Antonio Muñoz Molina: “La izquierda española siempre fue muy despectiva con el ecologismo, que consideraba burgués”
Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) tiene una larga y brillante carrera literaria a sus espaldas, pero no ha perdido ni mucho menos esa curiosidad que lo llevó a empezar a publicar artículos en un diario de Granada cuando era un veinteañero. Licenciado en Historia del Arte, ha escrito novelas, ensayos y libros de reportajes, publica una columna semanal en el diario El País y confiesa que el oficio de escribir le gusta en todos sus géneros y variantes.
Premiado con numerosas distinciones, tanto en España como en otros países, y traducido a una veintena de idiomas, Muñoz Molina sorprende con cada nuevo libro en una búsqueda constante de historias y enfoques distintos. “Tengo una curiosidad muy grande”, reconoce en una charla con eldiario.es, “y esa actitud me lleva a escribir sobre las cosas que me atraen y me interesan”. Ahora acaba de publicar Tus pasos en la escalera (Seix Barral), una novela de apariencia realista, pero con un aire fantasmagórico y extraño ambientada en Lisboa y Nueva York.
En muchos de sus libros, tanto en narrativa como en ensayo las ciudades en las que ha vivido (Madrid, Lisboa, Nueva York…) se convierten en protagonistas fundamentales de sus historias. ¿Es algo deliberado?
En la literatura, especialmente en la ficción, no existe nada deliberado. De hecho, los procesos de invención no son deliberados sino más bien impulsos en buena medida inconscientes. Por ello esas ciudades citadas no solo representan un escenario, sino que aparecen como una parte fundamental de mis narraciones.
Esas ciudades están en mi vida, significan de algún modo mi manera de estar en el mundo. Además, las cosas, cuando están profundamente ancladas, regresan una y otra vez.
Es cierto, por otra parte, que existen lugares que despiertan más tu imaginación, tu faceta visceral como escritor. En ese sentido, Lisboa ha tenido una presencia grande y creciente en mi vida y la historia de Tus pasos en la escalera nace en esa ciudad a partir de la experiencia de un personaje que está empezando a instalarse allí y que narra su peripecia en primera persona. Ese proceso de mudanza lleva siempre a contemplar las ciudades con más profundidad y no simplemente como un visitante o un turista.
Su novela tiene un cierto aire futurista, de distopía inquietante, con un personaje que espera la llegada de su mujer en una atmósfera que presagia el fin del mundo. ¿Cómo la definiría?
Siempre tuve admiración por Henry James y Adolfo Bioy Casares, dos escritores que bajo una superficie realista deslizan sugerencias de algo raro, fantasmagórico. Es decir, que provocan una sensación de extrañeza. En sus novelas o en sus cuentos ambos presentan personajes muy comunes, muy normales, pero que al mismo tiempo se hallan envueltos en una situación de misterio. Tengo que decir que la literatura fantástica nunca me llamó especialmente la atención, pero reconozco que me atraen los componentes raros o no explicados del todo.
A diferencia de otras novelas suyas, de extensiones más largas y con muchos ingredientes (Plenilunio, La noche de los tiempos…), en esta ocasión plantea usted una narración más contenida. ¿Qué pretendía con ello?Plenilunio La noche de los tiempos
Me apetecía escribir una historia más cerrada y con unos contornos más delimitados, en un espacio muy medido. De hecho, la novela transcurre en una casa de Lisboa, con referencias de un pasado en Nueva York, y la acción se centra en los detalles concretos y cotidianos de la mudanza del protagonista que aguarda la llegada de su mujer.
Tengo que confesar que no sabía dónde iba a parar la historia y mientras escribía iba tanteando sobre matices, sobre recuerdos. Podría definir Tus pasos en la escalera como una novela realista con un fondo de misterio y un final entreabierto.
El cambio climático y sus consecuencias planean sobre toda la novela. ¿Es la mayor amenaza hoy en el mundo, un grave peligro para nuestra supervivencia del que no somos del todo conscientes?
Creo que el cambio climático representa una de las mayores amenazas actuales para la Humanidad, junto a la fragilidad y la codicia del sistema económico mundial y junto al extremismo político que encarnan líderes como Donald Trump. Hablamos a veces del cambio climático en clave de futuro, pero ya está aquí, ya ha llegado.
