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A favor y en contra de convertir la anorexia en un guion de cine

A favor y en contra de 'Hasta los huesos'

Mónica Zas Marcos / Cristina Armunia Berges

La sociedad no está preparada para mirar a los ojos al fantasma de la anorexia. Cuando la actriz Lily Collins se quedó en los huesos para interpretar a Ellen, la protagonista de To the Bone, le empezaron a llover piropos por su extrema delgadez, aunque su rostro había tomado la forma de una calavera y el grosor de su rodilla ya doblaba al del muslo.

Ni Netflix ni Collins han desvelado nunca la cantidad exacta que marcó entonces la báscula. Lo ocultan para que no se tome como un estímulo para encajar en los imposibles cánones de belleza de los medios y la publicidad. Hasta los huesos pretendía abrirnos los ojos ante un trastorno que padecen treinta millones de personas solo en Estados Unidos y del que las mujeres se llevan la peor parte -en España suponen el 90% de las diagnosticadas-.

La película no consiguió el efecto esperado, y muchos especialistas la consideraron más perjudicial que beneficiosa. Algo parecido a lo que ocurrió hace meses con Por trece razones, cuando la plataforma de streaming se adentró en el mismo terreno farragoso con la serie que trataba el bullying, la violación y el suicidio adolescente sin paliativos.

En este caso aborda la historia de Ellen, una chica de 20 años que parece mucho más joven por su envergadura raquítica y los ropajes anchos que viste. Su familia, adinerada pero disfuncional, decide ingresarla en un centro de tratamiento dirigido por un médico carismático al que da vida Keanu Reeves. Los altibajos anímicos de la chica son la columna vertebral de la trama, en la que también participan otros compañeros con trastornos alimenticios como una embarazada que sufre bulimia o una comedora compulsiva.

La paradoja de Hasta los huesos radica en la valentía de invertir en lo que nadie se había atrevido y en mostrar toda su complejidad dramática sin levantar pasiones. Siendo conscientes de la delicadeza del tema, esta vez nos posicionamos contando con la opinión de dos profesionales de la psicología. ¿Es un filme divulgativo o un peligro para los que aún se encuentran en tratamiento?

Hablar de anorexia o de bulimia no es fácil. Si ya comentarlo o escribir sobre ello supone un sinfín de dilemas, hacer un producto de masas para una plataforma como Netflix parece de lo más arriesgado. Aún así, hay que hacerlo. Del mismo modo que otras películas han tratado temas tan espinosos como el abuso a menores, el autismo o la esquizofrenia, sacar a la palestra los trastornos de la conducta alimentaria puede llegar a ser muy positivo si se hace de una manera responsable.

“Este tipo de películas ayudan a difundir la enfermedad, a que la sociedad tome conciencia de que es un problema y que se puede tratar. Esto puede servir para que la gente acuda a una unidad de trastorno de la conducta alimentaria”, explica María López, psicóloga clínica en un hospital público de Valencia.

Lo más importante, según indica la especialista, es que se aborde el tema de manera responsable y que se acerque a la realidad lo máximo posible. Hasta los huesos lo hace. Te presenta a seis personajes con diferentes problemas relacionados con la alimentación y que son conscientes de su enfermedad. Cada uno atraviesa una fase diferente dentro del periodo de recuperación, por lo que es posible hacerse una idea general de qué es la anorexia o la bulimia y de cómo debe tratarse.

También contiene una serie de diálogos muy interesantes en los que se refleja cómo estas personas están todo el tiempo contando y calculando calorías, cómo blogs con ciertos contenidos hacen que se refuercen conductas tóxicas y cómo comer poco es una especie de competición que se puede ver reforzada por el entorno.

También se acerca a uno de los puntos clave que por obligación tiene que aparecer en este tipo de relatos: la familia. Hasta los huesos muestra lo duro que es tener una hermana que tiene anorexia o lo incomprensible que puede ser para una madre que su hija no quiera comer. Marti Noxon lo hace con la combinación perfecta de cruda realidad y delicadeza.

