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Entrevista
Escritor y periodista

Miqui Otero: “Defiendo tener una conciencia de clase constante y eso se cuela en mis novelas”

Miqui Otero. Foto: Elena Blanco.

Carmen López

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La nueva novela de Miqui Otero, Simón (Blackie Books) está llena de superhéroes, aunque se parecen más a los de barrio que cantaba Kiko Veneno que a los que salen de la factoría Marvel. Ambos grupos tienen súper poderes a su manera, pero los segundos tienen la ambición de salvar el mundo y los primeros, de sobrevivir en él. Hay público para todo, pero quien más y quien menos puede verse reflejado –o empatizar– en alguno de los personajes del libro, incluso los supervillanos, que también los hay.

El protagonista, que da nombre a la novela, es un niño que recorre las azoteas de Barcelona con su primo rico en una de las noches más festivas del calendario, la de Sant Joan, en 1992. Es la última que comparte con él, su referente vital, que se esfuma y le deja con un trauma que a un niño rico le habría llevado al diván de un psicólogo en la parte alta de la ciudad. A él no le queda otra que crecer husmeando su pista y buscando respuestas en las frases que le dejó subrayadas en las novelas que le regalaba. 

Ese es el punto de partida de una historia que se desarrolla en 448 páginas, nada menos. Podría decirse que es una novela de formación [que narra la transición de la infancia a la vida adulta] en la que no solo crece y aprende el protagonista, sino que lo hacen todos los personajes e incluso el escenario en el que se desenvuelven. “Desde el principio tenía bastante claro que quería que empezara con esa especie de euforia olímpica colectiva y algo ingenua, muy entusiasta, que se vivía en Barcelona y que se fuese acabando con el atentado en las Ramblas como símbolo de muchas otras cosas. En ese espacio de tiempo la novela explica lo que le ha pasado a la ciudad en todos esos años y, también a la vida de los personajes que la transitan”, comenta Otero en una entrevista concedida a elDiario.es.

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Simón es la cuarta novela de Miqui Otero. Publicó la primera con Alpha Decay en 2010, titulada Hilo musical, con la que ganó el premio Nuevo Talento FNAC. En 2013 salió La cápsula del tiempo, estructurada al estilo de Elige tu propia aventura con 37 finales a los que llegar y que fue libro del año para la desaparecida revista RockDelux. En 2016 vino Rayos, con la que empezó a sacar el pie fuera de la casilla de 'nuevas promesas'. Estas dos últimas publicadas por Blackie Books. ¿Entra ahora en el grupo de los 'escritores consolidados' del panorama literario nacional? Se ríe mientras pregunta si dan tickets restaurante o viajes en yate a Benidorm a los miembros de dicho club: “Si regalan algo yo voy, no tengo ningún problema”.

Ya más serio considera que: “notas que vas aprendiendo como en cualquier cosa u oficio y entiendes –porque si no, no seguirías– que vas afinando pues tus limitaciones y tus talentos”. También matiza: “eso de consolidado es como el honor, que no te lo tienes que decir tú sino que lo tienen que decir los otros. Sí que intento, evidentemente, intentar superar lo que ya he escrito y conservar determinadas formas de mirar la vida que tenía con veintipocos años y que quiero seguir teniendo ahora”. 

Para completar añade una referencia literaria (quien le conozca por sus columnas sabrá que es un gesto habitual en él): “Hay una edición de Casa desolada de Dickens que tengo por casa con prólogo de Chesterton que dice que 'esta es la novela más madura de Dickens lo cual no quiere decir que sea la mejor'. Y hace un paralelismo con las patatas porque evidentemente una patata madura no quiere decir que sea la mejor, hay a quien le gustan las patatas nuevas. Esto es un poco lo que me pasa a mí, no quiero repetir lo que ya he escrito pero sí quiero conservar muchos tonos y maneras de observar la vida que tenía en las anteriores”.

