente dos décadas, el arquitecto José María Pérez 'Peridis' iniciaba en Televisión Española la exitosa serie Las claves del románico. Lo hacía desde San Juan de Baños (Palencia), donde presentaba la iglesia más antigua de un pueblo que, en cierto modo, preludiaba la llegada del arte románico: los visigodos. En apenas media hora, el dibujante recorría algunos de los enclaves fundamentales de esta civilización y de los pueblos herederos, desde San Pedro de la Nave (Zamora) hasta San Miguel de Escalada (León) o San Cebrián de Mazote (Valladolid). El guiño hacia el arte prerrománico coincidía con el lanzamiento de un volumen que cambiaría la perspectiva de muchos sobre el mundo visigodo. Era La aventura de los godos, del recordado periodista y locutor de radio Juan Antonio Cebrián. Desde aquellos dos hitos, han pasado veinte años, sí, y el mundo visigodo y su legado material —la arquitectura prerrománica— no han parado de recabar adeptos ni de desatar pasiones, hasta conquistar una especie de nueva edad de oro. Lo prueban las numerosas excavaciones arqueológicas actuales, el lanzamiento de libros y documentales o el emergente turismo cultural que recorre los lugares más sugerentes de aquella etapa.
Divulgador del arte prerrománico a través de Internet y las redes sociales, Pablo García-Diego es una de las personas que mejor encarna esa insaciable inquietud por el mundo visigodo. Este informático jubilado narra cómo en 1973 se trasladó a Asturias por motivos laborales y allí se encontró por sorpresa con el templo que cambiaría su vida: la iglesia de San Salvador de Valdediós, en Villaviciosa. “Yo no sabía nada de arte prerrománico”, confiesa. Así arrancó su cruzada por descubrir todos los conocimientos publicados sobre la civilización que sucedió a la Hispania romana —que no eran muchos—, empapándose de volúmenes como la Historia de España, de Ramón Menéndez Pidal, o los trabajos del francés Jacques Fontaine. Sus ratos libres pasaron a ser patrimonio de investigaciones y viajes que acabarían por nutrir innumerables fichas de monumentos anteriores al siglo X.
Lo que entonces ignoraba es que el frustrado comienzo de un libro que nunca llegaría a publicarse alimentaría uno de los portales monográficos más completos del universo digital español sobre el turismo prerrománico. En 2005, García-Diego impulsó asimismo la asociación Amigos del Arte Altomedieval Español, que, desde entonces, no ha parado de cosechar seguidores. Sobre todo, en las redes sociales, donde más de 23.000 amantes de este enigmático patrimonio desgranan diariamente los detalles de un pasado largamente ignorado. “Hasta el año 2000 no se sabía nada de todo esto; entonces, empezaron a realizarse estudios como los del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), comenzaron a llevarse a cabo excavaciones arqueológicas de forma constante y los periódicos no han parado ya de publicar con frecuencia noticias sobre el mundo visigodo”, enfatiza.
Envidia de Europa
Precisamente, en los últimos días, los medios se han hecho eco de la lucha de un pequeño pueblo conquense, Villamayor de Santiago, por investigar una necrópolis visigoda recientemente descubierta. “Tenemos más restos y más potentes de los siglos V al VIII que muchos otros lugares de Europa, donde ya les gustaría contar con la cantidad y calidad de nuestros vestigios”. Son palabras de Daniel Gómez Aragonés, historiador, escritor y uno de los principales divulgadores actuales del mundo visigodo, que coincide “plenamente” con la explosión del interés por esta etapa. “Existe un anhelo por encontrarnos con nuestras raíces y esencias, por saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos”, justifica. Porque la civilización visigoda es “una de las partes más desconocidas de nuestro pasado, pero también de las más importantes: no podemos entender la Edad Media sin saber lo que fue el Reino visigodo de Toledo”, ejemplifica.
