'Sombra', la película que resucita la belleza de las artes marciales entre espadas y lluvia
Zhang Yimou es, posiblemente, el realizador chino con más proyección del cine actual. Pero su carrera en los últimos años ha devenido una montaña rusa llena de altibajos de ingenio que le han alejado del consenso crítico que generaba su cine. Muchos habían dado por olvidado al brillante realizador responsable de Sorgo rojo o ¡Vivir!, Oso de Oro en Berlín y Gran Premio del Jurado en Cannes respectivamente.
En los últimos años, melodramas sólidos como Amor bajo el espino blanco lidiaban con nefastos acercamientos a las narrativas del blockbuster hollywoodiense con La gran muralla, o tibios dramas de época como Las flores de la guerra o Regreso a casa.
Pues bien, ahora podemos empezar a reconciliarnos con el cineasta asiático: Sombra es un wuxia espectacular que combina con fortuna intriga palaciega con una ambiciosa reivindicación de las artes marciales al más puro estilo de La casa de las dagas voladoras. Esta vez, además, con una serie de hallazgos formales que elevan la propuesta sin hacer demasiado ruido.
Artes marciales y artes del engaño
En la corte del rey cunde el pánico. Antiguamente, la ciudad amurallada de Jing pertenecía al condado bajo su mando, pero el clan comandado por el guerrero Lu Yan se ha declarado en rebeldía y ha hecho perder allí cualquier influencia de la corona. Obsesionado con recuperar el territorio para su rey, el comandante del ejercito real, Zi Yu -un Deng Chao estupendo en un doble papel-, le declara la guerra a los rebeldes sin el permiso del monarca.
Sin embargo, Zi Yu lleva demasiados años al frente del ejército y una extraña enfermedad le aparta de la primera línea del poder. Para evitar desaparecer y perder su influencia, consigue hacer pasar a un vagabundo al que llama Jingzhou por sí mismo, engañando a toda la corte. El desconocido deberá convertirse en su sombra y tendrá que derrotar al líder del clan rebelde por él sin levantar sospechas.
Sombra es una historia narrada a dos tempos. Es, en primera instancia, una intriga palaciega que coquetea con el romance. Y dada su querencia por el melodrama, a Yimou le cuesta hacer despegar su película, lastrada por un largo planteamiento que maneja tibiamente el tono de la narración y se las ve lidiando con una subtrama amorosa ciertamente poco efectiva.
Poco a poco, la épica y la aventura se van infiltrando en palacio y Sombra va mutando en una película distinta. Una más grande y más ambiciosa que se mantiene siempre elegante en su concepción formal, pero que va un paso más allá en su reivindicación del género al que rinde homenaje.
El simbolismo del 'doble' del aguerrido comandante pronto dota a la narración de un tono alegórico en el que la verosimilitud pesa menos que el poder redentor de lo visual. Y es ahí, en su planteamiento arrebatado de la épica, dónde Yimou brilla constantemente, pues su respeto para con los códigos del cine de artes marciales rima perfectamente con su incesante búsqueda de lenguajes propios e impactantes. Su cacería por encontrar la caligrafía perfecta de una escena de acción.
El arte de un buen espadazo
Aunque resulta peliagudo traducir una palabra como wuxia en castellano, define todo un género cuya tradición cuenta con siglos de cultura arraigada en la filosofía y las artes marciales chinas. Pero para lo que nos ocupa, bien podríamos convenir en hablar de wuxia cuando estamos ante una película de corte histórico en la que héroes y heroínas combaten por su honor o el destino del imperio a base de elegantes espadazos.
Sombra es uno de los pocos ejemplos de wuxia contemporáneo que consiguen llegar a nuestras pantallas. El legado de obras maestras como A touch of Zen de King Hu se puede rastrear en los destellos contemplativos de productos hollywoodienses como 47 Ronin, pero también en la sorprendente belleza de The Assassin, que le valió al taiwanés Hou Hsiao-Hsien un premio en Cannes.
Con todo, es evidente que hace ya casi dos décadas del fenómeno de Tigre y Dragón, la película de Ang Lee que abrió las puertas del género al mainstream -y también las arcas del mercado internacional-. Su estela se ha ido apagando a medida que la capacidad de fascinación del cine de acción ha mutado en intereses y sensibilidades.
El propio Zhang Yimou ha cultivado obras notables del espadazo, ninguna con el nivel de reconocimiento de la de Lee. Hero conseguía captar el aire épico de las narraciones de reinos en lucha, aunque el hieratismo de Jet Li prorrumpiese en el conjunto como un hándicap considerable. No fue el caso de La casa de las dagas voladoras, que se puede considerar el último gran wuxia por su comprensión estética del género, pero también por su altitud de miras dramática. Al menos hasta la llegada de Sombra.
Con su última película, el realizador chino ha alcanzado una cota de sofisticación formal ciertamente singular. No solo por el manejo de las coreografías y el dispositivo de cámaras dispuesto a retratar hasta el movimiento del músculo de los actores y actrices en luchas a cámara lenta. Ni siquiera por su concepción barroca en la puesta en escena de batallas corales, en las que hasta el elemento más esquinado aporta al cuadro algún detalle perturbador.
Yimou ha hecho con Sombra una película de texturas y acabados muy particulares que se recuerda prácticamente en blanco y negro, pero no lo es. Jugando constantemente con un eco teatral cuyas raíces se pueden encontrar en el teatro de sombras chinescas. Una tradición en la que los titiriteros ejercían de constructores de fantasías semejantes a los tejemanejes que conforman la trama de conflicto entre los personajes de esta película.