La Barcelona de Simón es poliédrica, como lo es en la vida real. Está la cara del lumpen que se queda dentro de los bares cuando bajan el cierre por la noche. La de la alta burguesía endogámica que se reproduce para seguir combinando apellidos honorables. La de la clase trabajadora que tira hacia adelante sin lujos y esquivando las miserias. Y, por supuesto, la de los ricos desclasados que juegan a olvidar sus privilegios. Entre otras. Las comparaciones evidentes con Juan Marsé o Eduardo Mendoza que ya sonaron a propósito de Rayos, ahora vienen casi de serie en las columnas de los críticos literarios.

“Yo no me entiendo a mí mismo sin reflexionar sobre el dinero, sobre qué tipo de persona genera tener muchos privilegios o pocos. Cada escritor y cada persona supongo que tienen unos temas que les preocupan especialmente y que aparecen una y otra vez con el aspecto de nuevos personajes y con una evolución de lo que piensa en cada momento”, responde a la pregunta de por qué ese interés por reflejar las diferencias de la sociedad barcelonesa. “No es solo es que defienda la novela social de por sí pero en lo personal defiendo el tener una conciencia de clase constante y esto se cuela en mis novelas”.

Quienes le conozcan un poco –no hace falta que sea en persona, de nuevo con leer sus columnas se sabe– reconocerá detalles de su biografía en su último título. Ascendencia gallega, infancia en el barrio de Sant Antoni y su amor por el mercado de libros del domingo, sus propias lecturas. Y emerge el término 'autoficción' del que algunos escritores reniegan. 

Otero no pertenece a ese colectivo y no le incomoda que le pregunten sobre el tema: “A mí no me molesta absolutamente nada salvo que me insulten directamente (risas). Además, escribes libros para eso, para que la gente los use como le dé la gana. Desde calzar una mesa a leerlos de una forma literal y biográfica a imaginar otras lecturas posibles que haya en la novela. Pero bueno, yo también sé cómo la he escrito, por qué y considero que quizás es en la que más me he volcado emocionalmente pero por otro lado es la menos autobiográfica de todas mis novelas”. 

Sí que aclara: “Acabas trabajando con materiales que conoces que aparecen disfrazados de una manera u otra. Yo siempre pongo al personaje protagonista un rasgo físico mío y no necesariamente quiere decir que sea yo. En el caso de Centella tenía diastema, los dientes separados como los míos. Este, por ejemplo, tiene una peca sobre el labio superior que es la mía. Siempre pongo un rasgo físico mío como para acordarme de que ese personaje me importa mucho, pero no necesariamente para marcar que soy yo”.

Lo que fue y lo que será

Esa ciudad que Otero explica en Simón ha cambiado mucho en los últimos años. La de la novela termina en 2017 y desde entonces el ritmo de la actualidad ha sido frenético en esta urbe que en octubre de 2019 ya había recibido a 9 millones de visitantes en comparación con el año anterior. ¿Qué percepción tiene él de lo sucedido en Barcelona este espacio de tiempo? “La ciudad ha continuado la inercia gentrificadora, desnaturalizadora, de deshacerse de algunos de sus rasgos que ya tenía y ha seguido. Luego ha entrado un gobierno municipal que ha intentado revertir o, al menos, atenuar esta inercia. Y ha habido un elefante en la habitación clarísimo que ha sido el procés que, en una época en la que las opiniones están muy polarizadas, las ha polarizado todavía más”.

Enlaza estas observaciones con su libro: “La misma imagen que uso en la novela para hablar de la crisis económica serviría para hablar también de la crisis sanitaria, que es una reflexión que hace Estela [personaje] que dice que determinadas crisis son como ese líquido que se inyecta en una prueba médica para ver lo que realmente hay dentro de un organismo y que no salta a primera vista. Pues que determinadas crisis son como ese líquido. Lo fue y lo es la procesista, lo es la de la pandemia, fue y lo sigue siendo, con sus coletazos, la económica, etcétera”.

