El padre de Silvie es un amante de la historia de Gran Bretaña. Un aficionado que considera que durante la Edad del Hierro se vivía con arreglo a unos valores que apelaban a la pureza de la raza británica, hoy olvidada por la modernidad.
El verano en el que la joven cumple diecisiete años, la familia de Silvie participa por iniciativa de Bill, el pater familias, en una experiencia inmersiva para aprender cómo vivían los antiguos britanos. Durante unas semanas, vivirán en aquella época y aprenderán cómo vestían, qué cocinaban, y hasta qué rituales llevaban a cabo. Hasta que, en uno de ellos, Silvie se juegue la vida.
Esta es la premisa de Muro fantasma, uno de los títulos literarios más alabados por la crítica británica de los últimos años. Un libro publicado originalmente en plena incertidumbre provocada por el Brexit y con el debate sobre la identidad británica sobre la mesa. Ahora llega a nuestras librerías de la mano de la editorial Sexto Piso, con traducción de Vanesa García Cazorla. También disponible en catalán publicada por Angle Editorial y traducida por Marc Rubió Rodon.
Un pasado hecho a medida
“La idea que tiene Bill sobre la historia es ficticia”, explica Sarah Moss en una entrevista concedida a este periódico, “tal vez todas las ideas que tenemos sobre la historia sean ficticias hasta cierto punto”.
Sara Moss (Glasgow, 1975) creció en Manchester y estudió en la Universidad de Oxford. En la actualidad, trabaja como profesora de Escritura Creativa en la Universidad de Warwick. Es autora de seis novelas, entre ellas Tierra fría (Duomo, 2010), Signs for Lost Children (Granta, 2016) o The Tidal Zone (Granta, 2017). Muro fantasma es su obra más famosa, y fue elegida como uno de los libros del año por The New York Times y The Guardian.
Cuenta la escritora que esta novela nació un buen día leyendo la prensa: asistía anonadada a cómo un nacionalista de la extrema derecha británica sostenía en una columna que sería bueno que el Brexit devolviera a Gran Bretaña determinados valores de la Edad Media. Su segunda inspiración, algo más elevada, fue la exposición Scotland’s People del National Museum de Escocia, “adonde fui a pasar una temporada junto a las posesiones y cuerpos de quienes habitaron en aquellas tierras fronterizas durante la Edad del Hierro”.
De la unión de ambos hechos fortuitos nació la idea de narrar la historia de una joven cuya familia decide pasar el verano en un siglo muy alejado del XXI. En Muro fantasma todos los personajes aceptan vivir en una ficción: fingen que están en la Edad del Hierro para tener una 'experiencia educativa' completa, ignorando no solo los avances tecnológicos de los últimos siglos, también los sociológicos.
Silvie vive, como los personajes de El bosque de Shyamalan, metida hasta el cuello en una mentira. Pero al contrario que los del filme de 2004, ella sí sabe de la mentira y la acepta. Lo hace por miedo a contradecir a Bill. Todo el mundo acata las normas del padre y cuando no lo hacen, aunque fuese por mero descuido, han de enfrentarse a un severo correctivo ‘a la antigua usanza’.
“En realidad, no sabemos mucho sobre cuestiones de género en la Edad del Hierro”, explica Moss. “Las armas están mayormente asociadas a los hombres que a las mujeres por los hallazgos en las tumbas, pero más allá de eso hay muy poca evidencia, ¡tal vez fue un matriarcado próspero! Es Bill quien asume que el pasado fue como él quería que fuera”.
Como los protagonistas de Muro fantasma, los lectores fingen creerse una mentira cuando aceptan el acuerdo tácito que implica la credibilidad de toda ficción literaria. Muro fantasma es también una reflexión sobre cómo las ficciones, sean de naturaleza histórica o no, dan forma al mundo en el que vivimos. Ayer y hoy.
Ni novela histórica ni todo lo contrario
Muro fantasma es una aproximación rigurosa a ciertas costumbres y rituales de los antiguos britanos. Moss explica con detalle rituales de santería, procedimientos en los entierros o castigos ejemplarizantes a quienes rompiesen las ‘normas’ de según qué clanes o poblaciones. Pero su formalismo documental es solo una carcasa que viene a reforzar la sensación asfixiante que vive Silvie en su ‘excursión’ a épocas pretéritas.
“No estaba tratando de informar. Necesitaba que el lector supiese lo suficiente sobre la Edad del Hierro para que el resto del libro funcionase”, explica Moss. “Hice toda la investigación, llené dos cuadernos de notas con apuntes e investigaciones, pero una vez finalizados nunca los volví a abrir. Es lo que suele suceder”.
Silvie, de hecho, es en cierta medida víctima de sus escasos conocimientos: al no poder defender determinadas tesis sobre cómo era la vida entonces, debe aceptar la versión de la Historia de su padre. Una versión mutilada, interesada y ciertamente machista.
Decía Mary Beard en Mujeres y poder (Crítica) que “cuando se trata de silenciar a las mujeres, la cultura occidental ha tenido miles de años de práctica”. Por eso, justamente, Sarah Moss decide dar voz a quienes no la tuvieron. “Uno de los juegos de la ficción es imaginar la voz que tendrían esas voces silenciadas”, sostiene.
La autora cree que “es muy necesario” aportar una perspectiva de género a los estudios históricos en nuestro sistema educativo para generar relatos más justos que tengan en cuenta el papel de las mujeres en el nacimiento y muerte de las naciones. Sin embargo, lamenta que cuando hablamos de prehistoria “hay muy pocas evidencias sobre cualquier cosa, o suelen ser endebles”.
Además, explica que “no se puede saber a ciencia cierta quién usó las ollas para cocinar y quién utilizaba el arco y la flecha para cazar”. Dar por sentado que ellas cocinaban y ellos cazaban es, de nuevo, fabricar una ficción: “Ni tan siquiera sabemos quién se hacía cargo de la crianza, solo sabemos que las lesiones óseas de los restos que han sobrevivido hasta nuestros días ofrecen pistas sobre quién luchó más”.
Moss, de hecho, prefiere no dar por sentado nada. Las vacaciones inmersivas de la familia de Silvie terminan por llevar a la joven a ser víctima de un ritual particularmente cruel. Uno que se podría vincular con la amplia tradición de mujeres torturadas y la quema de brujas en la Europa de los siglos XVI y XVII. La escritora, sin embargo, desecha el vínculo.
Silvie termina siendo torturada “pero no necesariamente por ser mujer: es elegida para el rito porque es la que menor autononomía tiene del grupo”. De hecho, “la mayoría de los cuerpos que se han encontrado de aquella época en pantanos son masculinos, tal vez porque se sacrificaba lo más valioso: el patriarcado tiene muchas formas de dañar a los hombres también. Cualquier conexión con la quema de brujas es a través de la idea del chivo expiatorio, que creo que está vagamente relacionada con el género”.