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‘Alien: Romulus’ demuestra que a la saga le va mucho mejor sin Ridley Scott como director

El monstruo en 'Alien: Romulus'

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Una consecuencia poco analizada de la burbuja del streaming en la que fatalmente se sumergió Hollywood desde 2020 apela a las sagas de terror. Ningún género cinematográfico —quizá con la salvedad de la comedia romántica— tiene tan asegurada la rentabilidad como el terror. Sus presupuestos suelen ser prudentes en contrapartida a la cantidad de espectadores fieles que congregan sus estrenos, y sin embargo varios ejecutivos de Hollywood creyeron que los beneficios podían ser aún mayores si el terror saltaba a las plataformas de streaming. Fede Álvarez, antes de dirigir Alien: Romulus, lo sufrió en sus propias carnes cuando la historia que había ideado para un reboot de La matanza de Texas vio la luz como lanzamiento de Netflix, en febrero de 2022.

A la nueva Hellraiser y a Prey, una precuela de Depredador, les pasó lo mismo meses después teniendo que llegar directamente a Hulu —servicio inexistente en España, pero presente en el amplio abanico de propiedades de Disney—, mientras Paramount, de pronto, decidía cambiar de idea con Smile. ¿Y si en vez de un estreno directo en esa Paramount+ que apenas le estaba reportando ganancias orquestaba una ocurrente campaña promocional, y confiaba en que los aficionados al género acudieran en masa a las salas? Es lo que ocurrió, a tal volumen que Smile 2 llega a cines en un par de meses y las majors de Hollywood, desde entonces, han vuelto a confiar en que la exhibición tradicional es lo que más orgánicamente encaja con las sagas de renombre.

Five Nights at Freddy’s fue un éxito incluso estrenándose de forma simultánea entre cines y streaming en su país natal. A Posesión infernal: El despertar tampoco le fue mal. Y El exorcista: Creyente habría sido rentable de sobra —136 millones de dólares de un presupuesto de 30— si Universal no hubiera gastado una cantidad enorme de dinero en derechos. Los estudios, en fin, han corregido el rumbo y el cine de terror puede ser tan lucrativo como siempre, generando ordenadamente secuelas y más secuelas. Normalmente sin grandes aspiraciones de igualar el triunfo creativo de las películas originales —con streaming o sin él, el carácter serializado-explotativo de estas grandes franquicias se da por supuesto—, pero hete aquí que 2024 ya nos ha dado dos grandes sorpresas. Hace unos meses fue La primera profecía. Ahora es Alien: Romulus.

Un legado intimidante

Curiosamente 20th Century Studios es el sello que está detrás de ambas películas tras perder la “Fox” del nombre, ser absorbida por Disney, y favorecer una desconcertante “carta de despedida” a su producción superheroica en la reciente Deadpool y Lobezno. La primera profecía y Alien: Romulus son dos potentísimas películas de terror que no se amilanan ante los logros de las entregas inaugurales, si bien todo lo que rodea a Romulus es mucho más complejo. Al fin y al cabo hablamos del legado de una película que surgió como eclosión milagrosa de todo un ecosistema cultural, cuando en 1979 el espabilado británico Ridley Scott reclutó al guionista Dan O’Bannon, al diseñador gráfico H.R. Giger y al artista de efectos especiales Carlo Rambaldi para improvisar sobre la marcha una mitología aterradora y fascinante: la del xenomorfo. Con sus evoluciones, su doble mandíbula, sus motivos fálicos y su apetencia por acechar las naves más sucias de la galaxia.

La alineación de talentos vinculados a la ciencia ficción que posibilitó Alien, el octavo pasajero fue tan excepcional como solo pudo reunir más tarde TRON, el Dune jamás hecho de Alejandro Jodorowsky o, curiosamente, otra película de Scott. Blade Runner, como Alien, apuntaló en 1982 una iconografía enormemente influyente, que luego sería todo un desafío emular. Con esta carga tan tremenda negoció Denis Villeneuve en Blade Runner 2049: película que tiene algo en común con Alien: Romulus más allá de la música a cargo de Benjamin Wallfisch. Tanto Romulus como BR2049 están impulsadas por un entusiasmo tal hacia las imágenes primigenias de la fuente que a veces este puede pasar por fetichista, a veces por religioso. Sea como sea, es un entusiasmo que se contagia.

Pero Alien: Romulus no solo tiene que lidiar con un clásico de la ciencia ficción —materializado además según condiciones históricas irrepetibles y muy específicas—, porque antes del encomiable esfuerzo de Álvarez ha habido otros como él. Y el xenomorfo se las ha apañado para liderar una de las franquicias más inclasificables de la ciencia ficción contemporánea, en buena medida por lo selecto de los directores que retomaron la senda de Scott. James Cameron convirtió el terror claustrofóbico de El octavo pasajero en una espectacular película bélica con Aliens, mientras que Alien³ fue el bautismo de fuego en Hollywood de David Fincher, y Alien: Resurrección un desvío aún más excéntrico por parte de Jean-Pierre Jeunet (el director de Amélie). Por no hablar de dos crossovers con Depredador: uno de ellos, estupendísimo, dirigido por Paul W.S. Anderson.