“Tiene que estar bien documentado. Igual que cualquiera que trate un problema psicológico o enfermedad mental. Entiendo que en una película tiene que haber una parte que atraiga al público, pero la información tiene que ser lo más fiel posible a la realidad”, insiste López.

La propuesta de Netflix puede ayudar a hacer más visible esta enfermedad y a favorecer a la futura integración en un ambiente laboral o escolar. También puede servir de ayuda a los padres, tanto para identificar el problema como para saber cómo lidiar con él.

“Muchos padres llegan a consulta y dicen que no tenían ni idea. A veces también sucede que, aunque el paciente esté grave y pese por ejemplo 30 kilos, los padres intentan pactar contigo que no se haga el ingreso”, lamenta la psicóloga. “Creo que sucede esto porque hay un gran estigma, porque cuesta contar que tu hija está hospitalizada por esta razón”. Contenidos como Hasta los huesos pueden utilizarse para que los padres vivan con menos temor y para que “no vean un ingreso como un castigo sino como una solución”.

La comparación entre Por trece razones y Hasta los huesos es débil y conveniente. Con ella Netflix se abandera como la plataforma que trata a los adolescentes como seres humanos y no como meros animales de entretenimiento. Pero lo cierto es que la primera abordó el bullying de forma magistralmente dolorosa, dedicando trece capítulos a bucear por la maraña de sentimientos de Hannah, y esta última despacha los de Ellen en hora y media de metraje.

También hubo quien puso el grito en el cielo con la serie, pero nadie inició una campaña en Change.org para retirarla como sí hicieron con la primera película que aborda la anorexia, sus síntomas y consecuencias, a nivel comercial. No gustó por muchas razones, y la principal es la visión frívola que ofrece de los enfermos y de sus pataletas para no comer, lo que puede desencadenar un efecto de repetición en los que aún se encuentran en tratamiento.

“Da una visión inhumana y muy contraproducente. Yo, a nivel terapéutico, se la prohíbo a mis pacientes porque todo lo recorrido se puede echar a perder”, asegura Sheila Fernández, psicóloga en un centro de TCA de Madrid. La experta reconoce dos situaciones especialmente nocivas: la autonomía de la protagonista a la hora de abandonar o acudir a terapia, y las relaciones de encubrimiento tóxicas que genera con los otros enfermos del centro.

“La anorexia es un trastorno mental que afecta a las capacidades de decidir. Por eso es esencial el trabajo con la familia, y la película lo muestra como algo secundario”, argumenta Fernández. “Por otro lado, me horrorizó cuando se encubren los síntomas entre las pacientes del centro”, dice en referencia a una escena en la que Ellen ayuda a su compañera de cuarto a esconder la comida, o cuando le apoyan en su decisión de no probar bocado durante días.

La experta piensa que precisamente la ayuda entre pacientes en distintos niveles de recuperación es una de las terapias más efectivas. Mostrar la conchabanza para ir a vomitar al baño o pegarse atracones por las noches solo les da “nuevas herramientas para excusarse, y por desgracia ya hay demasiadas”, asegura.

Es bueno transmitir el peligro mortal de estos trastornos en el cine y que sirva para concienciar a una sociedad alienada por la dictadura de la imagen. Algo que Hasta los huesos no consigue. Eso tampoco significa que glamourice la enfermedad, ya que rasca la superficie y no se regodea en la vanidad de la apariencia perfecta, algo que sí suele hacer la ficción comercial.

Esta película es tremendamente efectiva para los que no han tenido que lidiar con la anorexia o la bulimia, para que algunas familias identifiquen estas conductas en sus seres queridos y quizá para aquellos que han vencido a la enfermedad. Pero, como dice Sheila, “cada enfermo es un mundo y los factores desencadenantes pueden estar en todas partes”. Incluso en una película tan llena de buenas intenciones como de errores imperdonables.

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