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Matrimonio y embarazo: el monólogo más conservador de Amy Schumer es también el más bestia

Amy Schumer en el cartel promocional de 'Growing'

Mónica Zas Marcos

Han pasado seis años desde que Amy Schumer (Nueva York, 1981) empezó a ser una habitual en nuestras pantallas y el mundo aún no ha decidido si debe adorarla o aborrecerla. Son muchos los que dicen que no es tan graciosa y que las pocas veces que lo consigue es porque roba los chistes a otros. Pero debajo de todas esas críticas, la verdadera razón que subyace es que Schumer aúna tres rasgos imperdonables en una mujer que se dedica al humor: es incómoda, escatológica y extremadamente sexual.

No hay un monólogo en el que no narre una historia relacionada con vómitos o en el que diga menos de quince veces la palabra “coño”. La primera vez que hizo un stand up de gran alcance dejó a Mike Tyson helado tras decirle que “los hombres no saben si les da miedo tu tatuaje o si quieren correrse en él”. Minutos antes, había salido de una bancada rodeada de hombres con unos tacones de infarto y les había repartido sonrisas dulces a todos sacudiendo sus rizos rubios.

La cómica neoyorquina siempre ha jugado el papel de la “niña blanca llorona” para cazar a la audiencia con el lazo de sus propios prejuicios. Su apariencia de reina del baile de graduación le abrió las puertas de programas con exceso de testosterona para aportar la “cuota” femenina que los peces gordos querían en sus televisiones. Si además sus monólogos trataban sobre sexo, aún mejor.

“¿Acaso solo los hombres van a poder jugar sucio?”, decía en uno de ellos. Pero la suciedad a la que se refería Amy Schumer no era la que los espectadores (sobre todo ellos) se imaginaban.

Con una mezcla de body positive y ridiculización de las fantasías sexuales masculinas, la actriz ha hecho carrera de su humor salvaje, explícito y sin tabús tanto en series y películas como en formato stand-up. A este último ha regresado con Growing, un nuevo monólogo para Netflix en el que vuelve a jugar con las apariencias.

Sí, se aprecia que Schumer ha crecido respecto a otros shows principalmente porque está embarazada. Pero si alguien espera que a partir de ahora sus chistes traten sobre marcas de pañales, la falta de sueño o la retención de líquidos, estará muy equivocado. También usa el juego de palabras como arma contra los que siempre han dicho que sus chistes son propios del humor zafio y básico de un parvulario. Pues incluso con una barriga de seis meses y a punto de echar al mundo una criatura, ella va a seguir hablando de sexo, de menstruación y de vómitos.

Growing, como no podía ser de otra forma, comienza con una buena dosis de estos últimos. Desde el primer mes de gestación, asegura haber vomitado aproximadamente 980 veces, razón por la cual ha tenido que ser hospitalizada en cuatro ocasiones con síntomas de deshidratación.

Además de darle material para el perfecto gag, Schumer aprovecha su turno para hablar de “hiperémesis”, la enfermedad que ella sufre y que multiplica los efectos adversos del embarazo. “En las películas, ellas descubren que están encinta con una pequeña arcada. Una. Yo vomito en cantidades El Exorcista todos los días”, se recrea.

“No sabía qué era estar embarazada porque todas vosotras, zorras, mentís sobre ello. No decís lo duro que es. Lo tendría que haber googleado”, continúa la cómica. Aunque muchas en el movimiento renieguen de ella, Amy Schumer siempre se ha considerado feminista y ha usado sus monólogos para denunciar desigualdades y estereotipos a su manera. Y con la maternidad no iba a ser menos.

“Estoy obligada por contrato a estar aquí, no soy de las que creen que el espectáculo debe continuar. Solo que, si no lo hago, Live Nation me va a demandar”, dice en un momento retando a la audiencia. Quien haya seguido a Schumer hasta aquí debería reconocer cuándo está hablando en serio y cuándo no, o dónde acaba la biografía y empieza la autoficción, pero hay muchos que aún no lo saben.

Esa gente es la que le ha tachado de racista, machista, victimista y frívola durante toda su carrera por tomarse demasiado en serio sus sketches. “Cuando te embarazas no dejas de ser tú: no dejas de trabajar y tampoco de beber”, se contradice unos minutos después recordando que en el humor está todo permitido: incluso desdecirse a una misma.

Sexo sí, pero del marital

Hay una ley no escrita por la que los cómicos no deben generar tensión real en la platea si no es para consumarla con un chiste. Pues bien, Schumer retuerce la tensión con un chiste aún más incómodo y lo hace excepcionalmente bien cuando se trata de sexo.

En su anterior monólogo para la plataforma, Leather Special, hilaba situación sexual tras situación sexual, cada cual más escatológica, enfundada en un mono de cuero y usando el lenguaje corporal como solo ella sabe hacer. No se impuso límites y puso en evidencia a todas las mentes mojigatas que sabían a lo que se exponían y después la calificaron de “sucia” y “soez”.

En Growing también hay sexo. Lo hay en forma de gags sobre la falta de él y otros en los que se queja porque su ginecóloga le ha aconsejado tenerlo durante el embarazo. Mientras que sus anteriores shows se basaban en la activa vida sexual de una chica soltera en Nueva York, los de ahora incluyen inevitablemente a su marido, el chef Chris Fischer, que padece un trastorno del espectro del autismo.

Schumer lo cuenta en medio de una de sus aventuras escatológicas, pero de pronto sabemos que habla en serio. “Cuando le diagnosticaron me hizo gracia porque todas las características que le hacían estar en el espectro eran las razones por las que me enamoré perdidamente de él”. No es la primera vez que usa el poder terapéutico de la risa para narrar sus propios traumas. De hecho, muchos de ellos -como las críticas hacia su físico o haber sido víctima de violación y de un novio maltratador- le sirven para hacer una potente crítica social.

“No sé lo que voy a tener, pero espero que sea una niña. Más que nada porque es una época muy peligrosa para ser hombre. De hecho, gracias hombres por haber podido salir hoy de casa. Sois héroes. Qué valientes”, ironiza quien hace unos meses fue detenida por manifestarse en contra Brett Kavanaugh, acusado de abusos sexuales.

Amy Schumer ha sido juzgada por “no ser lo suficientemente guapa para hablar de sexo” por los hombres y por ser “demasiado sexual” por algunas mujeres. Está lejos de ser la novia de Norteamérica del humor como Ellen DeGeneres o de provocar la empatía de Hannah Gadsby. Reniegan de ella en un bando y en el otro.

Pero sin tapujos, ella ha conseguido que, si quieren, otras puedan hacer bromas sobre el diámetro de su vagina o sobre orgías feministas sin encontrarse con ningún muro. Esos ya los derribó hace tiempo con su propio cuerpo y ahora lo sigue haciendo con un bombo de casi siete meses y, por lo tanto, el doble de potencia.

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