Por fortuna, ese lejano pasado sigue aquí, con nosotros. Gómez Aragonés, autor de trabajos como “Historia de los visigodos” (Almuzara) o “Toledo. Biografía de la ciudad sagrada (La esfera de los libros), corrobora que, felizmente, quien tiene inquietud por esta etapa histórica, puede recorrerla por su propio pie. ”Hoy podemos adentrarnos en templos como Santa María de Melque o San Pedro de la Mata en Toledo, Quintanilla de las Viñas (Burgos) o Santa Comba de Bande (Ourense), pero también tenemos el parque arqueológico de Recópolis (Guadalajara) o la opción de visitar el Museo Arqueológico Nacional y sufrir el síndrome de Stendhal al observar el extraordinario tesoro de Guarrazar“, enumera.
La curiosidad social por el mundo visigodo no se ha generado de forma espontánea, sino que ha venido de la mano del conocimiento científico y la divulgación. Cuenta el escritor toledano que el principal enemigo de esta etapa era “el desconocimiento” y un “estigma” hacia los visigodos, cuyo pasado solía remitirse “a la gracieta de la famosa lista de los reyes”. Gómez Aragonés apunta hacia una de las claves de este cambio de mentalidad: “Si el público ha flipado con series como Juegos de Tronos o Vikingos y, cuando acude a la historia, se da cuenta de que esos detalles de la ficción están presentes en su propio pasado, experimenta un subidón total”. Quizá ese descubrimiento esté detrás, por ejemplo, del insólito éxito de las jornadas sobre el mundo visigodo que recorren distintos pueblos de las dos Castillas o de Andalucía.
“Ni idea de construcción”
A principios del siglo V, los visigodos —un pueblo nómada procedente del sur de Suecia— desembarcan en la península para heredar el brillo perdido por el Imperio romano. “Cuando llegaron al sur de Francia no tenían ni idea de construir, no habían puesto piedra sobre piedra en su vida”, enfatiza Pablo García-Diego. Pero la historia cambió. Aprendieron, evolucionaron. “Desarrollaron el coco a velocidades supersónicas”, opina el responsable de la asociación Arte Altomedieval. Así es como tomaron los edificios de la civilización romana —basílicas diáfanas de tres naves y un ábside— y los transformaron para adaptarlos a “una religión mucho más hermética”.
Una insaciable búsqueda del templo ideal que trajo algunos hallazgos fundamentales para la arquitectura, como la incorporación del arco de herradura, que hoy se cree, sin pestañear, un invento de los musulmanes. O el diseño de la planta cruciforme, ensayado con éxito en el templo gallego de Santa Comba de Bande y replicado en edificios tan singulares como San Pedro de la Nave. Sus necesidades litúrgicas, la complejidad de sus ritos, los llevó a compartimentar el interior de sus iglesias o a alumbrar rarezas como las cabeceras independientes que se aprecian en la extrañísima basílica de Santa Lucía del Trampal, Cáceres. Un profundo ejercicio de creatividad, pero también de eclecticismo: los visigodos no tuvieron reparos en tomar prestadas ideas de no importa qué país europeo o incluso de las culturas orientales.
Frente al románico y el gótico
“Románico y gótico son como el Real Madrid y el Barcelona, pero el gusto por el prerrománico no para de crecer”, bromea Daniel Gómez Aragonés, quien sostiene que “las tres aristas” artísticas de esta etapa —visigoda, asturiana y mozárabe— “están viviendo un momento muy especial”. Lo percibe en las visitas en las que ejerce de guía por algunos de los monumentos que más le apasionan en su Toledo natal, como Santa María de Melque, de la que habla maravillas. “Siempre que estoy dentro de Melque se me ponen los pelos de punta”, reconoce. Quizá por la facilidad de esta iglesia de finales del siglo VII para transmitir los valores de la cultura visigoda. “Es un lugar que se ha levantado para conectar con la trascendencia y si hoy podemos percibir esa parte espiritual, es porque lo hicieron muy bien”, explica.
