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Por qué es importante saber insultar en una segunda lengua

Pancarta con la palabra 'Fuck' en una manifestación contra el fascismo en Francia

Alberto Hijazo-Gascón

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Estoy convencido de que todos ustedes sabrían nombrar un insulto en una lengua que no es la suya. Quizá lo hayan aprendido viendo películas en inglés con subtítulos (fuck en sus distintas combinaciones es bastante frecuente). Puede ser que les suene de alguna canción (It’s Britney, bitch!). Igual en un viaje a Italia escucharon algún stronzo que otro y, aunque vivan más o menos cerca de las fronteras francesas, casi seguro reconocerán la palabra merde! Incluso me atrevería a decir que en algún momento de sus vidas han escrito en una servilleta de bar algunas palabrotas en distintos idiomas, digamos polaco, griego o rumano, ayudados por amigos procedentes de estos países. Es paradójico que aunque en muchos casos los insultos son las primeras palabras que aprendemos de una lengua, forman parte del léxico más peligroso y más difícil de usar de manera adecuada. 

Quizá la forma más sencilla de comprobar esta dificultad es enfadarse “en otra lengua”, es decir, en un contexto en el que se está hablando una lengua que no es la materna y se quiere expresar indignación, malestar, rabia e incluso, en mayor o menor medida, ser maleducado con el interlocutor. No sé si lo habrán experimentado. Todos somos muy educados, pero, entiéndanme, cuando uno vive en el extranjero a veces soltar un buen taco es tan necesario como en casa, pero con la dificultad añadida de usar otra lengua.

Probablemente esta es una de las tareas socialmente más complejas, ya que el significado y el uso social de los insultos no suele coincidir entre distintas lenguas y culturas. Un mal cálculo del término seleccionado puede llevarnos a ofender más de lo que habíamos pensado. Quizá solo queríamos expresar irritación y nos pasamos de frenada. También puede ocurrir lo contrario y que, en una situación en la que realmente necesitemos usar una palabra malsonante, no insultemos con la fuerza con la que nos gustaría y nos quedemos con un término que nos ha parecido fuerte, pero a oídos de los nativos suena más bien blandito. En esa situación podemos sentirnos incluso ridículos. 

Es probable también que nos quedemos en blanco y nos frustremos por la impotencia de no poder expresar con precisión nuestros sentimientos. Otra posibilidad es que, de manera más o menos consciente, recurramos a nuestra lengua materna, sin importarnos en lo más mínimo si nuestro interlocutor comparte nuestro código y se está enterando de lo que le estamos diciendo. De hecho, esta opción es, según algunos estudios, bastante frecuente entre parejas de diferentes culturas. En cualquier caso, la percepción de un insulto por nativos y no nativos tiende a ser diferente, por lo que usar una palabra ofensiva en otra lengua siempre va a suponer un riesgo. Para dominar el arte del insulto, no solo es necesario el conocimiento léxico, sino que además debemos dominar la pragmática y los usos comunicativos, generalmente gracias al contacto con la otra cultura. 

¿Debería la enseñanza suplir estas carencias? Los tabúes en torno a las expresiones malsonantes hacen que sea casi imposible incluirlas en las aulas. Por un lado, no parece la necesidad más imperiosa para un estudiante de segundas lenguas. Por otro, suele dejarse a la inmersión y el contacto con hablantes nativos la responsabilidad de adquirir todas las connotaciones y el complejo funcionamiento social de cada insulto. Sabemos que el lenguaje es peligroso. Sabemos que normalmente percibimos los insultos como más suaves en las otras lenguas que en la propia. Sabemos también que tendemos a que los errores pragmáticos son los que penalizan más socialmente a los hablantes de segundas lenguas. ¿Por qué entonces dejamos fuera del aprendizaje unos elementos, lingüísticamente hablando, tan peligrosos como el filo de un cuchillo? ¿Es por el pudor de utilizar palabras malsonantes en el aula? Se entiende en el caso de la educación a niños y adolescentes, pero ¿también si el estudiantado es adulto?

En algunas situaciones, un manejo detallado de las diferencias y similitudes de los términos en ambos idiomas es determinante. Es el caso de las declaraciones en sede policial, en las que la mala interpretación de un insulto puede suponer que el caso se archive o que la comunicación se entorpezca. Entonces sí es imprescindible expresar los insultos con todos sus matices. La investigación que hemos llevado a cabo sobre este tema muestra, por ejemplo, que las diferencias percibidas en significado, uso y ofensa percibida entre insultos en inglés y español es muy diferente.

La percepción de un insulto por nativos y no nativos tiende a ser diferente, por lo que usar una palabra ofensiva en otra lengua siempre va a suponer un riesgo

Incluso insultos que pueden parecer muy similares en su forma, como el inglés son of a bitch y el español hijo de puta, reciben valoraciones muy diferentes entre hablantes nativos. Mientras los británicos lo valoran con un grado intermedio de ofensa, los españoles lo valoran como el insulto más ofensivo. Sin embargo, en los experimentos realizados con estudiantes de interpretación nos muestran que los insultos son un aspecto difícil y no se tienen estas diferencias en cuenta, intercambiando estos dos términos. ¿Sería más adecuado no interpretarlos por su equivalente en grado de ofensa dejando atrás el parecido en la forma? En ese caso deberíamos intercambiar son of a bitch por gilipollas e hijo de puta por cunt

Esta es una conversación pendiente —y muy necesaria— entre lingüistas forenses, intérpretes e inspectores de policía. Recordemos que la interpretación inadecuada de un insulto puede afectar en la investigación policial. Todavía más en los casos en los que se producen delitos de odio o en los que las víctimas son vulnerables. La precisión en estos casos a la hora de insultar en la segunda lengua por parte del intérprete es fundamental. ¿Sería lo mismo traducir faggot por maricón, por homosexual o por gay? Si el insulto que recibe la víctima se sustituye por una palabra más general o por un insulto con poco grado de ofensa, la denuncia puede quedarse en la comisaría y no prosperar.

En definitiva, pese a que sea difícil dominar y salvar las fronteras culturales en el uso de insultos, es importante al menos tener en cuenta que su dominio es significativo y no una simple cuestión graciosa o superficial de la lengua. En ocasiones, la realidad es mucho más compleja que una simple anécdota. Por lo tanto, les animo a aprender y enseñar a insultar en otras lenguas, pero háganlo siempre en la medida justa y necesaria. 

Alberto Hijazo-Gascón es investigador 'María Zambrano' en la Universidad de Zaragoza, especialista en Lingüística Cognitiva Aplicada.

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