Determinadas crisis son como ese líquido que se inyecta en una prueba médica para ver lo que realmente hay dentro de un organismo

Esta entrevista se realiza en medio de una pandemia que no se sabe cuándo ni cómo va a terminar. Un momento en el que cada día se desayuna incertidumbre pero en el que hacer proyecciones temporales es inevitable. ¿Saldrá el sector de la cultura airoso de esta situación? Para Miqui Otero “es complicado saberlo y creo en que cada parte del sector el debate es diferente. No creo que el del mundo del libro se pueda aplicar al del cine, por ejemplo. No es lo mismo levantar una producción audiovisual, que es un trabajo más industrial, más colectivo, que la escritura de un libro”.

Se muestra moderadamente optimista en lo que va a suponer para la industria editorial: “en el caso de la literatura, a no ser que la crisis económica sea aún mucho más brutal de lo que ya intuimos que va a ser, que lo va a ser mucho, siempre que haya un rincón para poder comprar esos libros. Un tipo de vida menos pública no va a ser necesariamente más perjudicial” aunque no deja de lado el aspecto más determinante: “considero que la lectura, la cultura en general, es algo muy indispensable en la educación sentimental y emocional de alguien pero un libro no es una barra de pan. Se tiene que dar una situación económica más o menos tolerable para que la gente piense en comprar y luego en leer libros, ir a un concierto o lo que sea”.

Hay una cuestión relacionada que surgió durante el confinamiento y que sigue sobre la mesa ¿Se están publicando demasiados libros? La Editorial Errata Naturae, por ejemplo, la planteó en el comunicado que difundió el pasado mayo en el que explicaba por qué iban a parar su producción durante un periodo de tiempo indeterminado (vuelven a estar en funcionamiento desde hace unas semanas): “Más o menos uno de cada tres libros que llega a las librerías acaba siendo devuelto y, en última instancia, guillotinado. No está claro durante cuánto tiempo los editores y el planeta podrán seguir permitiéndose esta situación (...) ¿De verdad tampoco ahora es el momento de pararse y reflexionar? ¿De verdad la prioridad sigue siendo sacar novedades a finales de este mes de mayo?”. El coronavirus obliga a las editoriales a repensar su modelo: “Seguir como hasta ahora es hundir el barco”, decía Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, a este periódico.

La cultura es algo indispensable en la educación sentimental, pero un libro no es una barra de pan: se tiene que dar una situación económica tolerable para que la gente piense en comprar y luego en leer libros

Para Miqui Otero, la celeridad y la superproducción es transversal a todos los mercados. “Se habla en el mundo del libro y en todos, sobre si se desacelerarán algunas inercias. Con los viajes y el turisteo frenético o con la alimentación. Es curioso porque en la novela, que ya estaba escrita cuando surgió la pandemia, se hacen un montón de reflexiones que luego se han colocado encima de la mesa, como las de Estela sobre la industria agroalimentaria y el turbocapitalismo. Creo que aquí hay una ocasión o al menos de manera voluntaria de repensar ciertas velocidades que llevaba nuestra sociedad. La superproducción no siempre es signo de buena salud, sino de precariedad. A veces se destacan muchos libros para tapar determinados agujeros y esa persona que come o consume moda de una manera responsable no es la más necesitada. No todo el mundo puede tomar decisiones responsables de manera voluntaria”.

Acostumbrado como está a retratar de alguna manera la realidad en sus novelas ¿está ya tomando notas para un libro sobre esta especie de apocalipsis que se está viviendo? “La verdad es que estás preocupado no solo por si existirán las novelas sino la vida. Yo creo que las cosas es mejor ponerlas en cuarentena, nunca mejor dicho. En la última parte de Simón hablo del año 2017, que para mi es el límite. Tú puedes ambientar una novela hoy y no pasa absolutamente nada, pero en el momento en el que no solo explicas la peripecia de un personaje sino que intentas analizar lo que pasa en la sociedad, un poco de distancia sí que viene bien”.

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