Pero ni así Santa María de Melque puede llenar un espacio vacío en nuestros días. “Me encantaría que pudiéramos conocer el palacio de los reyes godos”, se lamenta el divulgador. Aunque todo tiene remedio. “Es muy importante visitar el arte asturiano, porque lo que no está en Toledo, está allí”, recomienda. “Santa María del Naranco (Oviedo) es una obra cumbre del prerrománico europeo”, corrobora Pablo García-Diego, sobre uno de los monumentos más icónicos de Asturias, cuyo triple ventanal mirando a los ríos y praderas del Principado es desde hace más de tres décadas su reconocible divisa turística, bajo el familiar emblema “Paraíso natural”.
En Oviedo son conscientes del tirón turístico de sus dos máximos baluartes: el propio edificio de Santa María del Naranco —el palacio cristiano mejor conservado de todo el continente— y la vecina iglesia de San Miguel de Lillo, que guarda en su interior obras maestras de la pintura y la escultura de la época. “Siempre hemos tenido turistas, pero ahora vienen mejor informados”, detallan guías turísticos de la zona. Pero hay más. La divulgación del patrimonio del monte Naranco se ha visto beneficiada por la pandemia: las restricciones de movilidad han impulsado los desplazamientos por el interior, también para descubrir dos de las joyas del arte asturiano. “Como muchos no lo saben, aquí les decimos que estos edificios son Patrimonio de la Humanidad”, apuntan los profesionales del sector sobre la declaración firmada por la Unesco en 1985. En todo caso, reconocen que quienes visitan el Naranco traen la lección bien aprendida: “Continúan la ruta por Asturias para conocer el resto de edificios principales del prerrománico, como San Julián de los Prados o San Salvador de Valdediós”.
En efecto, Santa María y San Miguel —junto con la iglesia de Santa Cristina de Lena— son la valiosa herencia de uno de los reyes asturianos más vanguardistas, Ramiro I. Soluciones constructivas como el arco de medio punto y los edificios abovedados serían poco más tarde el emblema de un tsunami que conquistaría todo el territorio cristiano occidental: el arte románico. Pablo García-Diego lleva años preguntándose por la identidad del arquitecto y el equipo de constructores que Ramiro I empleó para levantar los iconos del llamado periodo ramirense. “Hay un silencio sobre quién está detrás de estos templos y parece que soy el único que se preocupa por él; no sé cómo los historiadores no están locos buscándolo”, lamenta el informático.
De los museos a los yacimientos
Por fortuna, los edificios de la época visigoda no son el único vestigio de una cultura cuyo descubrimiento está en alza. Aunque el historiador Daniel Gómez Aragonés reconoce que “a los visitantes siempre le impacta más llegar a una iglesia visigoda y estar cubiertos de piedras”, los amantes del periodo visigodo tienen otras alternativas para viajar al pasado. Una de ellas está en los museos. Junto al Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda de Toledo, Gómez Aragonés apunta hacia una visita obligada: el Arqueológico Nacional. En Madrid se guardan las célebres coronas votivas del tesoro de Guarrazar y también otro de los emblemas visigodos más reconocibles y que Aragonés, todo un apasionado de la época, luce en forma de tatuaje: las fíbulas aquiliformes de Alovera.
De cualquier forma, el conocimiento de este verdadero germen de España no sería posible sin el estudio, la investigación y la divulgación. Pablo García-Diego cita las investigaciones que se han realizado en lugares como Pla de Nadal (Valencia), el enclave arqueológico de Los Hitos o la recuperación de las ruinas de la iglesia de San Pedro de la Mata, ambos en la provincia de Toledo. Gómez Aragonés subraya igualmente la imprescindible labor divulgativa, un terreno en el que “se están haciendo cosas muy buenas”. El escritor apunta hacia uno de los códigos en la transmisión con éxito de este mensaje. “La gente piensa que un historiador no puede tener pasión por su trabajo, pero es un componente esencial y cuando la transmites, el público te lo agradece”, asevera. Aún así, parece que la civilización visigoda aún no ha hecho más que desempolvar una pequeña parte de su sorprendente pasado. Queda, pues, mucho por divulgar.
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