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Seth, Chester Brown y Joe Matt: los hijos del porno

Seth, Brown y Matt en 1992. Foto de Rick McGinnis.

Rubén Lardín

En el epílogo al álbum Peepshow de su amigo Joe Matt, el dibujante Seth afirmaba que su anfitrión en aquellas páginas era la peor alimaña que había conocido en su vida. En un tebeo de su puño y letra, el también dibujante Chester Brown era acusado de arrogante por Matt, quien en su propia obra reconocía a los anteriores como dos de sus mentores más sensatos y elegía dirigir las invectivas hacia sí mismo, aunque aprovechaba para deslizar que al primero le apesta el aliento a tabaco.

Seth, Chester Brown y Joe Matt se quieren.

Estamos hablando de tres de los autores más importantes del cómic contemporáneo pero no solo eso, porque son también personajes de ficción. Sus carreras, cada uno sirviendo a sus circunstancias y atendiendo a su particular voz artística, han corrido asociadas desde que Matt se trasladó al Canadá natal del otro par desde Filadelfia. Fue a finales de los 80, y a partir de ahí cada uno empezó a dar buena cuenta de los otros y de la relación que mantenían los tres en sus obras respectivas, que hoy el aficionado entiende como vértices de una extraña biografía triangulada.

Three amigos

Seth, Joe Matt y Chester Brown nacieron a principios de los años 60, por lo que hemos de suponerlos afectados por el marasmo de movimientos e ideologías que anegaron aquella década y dictaron las siguientes: el jipismo, los feminismos, las esperanzas revolucionarias y el fantasma del amor libre que iba a ser arrancado en flor y suplantado por la eclosión de una pornografía industrial y consensuada.

Licenciados en los fanzines y doctorados en el paisaje del cómic independiente de los años 90, con el tiempo cada uno ha ido construyéndose una bibliografía de intereses particulares, pero emparentada en la inspiración a tres bandas y sin aparente competencia que conlleva su amistad. La materia prima de Joe Matt, como la del buen humorista, es su propia persona; la de Chester Brown, suerte de materialista místico, su identidad, y la de Seth, nostálgico irredento, la memoria y la conservación.

La molicie

La obra de Joe Matt se funda en airear vergüenzas y alcanza cotas de impudicia embarazosas incluso para el lector. En sus páginas, que no pueden ser más divertidas, burla cualquier rasgo de corrección y pasa a atribuirse un sinfín de miserias que por lo general se barren bajo la alfombra.

Así, en libros como el mencionado Peepshow, hasta hace poco inédito en nuestro país, o el recién reeditado Pobre cabrón, explota lo peor de sí mismo en una jugada que es pura y dura deuda judeocristiana, la de reprenderse antes de que pueda hacerlo nadie para en ello hacerse mejor y hasta invulnerable. Casi un sacramento de confesión.

Algunos de sus allegados consideran los tebeos de Matt innecesarios, pero hoy son patrimonio de la humanidad títulos como Consumido, donde el autor se exprime literalmente hasta la médula y detalla una adicción por la pornografía que le lleva a extremos románticos, como confeccionar surtidos de escenas en VHS que cataloga minuciosamente.

Es en una de las páginas de ese libro donde el personaje recurrente de Chester Brown le comparte a Matt sus métodos para gestionar la fantasía culpable del adicto y hacer acopio de energía: “Yo me masturbo casi todos los días pero sólo me permito eyacular una vez cada dos semanas”.

Mientras Joe Matt se mata a pajas, Chester Brown hace gasto en prostitución, y de ello también sabemos por su obra. Sus cómics, de entonado más suficiente e introvertido que el de su amigo, son estrictos y de ellos emana cierto aroma de quirófano. Sus maneras como narrador son las de un ensayista maníaco capaz de centenares de notas al pie y sus tesis pueden llegar a resultar devastadoras.

De su bibliografía suele destacarse la rigurosa biografía del líder rebelde canadiense del siglo XIX Louis Riel y no se atienden tanto títulos de inspiración subconsciente como el extraordinario Ed, el payaso feliz, pero es de común acuerdo que es en los trabajos donde relata su relación con las mujeres donde ha alcanzado todo su potencial, amén de cumbres de impudicia que no tienen nada que envidiar a Matt.

De Brown acaba de publicarse un libro extraordinario titulado María lloró sobre los pies de Jesús en el que, tras una cubierta que es a la vez vagina, herida y emblema, propone la relectura de algunos pasajes bíblicos que han de reforzar sus discutibles y estimulantes teorías en torno a las trabajadoras del sexo.

El tema ya lo había explorado a fondo y en primera persona en Pagando por ello, un trabajo complejo y magistral (dedicado con afecto a Joe Matt) que compone un triple programa exquisito con El Playboy, la memoria de su relación íntima y adolescente con la revista de Hugh Heffner que estos días se publica en su edición revisada.

El tercero en concordia

En Pagando por ello, donde aparece como personaje, Seth defiende la existencia del amor romántico frente a las teorías escépticas de Chester Brown. Enfrentada a la obra de sus colegas, herederos de la tradición confesional y expiatoria de la que Robert Crumb sentó las bases, la de Seth podría parecer la de un monaguillo, pero es también, como la del pornófago culpable, la de un moralista en duda perpetua.

Seth, que es nombre de pluma de Gregory Gallant, es un sombrerista convencido que vive atrapado en una nostalgia de tiempos que no vivió, los de la primera mitad del siglo XX y su cultura popular, y sometido a ese hechizo va construyendo la bibliografía menos escandalosa y más sentimental del trío, con el que comparte represión, desencanto y cierto embargo existencial.

Lo suyo es una huida hacia el pasado para escapar de una sociedad actual que le disgusta, aunque en trabajos como Ventiladores Clay, Wimbledon Green, George Sprott (1894-1975) o La vida está bien si no te rindes, una autoficción apócrifa que todavía es su obra más famosa, no deja de reflexionar sobre las responsabilidades individuales y la construcción de uno mismo según vienen dadas.

De él acaba de editarse Un verano en las dunas, que recopila un par de historias inéditas hasta hoy en castellano en las que antes de alcanzar la fama como autor recuperaba dos episodios de juventud, uno violento y otro amoroso.

Seth, Joe Matt y Chester Brown son tres hombres algo estropeados desde según qué punto de vista pero de gran talento y humanidad se mire como se mire. Los tres son autores cerebrales, románticos a pesar de sí mismos, comparten extraños escrúpulos y practican un cómic autobiográfico que toma la realidad como relato pero que no consiste tanto en plasmar recuerdos como en interpelarse para dar con estrategias de vida. De ellos se dice a menudo que están como unas maracas, pero no es más que una manera refleja y torpe de reconocer que son lúcidos como demonios.

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