El novelista norteamericano Jonathan Franzen es también un gran observador de pájaros y acaba de alertar en un libro sobre la inminente extinción de los albatros, las aves de mayor tamaño. Los albatros siempre alimentaron a sus crías con pequeños calamares, pero ahora se encuentran constantemente con plásticos en los mares y océanos.
Resulta evidente que los grandes intereses de las compañías petrolíferas y de otras multinacionales están construyendo un sistema económico insostenible y basta con observar, por ejemplo, la carestía de agua en muchas zonas del planeta. Si no reaccionamos pronto para frenar este cambio climático, cuando queramos hacerlo ya será tarde. Hace ya unos años, en 2006, el que fuera vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, lanzó un serio aviso con su famoso documental Una verdad incómoda. Pero no parece que hayamos hecho mucho caso de sus advertencias.
Da la impresión de que las generaciones más jóvenes se están movilizando en la lucha contra el cambio climático, a diferencia de sus padres. ¿Es un síntoma para el optimismo?
Bueno, parece que los jóvenes de hoy no solamente practican una militancia verbal, de progresistas de boquilla, como era frecuente en mi generación, sino también una militancia en favor de un cambio radical de costumbres, de estilos de vida. Está claro que llegará un momento en que ya no podamos detener el calentamiento global. En algunos países europeos, como Alemania y los nórdicos, esa conciencia ecologista y de defensa del medio ambiente nació hace varias décadas. Pero la izquierda española siempre fue muy despectiva con el ecologismo que consideró como preocupaciones burguesas. Por supuesto, a la derecha no le interesa lo más mínimo la lucha contra el cambio climático.
Su novela plantea una reflexión sobre la espera, sobre eso que algunos llaman el tiempo regalado. En sus intervenciones públicas usted siempre se muestra partidario de la calma y de abordar los temas con sosiego. ¿Esa calma es hoy más necesaria que nunca?
Tengo que confesar que describir la espera supone un placer narrativo. Hablamos de esa espera preparatoria de algo agradable, de algo deseado. Stendhal decía que la espera supone una promesa de felicidad. En esta novela, la vocación de Bruno, el protagonista, es la espera y está acostumbrado a aguardar la llegada de su mujer, una científica que viaja mucho.
En cualquier caso, la literatura puede decir cosas simultáneas y contradictorias a la vez y esa circunstancia representa uno de sus mayores atractivos. Por ello la historia de Bruno supone un delirio progresivo, donde llega a perder la noción de espacio y tiempo. Pero a la vez se trata de un hombre muy normal que disfruta de una felicidad cotidiana.
Como ya hizo en otras novelas, en esta última introduce algunos personajes históricos como los exploradores Richard Byrd o James Cook o el historiador contemporáneo Antony Beevor. En algún momento el protagonista confiesa que es un aspirante a Montaigne, a Robinson Crusoe y al capitán Nemo. Toda una declaración de principios.
El almirante Byrd fue un explorador y aviador norteamericano que exploró las zonas polares y que, entre otras gestas, pasó el invierno de 1934 en la Antártida en una cabaña que él mismo diseñó a 200 kilómetros de la base más cercana para obtener datos científicos. Me apetecía trazar algunos paralelismos entre Bruno y Byrd del que al principio de la novela tan sólo doy algunas pinceladas para más tarde contar toda su historia. Lo cierto es que me atrae introducir personajes históricos en mis novelas aunque desde el punto de vista técnico de la narración no sea necesario.
Usted compagina desde hace muchos años la novela con el ensayo, los libros en forma de diarios con el columnismo periodístico. ¿Le interesan todos los géneros literarios?
La verdad es que me gusta el oficio de escribir en todas sus variantes. Tengo una curiosidad muy grande y me atraen temas e historias en los que en ocasiones me sumerjo como si fuera a escribir una tesis doctoral sobre ellos. Por otra parte, algunos sucesos importantes pueden ser relatados de diversas formas a lo largo del tiempo.
Por ejemplo, el 11-S que Elvira [su mujer, la escritora Elvira Lindo] y yo vivimos en Nueva York. De aquellos días tan impresionantes que marcaron un antes y un después escribí crónicas en caliente para el diario El País, más tarde publiqué una especie de diario como Ventanas de Manhattan, en 2004, y ahora he vuelto a recrear el recuerdo del 11-S en clave de novela en Tus pasos en la escalera.