Álvarez viene a dar seguimiento a estos perfiles tan variados e irregulares, si bien se ha topado con unas circunstancias muy distintas para la criatura. Ya antes de que Disney comprara Fox y asegurara que vendrían nuevas entregas de Alien —paralelamente a Romulus Noah Hawley está preparando una serie destinada al streaming, Alien: Earth—, la franquicia había lidiado con un repentino deseo de reapropiación por parte de Scott. Por algún motivo el veterano cineasta quiso volver a controlar Alien hace ya más de diez años, lo que en primera instancia llevó a dos precuelas de rendimiento muy desigual —Prometheus y Alien: Covenant—, y en segunda se cargó la pretensión de Neill Blomkamp de hacer un Alien 5. Scott ya no dirige Romulus pero sigue siendo productor, y de su tutela sobre Álvarez se extrae la necesidad de que el filme recoja ciertos elementos de las precuelas.

Sumando esta imposición al publicitado empeño de Romulus por volver a las raíces —esto es, al terror en el espacio donde nadie puede oír tus gritos—, cualquiera pensaría que Álvarez ha tenido las manos atadas. Por eso sorprende tanto que Romulus esté tan impecablemente dirigida.

Horror de lujo

Habría que destacar, entonces, que a estas alturas Álvarez es todo un experto en sagas. En el currículum del cineasta uruguayo encontramos mucho más que la citada Matanza de Texas, pues también se ha incorporado a Millenium con Lo que no te mata te hace más fuerte y ha rodado un remake tan aclamado —pese a sus notables diferencias con la fuente— como Posesión infernal, en 2013. La angustiosa inquietud lograda por este filme tuvo réplica en el único proyecto original que ha dirigido hasta ahora —pero que igualmente dio paso a una saga—, como es No respires. La impronta de ambas películas, Posesión infernal y No respires, es felizmente perceptible en Romulus.

De la segunda conserva un planteamiento similar —en No respires teníamos a unos ladronzuelos sorprendidos en pleno allanamiento de morada por un ciego psicópata, en Romulus a otro grupo de descastados que quiere robar material científico de una nave abandonada antes de ser sorprendidos por el xenomorfo—, y de la primera una intensidad violenta que no deja de escalar durante las casi dos horas que dura esta nueva entrega de Alien. A Álvarez y su habitual coguionista Rodo Sayagues les conviene para eso tirar de un grupo de personajes bien perfilados luchando por escapar del monstruo. Romulus entiende que Alien nunca ha sido un slasher y por eso las inevitables muertes son mostradas con un dramatismo extremo, visceralmente apoyado por un generoso gore.

Es fácil empatizar con este grupo de protagonistas, a quienes da vida un escueto reparto de rostros juveniles. Más allá de Isabela Merced —vinculada a producciones como Madame Web o The Last of Us—, destacan como protagonistas David Jonsson y Cailee Spaney. Él, poniendo rostro a Andy, brinda una gran interpretación como un androide que se debate constantemente entre sus deberes para con sus diseñadores y la relación fraternal que le une a ella, Rain. Spaeny, en racha tras Civil War y la Copa Volpi en el Festival de Venecia que le hizo ganar Priscilla, es una digna heredera de la teniente Ripley de Sigourney Weaver, sustituyendo su profesionalidad desapegada por un rabioso instinto de supervivencia, que propulsa los vertiginosos últimos minutos de Romulus.

La película de Álvarez hace otra cosa fantástica y es que, al desarrollar las motivaciones de los protagonistas, recupera la cuestión de clase del filme de 1979. Esto es, que los protagonistas solo quieren escapar de las condiciones de servidumbre que les ha impuesto la gran multinacional del universo Alien, Weyland-Yutani, descrita en Romulus como un villano aún peor que el xenomorfo. Así que la cercanía con el público está sellada en todo momento y Álvarez aprovecha para tensarla con un ritmo agotador, donde resultan indispensables la legibilidad de sus escenarios y la mezcla de sonido. Romulus es, ante todo, un modélico ejercicio de suspense al que un director talentoso ha sometido un caudal de imágenes que debía llevar admirando mucho tiempo. Con lo que la sensación que da en todo momento es de disfrute, de placer insobornable a la hora de administrar recursos.

No deja de ser una pena, entonces, lo evidentes que son en Alien: Romulus las concesiones que le han obligado hacer a Álvarez. La losa de Covenant y Prometheus es menos pesada de lo esperable —de hecho, y confirmando que Scott debería haberse apartado de la saga hace mucho, nunca había sido exprimida tan hábilmente como en este puñado de minutos de Romulus—, pero no se puede decir lo mismo de los guiños a las dos primeras películas de Alien. Uno de ellos —como pasaba en Blade Runner 2049 de hecho— posibilitado a través de la recuperación CGI de cierto personaje, que chirría de forma catastrófica frente a la cuidadosa artesanía del resto de la producción.

Romulus es una película hecha con toneladas de cariño, que ha identificado rigurosamente los atractivos atemporales de la saga —la apabullante tensión de algunos pasajes no solo refrenda la buena mano de Álvarez, sino también lo oportunamente que se ha absorbido la tradición survival horror de tantos videojuegos inspirados por Alien, entre ellos el homónimo Alien Isolation— para modular un espectáculo de factura deslumbrante. No deja de ser una pena que el ímpetu de Disney insista en devaluar estos logros a través de vacuas llamadas a la nostalgia, pero al menos dicho ímpetu, en esta ocasión, no nos va a impedir disfrutarla en pantalla grande. Que, sobre todo si se trata de la diabólica inmensidad del espacio, es como mejor se disfruta el terror.

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