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Tres décadas, en tres horas: las cicatrices de la política del hijo único en China conmueven en San Sebastián

Fotograma de 'Hasta siempre, hijo mío'

Francesc Miró

San Sebastián —

Terminada la Revolución cultural china y muerto Mao Zedong, el gobierno heredero de las instituciones comunistas afrontó la superpoblación del país cortando por lo sano: instauró en 1979 la conocida 'política del hijo único' para el control de la población. O lo que es lo mismo, prohibió la concepción de más de un sucesor con el objetivo de reducir radicalmente la natalidad.

Esta política estuvo vigente hasta hace escasos años, y hoy China sigue siendo el país más poblado del mundo con 1.400 millones de habitantes. Solo que ahora, toda una generación capaz de tener más de un descendiente, amparada legalmente para ello, se enfrenta a una realidad social muy compleja. Cuatro décadas de control han derivado en una escasez de fuerza laboral y un envejecimiento de la población que pone en peligro el sistema de pensiones chino. Y multitud de parejas no se atreven o no pueden concebir más de un vástago por motivos económicos.

Hasta siempre, hijo mío asume la tarea nada desdeñable de recorrer los últimos treinta años de la historia de su país para reconsiderar, a lo largo de su generoso metraje –tres horas de duración–, las consecuencias físicas y psicológicas que el control de la natalidad tuvo en toda una generación. Obra magna del realizador Wang Xiaoshuai que mereció el Oso de Plata a Mejor Actor y Mejor Actriz en el pasado festival de Berlín, y que se presentó en San Sebastián dentro de la sección Perlak.

Una generación herida

Hasta siempre, hijo mío narra la historia de Yaojun y Liyun, una pareja con una vida bastante normal en el país asiático de mediados de los noventa. Ambos trabajan en una fábrica, tienen un pequeño piso que pueden llamar hogar y se esfuerzan por educar a su hijo, Xing. Intentan superar un aborto traumático –impuesto por la política del hijo único–, que dejó a Liyun infértil años atrás. Su hijo, en cierta medida, sana sus heridas y les ayuda a salir adelante.

Todo parece ir bien hasta que un día, Xing responde a unos chicos de su edad que se meten con él por no bañarse en un pequeño lago. El chaval se echa al agua sin saber nadar y, ante el inmovilismo de sus compañeros, se hunde. Las aguas turbias terminan por ahogarlo. Incapaces de tener más hijos, Yaojun y Liyun deberán intentar rehacer su vida lejos de su ciudad natal.

“No lo concebí un guion al uso, digamos, para contar una historia concreta”, explica Wang Xiaoshuai a eldiario.es en una entrevista concedida en el marco del Festival de San Sebastián. “Siempre vi Hasta siempre, hijo mío, como una forma de captar los recuerdos y las vivencias de toda una generación herida”, cuenta el realizador.

“Cuando cambió la política del hijo único en mi país me planteé qué iba a pasar con todas las personas que, a lo largo de décadas, solamente pudieron concebir a un niño o una niña. Cuál sería su pasado, sus historias. Cómo se sentirían ahora si supieran que las cosas pueden ser distintas para sus nietos”, añade.

Como explicaban Steven Lee Myers y Olivia Mitchell Ryan en el New York Times, los ciudadanos chinos de tercera edad representan actualmente un 17,3% de la población, pero en 2050 podrían llegar a representar más de un tercio de la misma: 487 millones de pensionistas que plantearían enormes retos para la economía del país.

“El envejecimiento de la población es uno de los grandes problemas de afrontamos”, opina el realizador, “pero, a pesar de todo, creo que el cambio en la gestión de la natalidad es una muy buena noticia, porque por primera vez en años la política está pensando en las voluntades del ciudadano y no solamente en el desarrollo económico del país. Y creo que eso era muy importante”, señala.

Por otra parte, “no basta con que cambie la política del hijo único en China, tiene que cambiar la mentalidad”, describe el cineasta. Bien es cierto que la derogación de aquella prohibición no ha producido el efecto esperado: no han aumentado los nacimientos de forma orgánica. En 2017, por ejemplo, se registraron 630.000 neonatos menos que el año anterior. ¿Por qué?

“Porque aunque exista la posibilidad de tener más hijos, no se han dado facilidades para que eso ocurra. Y la presión económica es tan grande que muchas parejas optan por tener solamente uno o ninguno”, comenta el director de la película.

“Las personas que opten hoy por formar una familia necesitan un soporte muy grande. No solo por el dinero, también por el tiempo y los recursos que la mayoría de población no tiene”, señala el director de Hasta siempre, hijo mío. “Creo que si quieren que tengamos más descendencia tendrían que dar ayudas, reformar la seguridad social, el sistema de pensiones y mejorar un montón de estructuras sociales que parecen inamovibles”.

Tres horas, tres décadas

“Mi película es solo un intento de preservar el pasado”, resume Wang Xiaoshuai. En cierta medida, todo su cine se asienta sobre esta idea. Su debut como director, The Days (1993), ya reflexionaba sobre las preguntas que se hacía una generación de artistas tras las protestas de Tiananmen. Con La bicicleta de Pekín (2001), gran premio del jurado en el Festival de Berlín, fue capaz de traducir el espíritu de Ladri di biciclette de Vittorio De Sica en la sociedad de hoy. Y con Sueños de Shanghái (2005), premio del jurado en Cannes, reflexionó sobre la influencia de la revolución cultural china en las zonas rurales del país.

Pero ninguna de ellas, con todo, tiene el alcance temático y la ambición formal de Hasta siempre, hijo mío. A pesar de su duración, la última película del realizador no deja que el espectador se acomode en el drama social al uso, utiliza con habilidad un aparato formal pensado para conmover de forma orgánica y sin artificios.

Gracias a su hábil manejo de las distintas épocas narradas, Xiaoshuai se permite un juego de espejos en el que las actuaciones juegan un papel absolutamente fundamental –merecidísimos los reconocimientos a Yong Mei y Wang Jingchun–. Una idea narrativa que se complementa maravillosamente con un montaje en el que pasado y presente dialogan y se enfrentan de forma constante.

“El aspecto formal fue una apuesta personal un poco arriesgada”, comenta el director de cine. “No quería tener que decirle al espectador 'esto es 1994, eso 2011', ¿sabes? Adaptaba la música que sonaba, las formas de vestir, pero sin hacerlo evidente. Esos detalles convierten los saltos temporales en algo orgánico, y hacen que las personas puedan conectar mejor con mi reflexión sobre el trauma a través del tiempo”.

“Lo cierto es que el guion de Hasta siempre, hijo mío estaba pensado en un principio para ser narrado de forma lineal. Pero estuve a punto de dejarlo porque no funcionaba. Se hacía muy pesado”, confiesa. “En cambio ahora, cuando la vi en Berlín, pensé que igual tres horas eran poco”, afirma. “Me dolía lo que había quedado fuera de la película. Entiéndelo: resumir tres décadas de historia de mi país es tres horas, hace que no lo veas como algo tan largo”.

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